martes, 28 de abril de 2020

Triste despedida


Hoy abro este blog para despedir a un entrañable artista. Ha muerto Ricardo Zamorano, valenciano que llegó a Santander a finales de los años 40 y se unió a aquel grupo de jóvenes, y no tan jóvenes, que animaron culturalmente nuestra provincia. Ya estáis allí, al otro lado; Pepe, Pancho, Manolo, Piti, Joaquín, Gonzalo, Julio,… Pero nos habéis dejado vuestras imágenes, vuestras palabras… Cuadros y libros que hacen perdurar vuestra presencia.



EXPOSICIÓN DE ZAMORANO

La Biblioteca José María Pereda, continuando su incansable labor artística, anuncia para hoy una exposición de pinturas de Ricardo Zamorano.

         La última vez que expuso aquí Zamorano fue hace cinco años. Podemos decir que entonces este pintor brujuleando todavía las diversas maneras pictóricas que acucian a todo pintor joven, pero dentro ya de un dominio muy personal del dibujo y del color, Grandes aciertos de aquellas obras nos hacían ver anticipadamente al extraordinario pintor que hay en él.

         Desde entonces, Zamorano ha alternado sus horas de estudio entre Madrid y París. En esta última capital ha visto y ha pintado mucho. Ha dejado allí, en importantes colecciones, algunos retratos que fueron muy elogiados por la crítica. El propio Picasso, ante un retrato de Zamorano, dijo que era el plástico español más interesante de la nueva generación que había pasado por allí.


         Y un crítico español residente en Francia escribió de él (copiamos de una revista que tenemos en la mano): “Del pintor valenciano Zamorano ya no se puede hablar como de una promesa: es un valor real y de los más cotizados. No vacilamos en afirmar que, cuando se decida a sacudir su pereza exhibicionista y envíe alguna obra a los grandes concursos internacionales, se situará en cabeza. Su pintura, muy moderna, no pierde los estribos como es costumbre y se sienta sobre una realidad encantadora”.

         Nada podemos nosotros añadir, modestos provincianos, como es lógico, a estas dos opiniones. Sólo nos resta esperar a esta noche para poder admirar la obra de este pintor tan querido ya en nuestra ciudad

EQUIS


Publicado en:
El diario Alerta el 15 de diciembre de 1954, bajo el seudónimo de EQUIS.




jueves, 23 de abril de 2020

DÍA DEL LIBRO 2020


Hoy, día del Libro 2020, queremos hacer un homenaje a la primera “aventura” editorial de Aurelio García Cantalapiedra con sus amigos Corujedo y Hierro. Ediciones Tito Hombre, “una de las más inteligentes y simpáticas colecciones literarias, pues, a pesar de la aparente modestia, sus ejemplares tienen todo el carácter de piezas de bibliófilo” según escribió en una publicación Joaquín de la Puente. Leamos lo que un día escribió Piti sobre esta colección:
Tito Hombre (1951-1954)

            También esta colección de libros nació en una tertulia literaria, como ya hemos visto que sucedió con El Viento Sur y Biblioteca Alción. De la puesta en marcha de Tito Hombre empezó a hablarse en la tertulia vespertina que se reunía en los altos del Bar Trueba de Santander. Con este nombre se inició una colección de libros de la que nos ocupamos José Hierro, Víctor F. Corujedo y el que esto escribe. Lo de "Tito Hombre", procedía de un dibujo infantil hecho por el niño José Luis García Soto, titulado así por su autor, y que pasó a ser el logotipo de la colección. A algunos de los asistentes a la tertulia les pareció excesivamente "frívolo" este nombre, pero por fin se mantuvo.


            En total se publicaron diecinueve volúmenes, que se editaron en dos formatos y calidad de papel distinta: una tirada de cien ejemplares para los suscriptores (que pasó a 125 en el volumen 3), en tamaño 28 por 15 centímetros y otra de seis, destinados al autor, ilustrador y editores, ordenados de la A a la F, en papel verjurado, tamaño 27,5 por 20 centímetros. La caja que ocupaba el texto era la misma para las dos tiradas. Todos salieron del taller de Artes Gráficas de los Hermanos Bedia, excepto el primer título, Las luces, de Carlos Salomón, que se imprimió en el taller de Antonino Fernández, de Torrelavega. Los ejemplares especiales llevaban impreso el nombre del destinatario y la letra que les correspondía, y la ilustración estaba coloreada a mano; en este primero, por Ricardo Zamorano. En la cubierta se distinguían los que eran de poesía, narración o ensayo, tirando el título en verde, rojo y azul, respectivamente.


            El primero de la colección, como indico anteriormente, fue Las luces, con poemas de Carlos Salomón, que se terminó de imprimir el 6 de abril de 1951. Era un avance de lo que después, con más poemas que incorporó el autor, iba a constituir su libro Región luciente, publicado en la colección Adonais, de Madrid, en 1953.


            El siguiente fue un cuento de Jorge Campos, El atentado, impreso en mayo de 1951, ilustrado con un dibujo de Juan Segarra. Este cuento de Campos había sido distinguido con una mención honorífica en el concurso “Hernández Catá”, convocado en La Habana en 1949. “Huelga decir la seriedad que acompañaba estos trabajos en que se encontraban [se alude a las ediciones de Tito Hombre]; ahora bien, ello no obstaba a que siempre que la circunstancia lo propiciaba les impidiera dejar caer una gota de humor. Así ocurrió con la obra de Jorge Campos titulada El atentado [de la que imprimieron] dos ejemplares con el título [...] El atontado.” (Florinda Rodríguez Gutiérrez. La actividad literaria en el Santander de posguerra 1940-1960. Memoria de licenciatura, inédita)


            A estos dos siguieron los títulos que a continuación se indican:

3. Pedro Caba, Misterio y Poesía, (ensayo), junio 1951, ilustración a cargo de José Cataluña.

4. Joaquín de Entrambasaguas, 5 poemas terrestres (poemas), julio 1951, ilustrado por José Luis Moya.

5. María de Gracia lfach, Espejismo, (narración), agosto 1951, ilustrado por Fernando Escrivá.

6. José Hierro, 15 días de vacaciones, (narración), septiembre 1951, ilustrado por Carlos Rincón.

7. Víctor F. Corugedo, Canciones sencillas, (1936-1939), (poesía), octubre 1951, ilustrado con la reproducción de seis dibujos de Ricardo Zamorano.

8. Charles David Ley, La moderna poesía portuguesa, (ensayo), ilustrado con un dibujo de Rafael Molina Sánches.

9. Juan Guerrero Zamora, Un poco de ceniza, (narración), abril 1952, ilustración de Mingote.

10. Leopoldo Rodríguez Alcalde, Canciones de Monte Corbán, (poesía), mayo 1952, ilustración de Miguel Vázquez.

11. Jesús Delgado Valhondo, La esquina y el viento, (poesía), noviembre 1952, ilustrado por Magdalena Leroux de Pérez Comendador.

12. Ignacio Romero Raizábal, Media hora trágica, (narración), enero 1953, ilustración de María Victoria Aramendia.

13. Ricardo Blasco, Alteo, (narración), febrero 1953, ilustración de Bernardo Ballester.

14. Pablo Cabañas, Lejos, (poesía), abril 1953, ilustración de Julia Cabañas.

15. Manuel Pilares, Historias de la cuenca minera, (narración), mayo 1953, ilustración de Rubio Camín.

16. Gerardo Diego, Segundo sueño. Homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz, (poesía), diciembre 1953, ilustrado con xilografías de Joaquín de la Puente.

17. Luis López Anglada, Dorada canción, (poesía), marzo 1954, ilustración de Andrés Llodrá.

18. Leopoldo de Luis, El árbol y otros poemas, (poesía), junio 1954, ilustrado por Rafael Álvarez Ortega.

19. Sofía Heyma, Elsa, (narración), septiembre 1954, ilustrado por Baeza


            En la relación de libros publicados y en proyecto de publicación, que va al final del volumen 19, se indica que está en prensa Cuba y su independencia en la obra de D. Juan Valera, de Ramón de Garciasol, que no se llegó a editar en esta colección.

            Un libro importante quedó también sin publicar en Tito Hombre. Estuvo impreso, pero la censura no autorizó su salida. Se trataba de un ensayo de Ricardo Gullón con el título La poesía de Luis Cernuda. En un artículo que publicó el autor en la revista Sin nombre, de Puerto Rico (vol. IX núm. 3, octubre-diciembre 1978), da una amplia referencia sobre esta intervención de la censura, información que resulta muy válida para conocer cómo se movían los censores y quiénes mandaban sobre ellos. Más recientemente volvió sobre el tema en la conferencia en la Fundación Botín, en Santander, a la que me he referido anteriormente: “Para esta colección preparé un ensayo crítico, La poesía de Luis Cernuda, que no llegó a publicarse en ella por la interferencia del censor, el novelista Pedro de Lorenzo, que dictaminó negativamente un texto harto inocuo. Florentino Pérez Embid, director general en el Ministerio de Información, pidió que se revisara el informe, ateniéndose el dictamen censorial a lo que el texto decía y no a lo que su autor pensara del poeta estudiado por mí. La colección siguió su marcha, pero la autorización para publicar el mío nunca llegó a Santander"

Aurelio García Cantalapiedra
Desde el borde de la memoria
Ediciones de Librería Estudio
Santander, 1991

martes, 7 de abril de 2020

El año en que nació PROEL


En este mes de "abril del confinamiento" se cumplen 76 años de la aparición de la revista PROEL. Para hacer más ameno "este encierro" traigo este escrito, que en 1967 leyó en el Instituto Santa Clara (Santander) bajo el título: Iniciación a la poesía actual. 


El año en que nació PROEL


            La presencia del grupo Proel se manifestó públicamente en Santander con la aparición en abril de 1944 del primer número de la revista de poesía que llevaba este nombre. La fecha de 1944 centra un momento verdaderamente crucial de la poesía española que surge en los años inmediatos y siguientes a nuestra guerra civil, momento en el que destaca de manera importante la presencia de una serie de revistas poéticas.

            Que en la década española de los cuarenta, erizada de dificultades de todo género, se diera esta floración poética, es un hecho muy singular que no podía pasar desapercibido para los estudiosos de estos temas; no solamente por el hecho en sí, sino también porque las páginas de estas revistas dieron cobijo a las primeras creaciones de jóvenes poetas que después han significado algo en nuestra literatura. No pienso, al decir esto, que sin esas revistas los poetas auténticos se hubieran ahogado en sí mismos, ya que el demonio de la poesía hubiera brotado siempre, pero es indudable que ellas fueron un aliento magnífico y un medio de intercomunicación importante y necesario. No podemos imaginar poéticamente los años cuarenta sin estas revistas, que agilizaron la realización de unos poetas con otros crearon auténticos grupos de expresión que, con un denominador común, impusieron de cierta gente una manera de hacer y de entender la poesía.
Un testigo de aquel momento, Rafael Santos Torroella, dejó escrito entonces: “Muy expresivo del ambiente de nuestro tiempo resulta esa incesante aparición de revistas juveniles que parece justificarse en razón a una urgente necesidad de renovar formas y contenidos caducos ya”.

            Por muy decisivos que fueran algunos de los libros que aparecieron esos años (y me estoy acordando ahora de “Sombras del paraíso”, de Vicente Aleixandre; de “Alondra de verdad”, de Gerardo Diego; de “Hijos de la ira”, de Damos Alonso), no hubieran sido suficientes por sí solos para dar lugar al relanzamiento de nuestra poesía con la fuerza que se produjo. Por otra parte y en sentido opuesto, puede ser lo hubieran maniatado excepcionalmente con su avasalladora influencia, a los jóvenes poetas. No hay que olvidar que estos libros marcaron a muchos; “Sombras de paraíso” fue
una aplastante y bella manera de decir y hacer poesía. Su creador se convirtió en maestro indiscutido, pero su influencia hubiera sido notablemente más amplia si las diversas revistas de poesía no hubieran actuado de amortiguador. El libro de Vicente Aleixandre, traía un aliento tan poderoso que hubiera inundado la poesía de España de “aleixandrismo”, como en parte lo logró. La proyección de “Sombra del paraíso” resultó benéfica en aquel momento; fue una gran lección de un gran maestro, pero la creación no puede estar maniatada en ningún sentido.

            Los libros de Gerardo Diego y Dámaso Alonso que he citado,  hubieran contribuido también a amainar la presión del de Aleixandre, 
pero lo que realmente contribuyó a diversificar la poesía española, a que se hicieran intentos de originalidad y a que se buscaran caminos personales, fue la competencia impuesto por las revistas. Tengamos en cuenta, además, que no les era fácil publicar sus libros de versos para los poetas que empezaba. Las editoriales no se arriesgaban económicamente a lanzar poetas desconocidos. En unas declaraciones de la época, hechas por un prestigioso editor de Madrid, se confirmaba esta situación de que hablo: “El libro de poesía –decía- está hoy en el periodo difícil. La demanda es muy pequeña por lo que respecta a los autores noveles”. Posiblemente sea este un problema de todas las épocas, por lo que se refiere a la poesía y más a la poesía primera de un autor, pero en aquella ocasión el problema se tenía que presentar más agudo por obvias razones. Las revistas fueron la solución para dar salida a la producción poética e iba surgiendo en forma abundante, por todos los rincones de España y ellas fueron el motor de ese relanzamiento cultural de que vengo hablando.


            En el número doce de “La estafeta literaria”, de fecha del 10 de septiembre de 1944, apreció
una historia de parte de estas revistas de poesía que veía la luz en aquel momento, escrita por colaboraciones de las propias revistas. Salió bajo el profético título de “He aquí a la literatura de mañana” y construye un vivo documento para la iniciación del estudio de esta parcela de la literatura. Digamos de paso, que “La estafeta literaria” llevó a cabo una labor divulgadora de nuestra poesía muy oportuna y resulta imprescindible la lectura de los números que publicó en la primera época, para tener cabal conocimiento de lo que pasaba y de lo que se hacía en este terreno. En el número doce que he citado, se hacían ya la pregunta de “qué dirá la historia de nuestra poesía actual”. Y afirmaban a continuación: “Si difícil es profetizarlo, no lo es tanto prever que bien pudieran considerar este período los futuros profesores de literatura, como uno de los más fecundos en tentativas y experimentos poéticos”. Fijémonos que hablaban de tentativas y experimentos que se iban encauzando por las revistas sin transformarse precisamente en libros. No se puede asegurar lo que hubiera ocurrido si el procedimiento actual de “Autor-Editor” se hubiera inventado entonces y si las condiciones económicas de los autores lo hubieran permitido. Lo que sí se puede insistir es en que constituyó un período de aprendizaje importante, que, cuando se llegó a traducir en libros, dio lugar a una serie de obras que se mantienen hoy dignamente en nuestras bibliotecas la, sin que
hayan decaído para nada en sus contenidos. Posiblemente la misma dificultad de publicación actuó de criba, haciendo que llegara a las librerías solamente lo más conseguido.

            El feroz traumatismo de la guerra española, aún cuando había paralizado las publicaciones de este tipo, fue, por otro lado, inspiración para algunas obras. Así, mientras transcurren los terribles años de 1936 a 1939, con las dificultades que vivíamos, pero con la fuerza y pasión que llevaron en sus entrañas, se alza una poesía épica, propia del momento, de la que surgen unos pocos libros de gran altura, como “España en el corazón”, de Pablo Neruda; “De un momento a otro”, de Alberti; “Poesía en armas”, de Dionisio Ridruejo; “Viento del pueblo”, de Miguel Hernández; “Llanto en la sangre”, de Emilio Prados; “España, aparta de mí este cáliz”, de César Vallejo. Todos estos hombres habían vivido el trauma de la guerra civil. Félix Grande dice en este momento: “Con la guerra civil, la dialéctica de la lírica española queda interrumpida. 1936 hace que en nuestra poesía titubee y finalmente desaparezca por unos años, la gran energía que había venido conquistando” (Félix Grande, “Apuntes sobre poesía española de posguerra”, Cuadernos para el Diálogo). Aun cuando parece que existe una contradicción entre esta frase que he copiado de Félix Grande y lo que he asegurado hace un momento, sobre la publicación de algunos libros de altura durante la guerra, no hay tal contradicción. Los libros que citado son cimas que emergen solas en la gran extensión de España, donde no hay sitio, todavía, para que se produzca, o se reproduzca, el alud poético que vivíamos antes de la contienda, que, precisamente, se estaba gestando en aquella hora en las más jóvenes voces del país.


            Dejando a un lado esos años de 1936 a 1939, sin que esta expresión resulte una manera de decir ligera, porque ¿cómo se puede dejar a un lado estas fechas?; digo, que dejando a un lado esos años a los efectos que me he propuesto, tracemos una breve panorámica sobre la situación poética de la década siguiente, para recordar el terreno en que se movieron las revistas objeto de este comentario.

            Quizás el primer intento de agrupar a los poetas que publicaban entonces, fue el del suplemento SI del diario “Arriba”, que apareció el 19 de abril de 1942. Adolece, como es natural, de que la nómina que reúne está muy mediatizada por unos condicionados que dejan fuera ella nombres de los que normalmente no se hubiera podido prescindir. Así, “Arriba”, en una especie de número uno y último de una revista poética (como tantas otras), presenta al público una serie de poetas que por lo menos tiene el indudable interés de permitirnos conocer lo que hacían entonces estos poetas escogidos por ellos. “Pretendemos ofrecer -decía el editorial del suplemento-, un panorama literario lo más completo posible del tiempo que aproximadamente brota de nuestra guerra”. Siguen poemas de Manuel Machado, que abre el número con un soneto publicado a toda página, con todos los honores; y en páginas sucesivas van Juan y Leopoldo Panero, Castroviejo, Alfaro, Ildefonso Manuel Gil, Luis Felipe Vivanco, Ramón García Sol, Agustín de Foxá, Federico Muelas, Pedro Pérez-Clotet, Luis Rosales, Josefina de la Torre, Dionisio Ridruejo, Ignacio Agustí, José García Nieto, Alfonso Moreno y otros poetas menores. La selección está marcada, en cuanto a la casi totalidad de los nombres, por una orientación determinada. (Dejemos para más adelante la ausencia de Gerardo Diego en esta relación).

            La explicación de los poemas seleccionados, del criterio con que se hizo esta selección, podemos encontrarla en otro párrafo del artículo editorial que presidía esta publicación. Al aludir al tipo de poesía que se ve mía que se venía haciendo en España después de la guerra, dice: “Representa el paso de la llamada poesía pura a la que pudiéramos denominar poesía viva. Hoy vuelve a buscarse en el campo de la experiencia vital, en el conocimiento que deja el acontecer sobre la sangre, lo que antes se espigaba en una pura actividad del intelecto o del ingenio. La poesía no se construye sobre ideas ni sobre programas o banderías estéticas, sino sobre experiencias”.

            Creo en este primer intento de poesía en tono mayor, fracasó. Pero no fracasó por la falta de experiencia vital en sus autores, que desdichadamente fue mucha; creo que fracasó porque los hombres que la podían representar entonces, según el criterio del periódico que intentó el agrupamiento, no podían responder, como poetas, al llamamiento y a su alto contenido. Habría que descartar, posiblemente, el esfuerzo de Dionisio Ridruejo, representado en esta ocasión por un largo poema titulado “A España ante la perra del mundo”, fechado en un hospital de Alemania, de indudable aliento épico, así como su libro citado, “Poesía en armas” que es quizá el único que se puede tener en cuenta al ahora te contabilizar los libros de poemas de este tipo y de estos años, desde el llamado, con terminología de guerra, “lado nacional”.

            Es en el mismo año 1942 en que se publica el suplemento del diario madrileño, tiene José Luis Hidalgo preparado para la imprenta su libro “Raíz”. Cito esta circunstancia, para recoger, como testimonio un párrafo de una carta que Hidalgo me escribió el 12 de noviembre de ese año, en la que hace alusión a la situación poética de nuestro país: “Mi libro –dice-, se titula “Raíz”; es una selección de todos mis poemas. Me han comunicado de Madrid ayer que ya ha sido aprobado por la censura. Yo no tenía intención de publicarlo, pues ahora es lo mismo que tirar piedras a un pozo vacío”. Así veía en un testigo el momento el panorama poético. El año 1942 verdaderamente que era a estos efectos un pozo vacío. A poco más de tres años de acabada la guerra civil, los españoles vivíamos en un clima en el que parece que no podía haber sitio para la poesía. Sólo dos libros de verdadero interés pueden destacarse en el periodo inicial de la posguerra que va desde 1939 a 1942. Me refiero a “Ángeles de Compostela”, de Gerardo Diego, publicado en 1940 y “Alondra de verdad”, del mismo autor,
que apareció en 1941. Recuerden cuantos conocen estos libros, como su autor sobrevolaba con ellos las circunstancias que nos rodeaban; los poemas que los componen son, en su concepción inicial, anteriores a la guerra y el poeta los hizo saltar por encima de la gran cordillera que supuso la contienda entre españoles. Volviendo al párrafo anterior en el que acusaba la ausencia de Gerardo Diego en la antología que presentó al público el diario “Arriba”, podemos pensar que los hombres que hicieron aquella colección clasificaron estos poemas entre el grupo de los de “una pura actividad del intelecto y del ingenie” y puede ser que esta sea la razón por la cual su autor no estaba representado en la selección que he comentado.

            En este mundo de 1942, la poesía española está derramada en varios frentes. Por un lado, la fracción más importante de los hombres que habían publicado poesía antes de 1936, ha marchado al exilio. De este grupo de cabeza habían quedado en nuestro país Gerardo Diego, Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso; de los tres, únicamente Dámaso Alonso publicaría un libro en 1944, en el que sea habría de reflejar de alguna manera el “acontecer sobre la sangre”. Aludo a “Hijos de la ira”, del que años más tarde se pudo decir que en él están muchos de los antecedentes, muchas de las causas que justificaron la llamada poesía social, el tremendismo y la dramatización de los problemas del hombre como individuo y como colectividad.

            Del otro lado tenemos ese grupo de poetas del suplemento de “Arriba”, de los que ya había hablado. Al margen de estos, hay una pléyade muy amplia de jóvenes poetas, algunos casi niños durante la guerra, de un gran empuje, que no ven posibilidad de dar a conocer sus poemas más que por la limitadísimas forma del “me lees y te leo”. Una prueba de la fuerza de este florecer poético que se está iniciando en los más diversos rincones de España, habrían de ser la revista de poesía que vieron la luz en esta década de los cuarenta, publicaciones que han hecho escribir al concienzudo crítico literario Víctor García de la Concha, que “todo intento de comprensión crítica del proceso evolutivo de la poesía de la posguerra española, ha de cimentarse en un estudio detallado y riguroso, de las revistas publicadas por entonces”.


            Cuando en 1944 “La estafeta literaria” nos da su número doce con la información a que he aludido al principio, se asoma a sus páginas las siguientes revistas: “Cauces”, de Jerez de la Frontera; “Corcel”, de Valencia; “Garcilaso”, de Madrid; “Intimidad poética”. “Tabarca” y “Sigüenza”, de Alicante; “Proel”, de Santander; “Espadaña”, de León; “Entregas de poesía”, de Barcelona y “Lazarillo”, de Salamanca. No son todas no son todas las que salían aquel año, pero entre ellas están las que han tenido mayor resonancia.


            El año 1944 que logra reunir en este interesantísimo grupo de revistas, es una fecha trascendental para toda la andadura poética que había de seguir a esta fecha. Es el año en que Vicente Aleixandre publica “Sombra del paraíso” y Dámaso Alonso, como he dicho antes, “Hijos de la ira”. El panorama de este año quedará completo y confirmada nuestra afirmación sobre la importancia de 1944 en este aspecto, si recordamos ese mismo año el propio Dámaso Alonso publica “Oscura noticia”; Carmen Conde, “Pasión del verbo”; Victoriano Crémer, “Tacto sonoro”; Vicente Gaos, su hermoso libro “Árcagel de mi noche”; Suarez Carreño, “Edad del hombre”…, todos a impulso de la benemérita colección Adornáis.


            Como cada revista de poesía está formada alrededor de un núcleo de hombres con una mayor o menor afinidad poética que, normalmente, contrasta con la de los demás grupos, se produce una saludable competencia, lo que no quita para que exista un transvase de ciertos autores de una publicación a otra, aunque manteniendo sus módulos de expresión. Cada una tiene sus características propias: La de “Garcilaso” las fija Félix Grande diciendo que “aparece y avanza amamantándose en el retroceso”; “Espadaña” se define a sí misma en un editorial, diciendo “nacimos proyectados por los hombres y por las cosas -que son vida- y a ella nos reintegramos, quizá entiendo que le debemos parte muy principal de nuestra fuerza creadora”. Entre estas dos posturas se puede situar el credo de las demás.

            Podemos ver en la colección de “Espadaña” cómo esta revista va conseguir, con una nomina de directores y colaboradores muy distintos a la que reunía “Arriba” en su suplemento, una aproximación a los objetivos que este periódico pretendía al decir que lo que ellos querían ofrecer era el paso de la llamada poesía pura a lo que se podría denominar poesía viva. Claro que “Espadaña” con muy distintas planteamientos, pues en el número 39 de la revista “asumo un húmero de César Vallejo” como muy gráficamente comentó  Félix Grande en su trabajo sobre la poesía española, publicado en la revista “Cuadernos para el diálogo”, de cuyo trabajo proceden las citas que echo de este autor.

            Las polémicas en defensa de las propias posturas éticas y estéticas, se sucedieron. En el número cuarenta, “Espadaña” se siente muy viva aún cuando ya iba cara al final de su existencia, y trata de provocar a las demás en forma airada: “Vivimos una época de luchas tremendas –dicen- de polémicas gesticulares y gritos de desaforados. Y como si fuese un paraíso poblado de evadidos del mundo circundante, el campo de la poesía española no conoce la lucha ni hierve en la polémica”. Creo que el grupo de León exageraba un poco al presentar de este modo el panorama, ya que ellos mismos habían dialogado ya, más o menos bruscamente, desde sus páginas, con los de la revista “Verbo” por ejemplo. Y por otra parte, olvidaban en aquel momento la encendida lucha que se abrió en 1945, cuando Carlos Edmundo de Ory, Chicharro hijo y Serseni lanzaron el primero y único número de la revista “Postismo”, donde incluyeron un “manifiesto” con el que trataban de abrir de nuevo las puertas de un cierto surrealismo.


           Esta polémica que buscaban constantemente los de “Espadaña”, ya aparecía encendida en “La estafeta literaria”, que bajo la orientación de Juan Aparicio desde la Dirección General de Prensa, procuraba fomentar las discusiones en este terreno, que, al final y al cabo, nunca podían llegar al río. En diversos momentos podemos ver en esta publicación, cómo es sacudida la poesía desde todos los rincones. Pedro Caba, el gran luchador, escribió en el número siete del 15 de junio de 1944: “Vivimos malos tiempos para la poesía. Triunfa la retórica, todo frondas y el poeta no escribe con sangre”. Y así, ve una generación en cascada a partir de la promoción de profesores (la generación del 27), después la de los escolásticos de “frígida sonetismo” –dice-, en la que la decadencia, según él, se precipita. Y continúa: “Vivimos malos tiempos para la poesía. Hemos llegado a fuerza de refinar sensaciones y adelgazar la expresión poética, al culto de lo enclenque y flaco”.


            El número siguiente de “La estafeta”, sin apenas dejar reposar este comentario, surge Jesús Juan Garcés (del grupo Garcilaso) en defensa de la poesía que se estaba haciendo en esos días: “Vivimos buenos tiempos para la poesía”, escribe contradiciendo el artículo de Caba y copiando la forma de una de sus frases. “Estamos en pleno renacimiento –continúa- Los poemas son cada día más perfectos y hablan con sencillez meridiana, porque en la sencillez está la verdad.

            ¡Qué importante fue para la poesía de los años cuarenta, este ambiente que ayudó a depurar los conceptos y la forma, en muchas ocasiones! Para cerrar estas notas últimas relativas a la toma de posiciones de las revistas especializadas y dar con ellas una síntesis del momento por el cual atravesaba la joven poesía que empezaba publicarse, recojo a continuación la opinión de dos poetas mayores, Gerardo Digo y Vicente Aleixandre, que aparecieron en un número extraordinario de “La estafeta literaria” correspondiente a los primeros de 1946 y que fue el último de esta publicación. Les habían preguntado, en una amplia encuesta, si se podía hablar ya de que hubiera surgido un movimiento poético con personalidad propia y líneas definidas, después de nuestra guerra civil. Gerardo Diego respondió: “Se va personalizando y definiendo. Aún es pronto para dibujarlo con exactitud”. Aleixandre, más cáustico, contestó: “Quizá nunca se haya escrito tantos versos como ahora y quizá nunca tan parecidos entre si”.

            Las afirmaciones rotundas de Pedro Caba que he leído anteriormente y la polémica que sumariamente he comentado, tuvo lugar, precisamente, en ese año 1944, en el que, como hemos visto, se iba a producir el gran despegue de la poesía española de posguerra y la aparición del grupo Proel.