jueves, 24 de diciembre de 2020

De los años de la infancia

 



        Estábamos en la playa. Eran años de poco más que una infancia recién inaugurada. Nada te permitía pensar que allí habríamos de volver en tiempos en los que ni siquiera podías recordar estos de ahora por los que discurriese la inocencia primera de la vida. Eran los años en que, ensimismados en la playa, tu alma infantil se sentía prisionera de la inmensa soledad de la mar, con un azul tan próximo y un horizonte tan lejano. Las noches en las que una estrella era siempre algo tan distante que podría llamarse Dios o luz misteriosa. Horas de juego en la arena donde los pies dejaban huellas que el mar robaba para esconderlas en el fondo, donde los peces nadaban sin saber para qué, igual que nuestras almas, puras todavía, volaban en el aire transparente de la tarde. Eran impresiones dominadas por la fuerza atrayente del mar, que algún tiempo después, lector voraz de Juan Ramón Jiménez, te ayudarían a comprender toda la belleza del poema “Pureza del mar” del admirado poeta, del que más tarde, en ese más tarde duro que te espera, aprenderías con Francisco Umbral a llamarle “maestro y padre, que nos une para siempre”.

 

         Años de infancia que incapaces de comprender situaciones de violencia que pronto te alcanzarían, dejarían marcado en el recuerdo realidad y fantasía que servirían para endulzar horas amargas. Cuantas veces recordarían en esos años que se aproximaban la inocente primera impresión de la visita a las Cuevas de Altamira, creyendo en el silencioso galopar de los bisontes guiado por la mano mágica de Simón “el de las Cuevas”. La inocencia del niño que eras entonces dejó grabada en ti una perenne impresión que quedó unida al que aquellas olas que en Suances dibujaban el mar sobre un azul inacabable.

 

        Unidos a estos infantiles y primeros recuerdos marchaban inocentes las horas, los días y los años de entonces en aquella vida cotidiana que una madre guiaba con la misma mano 

 

        Lecturas posteriores te enseñaron a comprender que también existía otra vida, la de la edad que te iba a llevar a la escuela. A aquel colegio en que un día viste llorar al maestro en el momento en que la política obligó a arriar la bandera para poner en su lugar la del bando triunfante. Eran pocos años todavía los tuyos, para concederle a ese acto la importancia que tenía, pero que significó la primera lección de una manera de vivir que desde entonces te esperaba, en las que aquella rejas de hierro que cerraban las ventanas de la escuela iban a alcanzar un duro significado en otras paredes que llegarían a ser tan íntimamente tuyas cuando los años te hicieran dar el paso de la infancia a la adolescencia, donde llegarías a aprender con Umbral que “no se podía ser de Juan Ramón y solo habría poetas oficiales, oficialmente de izquierdas o de derechas”.

 

         Empezaste a entenderlo en el momento en que tus lecturas te llevaban a meditar sobre el contenido de aquellas páginas. ¿Recuerdas? Entre aquel pasto de poesía, Speyler (Spengler), con La decadencia de Occidente, para comprendernos a todos; las obras de Unamuno y Ortega, para aguzar el ingenio y Nietzcher, para rodear de osadía el futuro hombre que todos teníamos que ser... los novelistas rusos y los franceses. Cuanta indigestión, a veces, muchas, sin posibilidad de digerirlo. De todo aquello surtía la biblioteca pública, que estaba abriendo el duro camino que esperaba a todos pocos años después, en el que aquella incipiente cultura, cultivada con fervor, te iba a llevar a una honestidad en el comportamiento civil no frecuente entre aquellos que convivías.



NOTA: Primera versión del primer capítulo del libro Estampas de un tiempo pasado. Publicado, en edición no venal en 2001

lunes, 21 de diciembre de 2020

La dimensión humana de Hierro

 Hoy, 21 de diciembre, nos volvemos a acordar del amigo José Hierro. Para ello publicamos el artículo escrito por Aurelio García Cantalapiedra: La dimensión humana de Hierro. A la vez de traernos el recuerdo del poeta, nos trae a la memoria a Mauro Muriedas, que el próximo 8 de enero hará 30 años que nos dejó. Quizás sería oportuno hacer algo para que algunos lo recordemos y otros conozcan el artista que fue.

 

La dimensión humana de Hierro

 


 

            En agosto de 1991 publiqué un artículo, en este mismo periódico, con el título. «Encuentro de Torrelavega con José Hierro». Estaba reciente la concesión al poeta del Premio de las Letras.

 

            En aquellas líneas, en las que evocaba las relaciones amistosas de Pepe Hierro con Torrelavega en sus, relativamente frecuentes, visitas en esas fechas a nuestra ciudad, quedó fuera del texto publicado, por razones de espacio, las alusiones a Mauro Muriedas entre los que se citaban como felices acompañantes de Hierro.

 

            Fue el propio poeta quien; posiblemente como un reflejo de aquella omisión, me preguntó días después, estando en Santander: «¿Cómo fue lo de Mauro?», aludiendo a las últimas horas de la vida del escultor. Al relatarle yo lo penoso que había sido el tránsito hacia la hora última, lo recibió con un gesto dolorido, sin palabras, muy elocuente.

 

            Hoy, en esta celebración gozosa del Premio Cervantes, vuelve a mi recuerdo aquel artículo en el que recogí ciertas vivencias de la estancia entre nosotros de Pepe Hierro y surge el nombre de Mauro Muriedas con la fuerza que le concede el haber sido uno de los amigos más entrañables con los que había contado Hierro en Torrelavega.

 

            En un artículo publicado por el poeta el 13 de abril de 1949, se expresaba así, refiriéndose al escultor: «Son muchos años de tarea artística, muchos años haciendo decir a la madera lo que él quiere que diga, muchos años acostumbrado a no recibir, sino de tarde en tarde, vagas palabras de estímulo ... (como el astro, sin precipitación y sin descanso) ... Mauro Muriedas es una especie de rey Midas de Torrelavega: Cuanto toca con su gubia se le convierte automáticamente en escultura ... »

 

            Aquella pregunta resultó un nuevo encuentro con el escultor, esta vez emocional, que completó los recuerdos de los que daba cuenta en mi artículo. En todo momento el acercamiento del poeta a la recia humanidad de Mauro, estaban presentes las dos vertientes, la humana y artística. Y en Mauro estaban presentes las dos vertientes, la humana y la artística. Y Mauro, desde su retraimiento, desde su timidez, había correspondido siempre con cordial generosidad a las muestras de afecto del poeta.

 

            He traído a colación este encuentro de Hierro con Mauro Muriedas y Torrelavega, para unir en él al poeta con nuestra ciudad. Sé que, algunos otros puntos geográficos pueden también presumir de lo mismo, incluidos libros completos de poesía (el reciente “Cuaderno de Nueva York”), pero la relación de Hierro con Torrelavega ha ido más allá, tocando lo humano, sobre todo.

 

            No está lejos su última presencia, en la que ocupó lugar de honor en el salón de Plenos del Ayuntamiento, dejando memoria imborrable entre los asistentes a aquel acto y en los que le siguieron, que ha llevado a nuestra alcaldesa a sumarse con auténtica emoción y cariño, mediante escrito a José Hierro, con motivo de la concesión del Premio Cervantes.

 

 


 

Publicado en:

El Diario Montañés, 13 de diciembre de 1998

 


jueves, 10 de diciembre de 2020

La Enseñanza Primaria en Torrelavega. En los años 40 del siglo XIX

 


            En esta década de los años cuarenta se produjo un importante impulso de la enseñanza primaria a nivel nacional, con la natural repercusión en la provincia de Santander. Era la consecuencia del esfuerzo que en este sentido se venía realizando desde los años próximos anteriores. Las Cortes reunidas durante el periodo liberal de 1820 a 1823, habían aprobado el Reglamento General de Instrucción Pública, en el que se establecía el carácter público y gratuito de esta primera etapa de la educación, al que añadirían, en 1834, una "Instrucción para régimen y gobierno de las escuelas primarias". Como anécdota podemos añadir que en una nueva disposición de 1837 se prohibió el castigo de azotes en estos centros. Fueron pasos decisivos con los que se trató de dignificar las enseñanzas y al profesorado que las impartía.

 

            Hasta el 1 de diciembre de 1844 no se abrió en Santander una Escuela Normal para maestros. La falta de este centro había dado lugar a que, con frecuencia, los maestros que regían las escuelas no estuvieran en posesión del correspondiente título que les acreditaba para ejercer la profesión, lo que propiciaba que en algunos casos estuvieran al frente de ellas personas con escasa preparación. "Sin principios, y sin medios para adquirirlos, solo poseen una práctica de ejecutarlo que cuando eran niños vieron hacer a sus maestros". (José Arce Bodega. Memoria sobre la visita general de las Escuelas, Santander, 1849. Debo el conocimiento de este trabajo a Don Juan González, inspector jefe de enseñanza en Cantabria.). Así resultaba que en las cinco escuelas públicas de los pueblos que comprenden el Ayuntamiento de Torrelavega (Campuzano, Tanos, Barreda, Ganzo y la de la propia villa), no tenía título oficial más que el que regentaba la de Torrelavega.

 

            Había transcurrido cerca de un siglo desde que se elaboró el Catastro de Ensenada y el número de escuelas era en este municipio el mismo que entonces, más una en Tanos que carecía de local propio, y las enseñanzas las impartía el maestro en el pórtico de la Iglesia del pueblo.

 

            No obstante, como hemos dicho al principio, la enseñanza estaba mejorando sensiblemente. La provisión de plazas de maestros se hacía ya por concurso público. El 8 de marzo de 1842 apareció un anuncio en el Boletín Oficial de la Provincia para cubrir la plaza de maestra de niñas en la villa de Torrelavega: "Hallándose vacante la escuela de educandas que ha de establecerse en esta villa, cuya dotación cuenta con 2.200 reales pagados de fondos comunes como una de las primeras atenciones de esta municipalidad, con más el emolumento de cuatro reales mensuales que ha de satisfacer cada alumna que concurra de los pueblos… ". De la redacción del anuncio parece desprenderse que era la primera escuela que se creaba en el Ayuntamiento destinada exclusivamente para niñas. La plaza fue adjudicada a doña Irene de los Corrales, natural de Omoño, que empezó a desempeñar su cometido el 27 de mayo de ese año 1842. No debieron ser fáciles para la nueva maestra los primeros pasos, como se puede deducir de un escrito que la dirigió el Ayuntamiento con fecha 15 de mayo de 1843, en el que se la comunicaba que se tenían quejas verbales "acerca del poco celo que vd. manifiesta en la enseñanza del sexo que dirige respecto a algunas educandas, dando preferencia a otras … ". En el mismo escrito se la conminaba a respetar el horario de tres horas por la mañana y otras tantas por la tarde. Este escrito de amonestación fue pronto rectificado por el Ayuntamiento, pues en agosto del mismo año, con motivo del brillante resultado de los exámenes a que fueron sometidas las alumnas, acordaron "las recompensas al mérito que ha contraído doña Josefa Irene de los Corrales .. ".

 

            La Comisión Superior de Instrucción Primaria de la provincia, seguía de cerca la labor de los maestros. De la visita realizada por el inspector José Arce Bodega a las escuelas comprendidas en los partidos judiciales de Reinosa, Potes, San Vicente de la Barquera, Cabuérniga y Torrelavega, nos ha quedado un informe redactado por el propio Arce Bodega, que permite conocer pormenorizadamente la situación de las escuelas publicas en estos años.( José Arce Bodega. Op. Cit.)

 

            Por lo que se refiere a las de Torrelavega y las de los pueblos de su Ayuntamiento, los datos que aporta el autor son los siguientes:

 

            La villa de Torrelavega tenía una escuela para niños, al frente de la cual se encontraba don Ángel González Soberón, maestro que estaba en posesión del correspondiente título para ejercer. Asistían a su escuela 46 niños y 6 niñas, "en un local bueno", cosa no frecuente entonces, situado en la Plaza de la Iglesia, y el Ayuntamiento le tenía fijada una asignación de 4.370 reales. Existía también una escuela de niñas, a la que acabo de referirme en líneas anteriores, a la que acudían 62 alumnas, pero en este caso el local que ocupaban era "Tan sumamente pequeño, que ni aún puede contener el aire suficiente para la libre respiración de las niñas".

 

            En el informe sobre las escuelas de Campuzano nos dice que estaba dirigida por don Benito Carrera, natural de Torrelavega, que no tenía título y que enseñaba a 25 niños y 4 niñas, sin que anote en el informe que el local presentara mayores problemas en cuanto a su estado. Pero si los tenían en Tanos, donde no existía local especifico para este menester, dándose las clases, como he dicho antes, en el pórtico de la Iglesia, a donde acudían 10 niños y una niña, procedentes de la Montaña, LobioSierrapando y el propio Tanos. Su maestro se llamaba Fernando de la Peña, era vecino de Campuzano, sin titulo para enseñar.

 

            Torres y Dualez carecían de escuela. Los niños del primero de estos pueblos asistían a la de Torrelavega y los de Dualez, a la de Ganzo. Esta última era regida por Don Juan Antonio Sánchez, maestro sin título que vivía en Torres y enseñaba a 18 niños y 6 niñas. Sus honorarios procedían de dos Obras Pías; una de ellas fundada por don Domingo Bustamante, del que dice Arce Bodega que era Doctoral de la Santa Iglesia Metropolitana de Toledo. La otra obra había sido establecida por don Pedro Carriedo, Virrey de México. Ambos eran naturales de Ganzo.

 

            En Barreda existía una escuela dirigida por don Enrique Palacio, sin título, que vivía en el mismo pueblo y a ella acudían 12 niños y 5 niñas. Esta escuela estaba subvencionada por una Obra Pía que había fundado don Juan de Mar y Barreda.

 

            En un resumen que el autor acompaña a este informe, se dice que en el partido judicial, de Torrelavega, de los 20.992 habitantes que le componían, 7.031 sabían leer y 5.475 leer y escribir, es decir, un 33,6 y un 26,1 % respectivamente, del total.

 

            En los Boletines Oficiales de la Provincia del 27 de septiembre de 1844 y 5 y 6 de diciembre de 1845, puede encontrar el lector interesado, información sobre el tipo de enseñanzas que se impartían, deducido de unos exámenes realizados por los niños y las niñas de Torrelavega en los años 1844 y 1845, publicados en dichos Boletines.

 


Publicado en:

La revista Quima nº 19. Diciembre 1988.

Posteriormente se incluiría en el libro Torrelavega en el siglo XIX. Editado por la Librería Estudio en 1989