sábado, 31 de octubre de 2020
Ernest Renan
sábado, 24 de octubre de 2020
La efímera vida de una Biblioteca Popular
Hoy, Día de las Bibliotecas, os presentamos otro de los escritos de Aurelio García Cantalapiedra sobre la Biblioteca Popular de Torrelavega del que se dio referencia en este blog hoy hace un año.
El centro cultural, creado hace ahora sesenta años,
fue clausurado por los franquistas en 1937
El día 13 de noviembre de 1927, hace ahora sesenta años, se inauguraba oficialmente en Torrelavega un centro cultural, al que sus fundadores dieron el nombre de Biblioteca Popular. La vida de esta entidad se iba a desarrollar durante una década, hasta agosto de 1937, fecha en la que fue clausurada cuando ocuparon la ciudad las fuerzas del Ejército del general Franco. Fueron diez años de intensa actividad cultural, de los que han quedado profunda huella en los hombres que tuvieron la suerte de vivirlos.
Como bien lo comprendieron sus fundadores, y así quedó escrito en el prólogo de la Memoria editada por esta entidad al final del curso 1927-28, "Torrelavega había entrado ya en el segundo estadio de evolución por el que normalmente atraviesa toda agrupación humana. Asentada sobre firmes bases su vida material, bases constituidas, en primer lugar, por su estratégica situación, que la convierte en centro de la vida económica de una amplia comarca, y, en segundo término, por los factores agrícolas, ganaderos, mineros, industriales y comerciales, que en halagüeña coordinación y concertada armonía vivifican su valle ubérrimo, era imperativo de necesidad social entonar tales actividades puliendo y refinando sus características con aquellas otras más íntimas y permanentes que presta la vida consciente del espíritu colectivo". En este comentario se citaban como precedentes que venían laborando en igual sentido la Escuela de Artes y Oficios, las entidades musicales, la Cámara de Comercio y otros círculos sociales.
Las gestiones para su creación fueron iniciadas oficialmente el 18 de septiembre del año anterior, 1926, cuando Ramón Miguel y Crisol y Joaquín Barquín Fernández, en nombre y representación de la recién constituida Sociedad Pro Cultura Popular, se dirigieron a la Corporación municipal exponiendo sus propósitos y solicitando para la instalación de una biblioteca pública el salón que existía en la planta baja del Palacio Municipal. La petición en este sentido fue rechazada, ofreciendo a cambio el local que había ocupado la Contaduría en el antiguo edificio del Ayuntamiento, en la Plaza de Baldomero Iglesias, que fue reparado y puesto a punto para el nuevo que se le iba a dar, según acuerdo tomado por la Corporación el 15 de febrero de 1927.
En este local se iniciaron, con carácter provisional, las actividades de la Biblioteca Popular, pero iba a ser por poco tiempo, pues pronto se vio obligado el Ayuntamiento a disponer de él para instalar el Juzgado de Primera Instancia. Era un problema muy grave que iba a dar lugar a que se interrumpiera la labor iniciada, pero que fue resuelto con facilidad gracias a la colaboración de la Cámara de Comercio de Torrelavega, que les cedió una parte del local que venía ocupando esta entidad mercantil en el número 32 de la calle Consolación, donde permanecería la biblioteca hasta el final de sus días.
Vencidas estas primeras dificultades, resuelta la primordial cuestión del local, incrementado el número de socios y consolidada la entidad como tal biblioteca, con un importante aumento de libros en sus estanterías, no quedaba más que proceder a la inauguración oficial para cancelar el carácter de provisionalidad que había venido arrastrando durante un año. Para este fin fue fijada la fecha del domingo 13 de noviembre, invitando a Víctor de la Serna, quien había de pronunciar la conferencia de inauguración.
El acto tuvo lugar a las once y media de la mañana del día citado, bajo la presidencia del que lo era de la sociedad, don Ramón Miguel y Crisol, ocupando un lugar en los sitios de honor don Jorge García, que ostentaba la representación del alcalde; el cura párroco, don Emilio Revuelta; el juez de Instrucción, don Emilio Macho Quevedo; el comandante de la Caja de Reclutas de la ciudad, don Alberto Guerrero; el registrador de la Propiedad, don Francisco Vega; el capitán de carabineros, señor Cornejo; el farmacéutico titular, señor Herrero; el presidente del Círculo de Recreo, señor Cacho; el presidente de la Coral, Carrasco; el del Orfeón torrelaveguense, García de los Ríos; el de la Junta del Asilo, un representante del Centro Obrero y otros.
Publicado en:
El diario Alerta, 13 de noviembre de 1987
sábado, 17 de octubre de 2020
TRES ARTISTAS EN EL TORRELAVEGA DEL SIGLO XX
jueves, 1 de octubre de 2020
Dia Internacional de las Personas Mayores
LA VEJEZ COMO REFERENCIA
Mis primeras palabras en este acto tienen que ser de agradecimiento por la invitación que me han hecho desde la ONCE para intervenir en este ciclo que han preparado.
Pero también estas palabras iniciales han de reflejar forzosamente, mi preocupación al aceptarlo, ante el temor de que los comentarios que siguen a continuación, no reúnan el interés que requieren a pesar de que por razones de edad me encuentro inmerso en el mismo.
Se me ha pedido que exponga mi opinión ante ustedes sobre cómo entiende el mundo pasado y el inmediato próximo una persona como yo, mayor en edad, un anciano, desde la posición de la vida propia que ha quedado atrás y la que cree entender que se le avecina.
En fin, si se acepta el participar en estos actos, en los que ya el título le coge a uno por la cintura, hay que armarse de coraje y salir al ruedo dispuesto a todo, aun cuando tenga que ser apoyándose en la defensa de los burladeros de la plaza ante las embestidas que mi audacia pueda provocar.
El que este breve ciclo esté organizado por la ONCE, con las peculiaridades propias de los componentes de esta entidad, que se pueden reflejar en el entendimiento de la apreciación del tema con sus consecuencias personales, me llevan a comentar de entrada que en mis opiniones que siguen he tenido en cuenta estas circunstancias, valorando en toda su magnitud la sensibilidad de las personas que integran este meritorio grupo. Entiendo que, desde este punto de vista, se trata de dos caminos que, aun cuando próximos, presentan diferentes facetas al moverse en el terreno que lo vamos a hacer hoy aquí, a pesar de ser fraternales en gran medida.
Pero vayamos al tema programado, en el que podamos observar que el anciano o la anciana, o sí ustedes lo prefieren el hombre y la mujer ya mayor, han podido recoger, con el paso de los años, en recuerdos más o menos nítidos, cómo ha transcurrido el mundo que le ha tocado vivir. Y lo hago, naturalmente, sin pretender que ese transcurrir de los años propios pueda ser interpretado como espejo en el que se reflejen los de los demás.
Mí posición, en todas estas referencias, está apoyada en las lecturas a que me acerqué en los años de juventud, por la curiosidad que despertaban en mí algunos de los escritos de los autores que cito en estos comentarios que siguen. Más tarde, ya en la madurez, volví a ellos atraído por recuerdos que me quedaban de aquellos primeros encuentros, buscando en una nueva lectura, con mayor base, el conocimiento que el paso del tiempo había despertado en mí. Ahora, en los principios de la senectud, trato de encontrar en sus páginas un entendimiento más sereno de sus experiencias y consejos, para ponerlos ante ustedes hasta donde mí modesta información y capacidad lo permite, fuera de aspectos técnicos tan lejanos de mí alcance.
Tengo reciente la lectura de un escrito de Günter Glass, el cercano Premio Nobel, quien al volver sobre su pasado y los ecos que ha podido dejar en él, habla del recuerdo de un gato que quiere que lo acaricien, incluso a veces a contrapelo, hasta que crepita y ronronea. Sin tener nosotros a nuestro lado ese gato que nos pueda modificar la historia personal de cada uno, podemos ver cómo esos años sobre los que hemos transcurrido, han quedado grabados selectivamente en nuestro recuerdo. Volvemos a ellos con la dependencia que nuestro presente les impone y de ahí sacamos conclusiones para aplicarlos a los que estamos viviendo, sin la falsa postura de aquel gato.
La persona mayor en edad, el anciano o la anciana, cuando vuelven la vista atrás, están buscando, en aquel tiempo que fue suyo, emociones que sobresalen de las del común, vividas realmente o añoradas con el mismo valor que les da a las auténticas y las contrasta con las de hoy, también vividas o también soñadas, y le valen para dejarlas escritas en el diario de su memoria, donde están construyendo su vida pasada, que ya desde ese momento adquiere validez de lápida de monumento propio. Todos y cada uno vamos así levantando el monumento a nuestra existencia, a esa fracción de la vida que quedó atrás, y que puede constituir la base firme para terminar de andar el camino que nos fue trazado a cada uno desde el momento de nacer.
Recuerdo otro escrito anterior mío que se adentraba en cierta manera por esta misma senda. Regresar a los años de la infancia, decía en él, desde la última vuelta del camino, cuando la edad nos está recordando implacable la lejanía en que se encuentran, buscar en las cenizas de esos recuerdos aquellas vivencias que el paso del tiempo ha podido dorar... Yo pensaba entonces, cuando escribí aquellas notas, en que una de las actitudes más arriesgadas en que puede caer el ser humano, es en la de volver la cabeza hacia el pasado, pues aun cuando pongamos todas las facultades para separar el mundo que nos tocó vivir del que soñamos haber vivido, no resulta fácil conseguirlo y nos puede llevar a falsearlo.
La persona mayor en edad, de la mano del tiempo, va tratando de recuperar aquellas vivencias enredadas entre las vueltas del cerebro y no le resulta fácil acomodarlas en las ocasiones en que pretende recurrir a ellas para reutilizarlas. No, no es ese el camino que puede dar salida útil a la memoria de nuestro pasado, ya que, instintivamente, seleccionamos vivencias gratas, recuerdos de hechos en los que ponemos un sentido favorable que a lo mejor no tuvieron. En lo más hondo del armario de cada uno se guardan joyas que pueden alimentar nuestra satisfacción en un momento preciso que así lo pide; reales o imaginadas, pero favorables para acercarlas a los de las demás, y así, unidas a las suyas, tratar de alcanzar ese mundo mejor que todos ambicionamos.
Esto en cuanto puede reflejar un panorama del pasado de cada uno en líneas generales. ¿Y en el futuro? ¿Podremos sacar algún partido de ello? ¿No tropezaremos con piedras semejantes a las que encontramos en nuestro pasado que puedan resultar obstáculos insalvables?
Ya nos ha advertido don Santiago Ramón y Cajal que “El yo, no obstante las traiciones y eclipses de la memoria, sigue considerándose como eje de nuestra vida interior y exterior, a despecho de un cuerpo decrépito que nos sigue jadeante y como a remolque de nuestras andanzas fisiológicas e intelectuales.” A lo que el mismo autor añade: “La cultura moderna crece vertiginosamente, mientras que la pobre máquina cerebral, herencia milenaria de la especie, parece estacionada o se modifica con una lentitud desesperante.” Y nos hace partícipes de su opinión de que el anciano pretende enjuiciar el hoy con el mismo criterio del ayer, lo que estima como un posible e importante escollo.
Sin soltarnos de la mano de tan ilustre científico, profundo conocedor de los vericuetos del cerebro por donde andan parte importante de los secretos de la vejez del ser humano, tratemos de acercarnos con él, en el discernir de cada uno, por ese camino último de la vida.
Pero antes recuperemos ese aspecto de la existencia humana al que se viene llamando experiencia, que nos puede permitir circular por el mundo con los sentidos hasta cierto punto abiertos. Al hombre mayor en edad, al anciano o la anciana, se le supone una cierta experiencia por lo menos selectiva, con la que continúan su contacto con el mundo. El profesor Julián Marías nos dice que “la experiencia de la vida ha sido durante mucho tiempo la manera radical de saber a qué atenerse”, pero a continuación nos pone ante la posible dolorosa realidad de afirmar que la experiencia es un patrimonio de la vejez “y que, a tales horas, resulta inútil,” aun cuando, después de esta afirmación, parece querer recuperar su valor con la expresión de una nueva duda, manifestando que ni podemos confiar y descansar en ella, ni volverle la espalda, porque no sabemos qué nos dejamos atrás, frase que, con todos los respetos para tan ilustre profesor, nos parece nada más que como una pirueta literaria.
La experiencia de la vida ha sido definida por nuestros más ilustres pensadores como “un saber”, en el que se recoge con mayor profundidad el significado y sentido de la existencia por donde hemos circulado y que puede sernos útil ante los problemas que nos presenten los recovecos de la última vuelta que nos queda pendiente de andar.
Se trata de una participación en nuestra propia historia en la que la experiencia pueden, ser muletas útiles para recorrer ese último tramo. Pero teniendo el cuidado de no concederlas importancia decisiva, porque los recovecos del cerebro, en estas vueltas finales, pueden jugar una mala pasada.
El profesor Ramón y Cajal, de quien hemos prometido no soltarnos de su mano en este acto, nos advierte sobre los peligros de la memoria, en la que en parte fundamental está apoyada la experiencia. Archivo del pasado –la llama- “lucimiento del presente y único consuelo de la vejez” y añade que “es el don más preciado y maravilloso de la vida”, sin perder de vista que “flaquea lamentablemente en la senectud”.
Henos aquí, pues, con este bagaje, en el quicio donde el ser humano se ve enfrentado al último tramo de su recorrido, con la inseguridad siempre inquietante que provoca el desconocimiento de las dimensiones de lo que le espera, viéndose apremiado por la posibilidad de la brevedad del plazo previsible.
¿Cómo podemos y debemos enfrentarnos a este desconocimiento? Es pregunta sin una respuesta con el más mínimo viso de certeza. Ya hemos cabalgado, de manera superficial, por la senda de la experiencia de la vida, en busca de ayuda pero sin encontrar el tipo de muletas adecuado. El hombre religioso nos avisa de los caminos que él ha encontrado; nos instruye sobre lo que estima su verdad proporcionándonos como remedio el consuelo de su saber, aceptado sin hechos tangibles pero que en su convencimiento existen.
A los noventa años comentaba don Ramón Menéndez Pidal: “Se dice que la más triste limitación que pesa sobre la vejez es el no disponer de un mañana... con el mañana cuentan lo mismo los viejos que los jóvenes, y cuentan precariamente tanto los unos como los otros...”, diciendo a continuación “que el impulso activo del anciano no tiene por qué cesar; no le falta el mañana... que ese mañana sea más largo o más corto es cosa secundaria...” Y nos insiste en que el mañana, estimado breve, apremia para que no perdamos tiempo en lo que no es absolutamente indispensable. Sin el apoyo de lo religioso en forma activa, nos dice que “no morir totalmente ha de ser ansia suprema de la vida en todas las edades”. “Con la vejez perdemos muchos goces de la vida, pero no es penoso carecer de lo que ya no se desea”, a lo que añade que “esta pasiva resignación tiene sombras de muerte...”
En los comentarios a que he dado lectura podemos sacar la consecuencia de que el hombre ya mayor, el anciano y la anciana, viven su existencia y la han vivido, movidos por dudas, y en otros casos por creencias firmes sobre su posición en el mundo, situación que no era compatible con la que llevaron durante los años anteriores en los que era lo más normal aceptar como únicas realidades las que compartían con sus semejantes de la misma edad.
Hemos basado nuestras opiniones que preceden en cuanto al paso del ser humano por el mundo de los vivos, en dos conceptos fundamentales: la experiencia de la vida y la memoria. Podemos llamar a la primera el cuerpo y a la segunda el alma nada más que para ayudarnos a apuntalar estos comentarios que siguen.
En el cuerpo, es decir en la experiencia de la vida, tratamos de apoyar nuestros actos cotidianos. La memoria es el conductor profesional que la guía, cuidando de que la experiencia de la vida no se desboque, a lo que está muy propensa, ya que en su mayor parte son reflejos de los años de madurez tan apetitosos cuando se les mira desde la vejez.
No hay remedios fáciles para que la memoria se nos presente en la vejez con el carnet de profesional debidamente garantizado en cuanto a lo idoneidad de su propietario para utilizarle. Ya hemos visto como nuestro Ramón y Cajal nos habla de traiciones y eclipses de la memoria. Contra estos hemos de luchar para tratar de que sean lo más reducidos posibles en el momento en que nos van a ser necesarios. Pero todo son problemas de difícil solución a estas alturas de la existencia, pues la vejez no tiene a la puerta de sus domicilios un cartel indicador del stop que rechace lo no conveniente. Circunstancias que están dando lugar a que sean hoy muy frecuentes en los medios de comunicación los comentarios sobre la esperanza media de vida humana. Nuestro inseparable Ramón y Cajal, nos dice que la vida media, en la fecha en que lo comentaba, estaba cifrada en los cincuenta años y que nos esperaba un periodo indeterminado de años, a partir de aquellos cincuenta, para la iniciación de la senectud con todas sus consecuencias, afirmando que “se es verdaderamente anciano, psicológicamente y físicamente, cuando se pierde la curiosidad intelectual, y cuando con la torpeza de las piernas, coincide la torpeza y premiosidad de la palabra y del pensamiento”.
En un informe reciente de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria se lee que la posibilidad de enfermar y fallecer depende en gran medida del nivel de vida y de la localización geográfica de las personas, llegando a afirmar que la distancia de la esperanza de vida entre la clase alta y la de los más desfavorecidos llega a ser hasta quince años y cifra en ocho años la que existe entre los que viven en las regiones españolas con menos recursos. Se trata de nuevos valores a tener en cuenta según los últimos estudios científicos, que añaden mayor inseguridad en las creencias en que nos movemos en el mundo actual sobre estos temas.
Pero siguiendo en la línea sobre la que marchábamos antes de ese novedoso informe relacionado con la esperanza de vida , recuperemos nuestra ignorancia para preguntarnos: ¿Cuándo se pierde la curiosidad intelectual?. ¿Dónde está tan difícil límite que nos guía por este camino?. No sé contestarme a estas preguntas y me atrevo a manifestar que ninguno de los seres humanos lo tenemos. La torpeza de las piernas está bastante al alcance del conocimiento propio, pero ¿en todos los casos lleva consigo la pérdida de la curiosidad intelectual como referencia a la situación de la vida de anciano?. No, no en todos los casos. La experiencia de la vida nos dice que la coincidencia de una y otra limitación son nada más que desagradables circunstancias que nos están anticipando la llegada de la senectud.
Termino aquí mí intervención lamentando haberme ido con mis palabras, en su mayor parte, por caminos tan amargos. Entre unos y otros de estos comentarios cabrían posibles interpretaciones que podían haber colaborado a hacerlos más optimistas pero no conseguí hacerlos aparecer en mí memoria. Recuerden de líneas anteriores las traiciones y eclipses de que nos advierte don Santiago Ramón y Cajal.
Conferencia leída en la Agencia Administrativa local de la ONCE en Torrelavega el día 8 de noviembre de 2000