martes, 24 de diciembre de 2019

Cuentos de fin de año. TEOS



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“Cuentos de fin de año”




         Allá por el año 1947, en los tiempos “camp”, se publicó en Madrid Cuentos de fin de año, de Ramón Gómez de la Serna. Desde entonces recurrimos a este libro todos los años para con su lectura abrir las puertas de la Navidad. Sus personajes forman ya parte de nuestra Nochebuena: Olvido, nostálgica, brindando con su copa de champaña (“en el brindis, las almas se besan”); tío Fernando, celebrando una Nochebuena anticipada del año 2500; Elsa y Ricardo, en su humilde cena, con un esperanzador “ya vendrán tiempos mejores”; la tía Marta; Rosaura, en aquella taberna que regentaba de la calle Tudescos, en la que se reunían en Navidad “paisanos perdidos, mozos de cuerda, vendedores ambulantes...”. Una serie de personajes que con los años se han ido haciendo como de casa y que se invitan ellos solos a nuestra mesa literaria de fin de año.

         Gómez de la Serna, el gran Ramón, polifacético, creador de la “greguería”, maestro fabuloso de la novela, el cuento, la biografía, el ensayo y, sobre todo, de la fantasía, reunió en este librito de Cuentos de fin de año una serie de relatos entre cuyas páginas se encuentran algunas de las mejores que salieron de su pluma.

         Para llenar la página literaria de este numero de Navidad de la revista, creemos que nada más oportuno que traer a ella uno de estos cuentos, que parece salido de la imaginación limpia y tierna de uno de los niños de nuestras Escuelas. Es uno de los méritos de su autor: se vuelve niño cuando es preciso ser niño. Entremos nosotros con el en estas fiestas, con el alma nueva de la infancia, de la mano de este villancico popular:

A los niños que duermen
Dios los bendice,
y a las madres que velan
Dios las asiste.

A dormir va la rosa
de los rosales;
a dormir va mi niño
porque ya es tarde.


Aurelio García Cantalapiedra
Publicado en:
El nº 133 de la revista “Sniace, nuestra vida social”
Noviembre – Diciembre de 1972

Queremos completar este escrito con un cuento que Aurelio García Cantalapiedra escribió el año anterior.

TEOS


Cuando éramos niños, mis hermanos y yo íbamos a ver a Teos; él nos contaba historias junto a la vieja cocina de leña.

A Teos le daba pena de aquellos niños; bueno, la verdad es que siempre le dio pena de todos los niños. Eran tan poca cosa, tan pronto a romperse, que él siempre pensó‚ de los que conocía, que nunca llegarían a ser mayores. Los tiempos eran duros, la comida no abundaba, luego..."el hombre era un lobo para el hombre". Además, le gustaba la idea de que los niños no pasaban de niños. Entonces, ¿los hombres? Eso era otra cosa; no iba con él. Por otra parte, ¿para qué iba a pensar en ello? ¿Es que no tenía otra cosa de que preocuparse? Niños, siempre niños, como ahora. Bebió un vaso de vino que tenía preparado sobre la mesa. Le bebió de un solo trago. Al posar el vaso golpeó sobre la madera ¡Este golpe! Cuántas veces en su vida el mismo golpe. Era un golpe que se había repetido en muchas latitudes; no siempre el contenido del vaso había sido el mismo. En Trinidad, en Jamaica, en Cuba, en Florida... ¡Dios! ¡Cuántos golpes como éste llenaban su vida! Y todos solo. Si acaso, la compañía de aquella pobre mulata que le miraba dulcemente. a los ojos.

¿Por qué le miraba así, tan fijamente? Él no podía soportarlo y volvía la vista. No estaba acostumbrarlo a que le miraran de esta manera. Parecían el perro y el amo. Fue en Cuba, duró poco tiempo. Terminó en una enorme riña. ¿La mulata? Se encogió de hombros. Al fin, ¿qué importaba? Bueno, la verdad es que algunas veces se acordaba de ella en la soledad de esta casa. También esta casa parecía un bohío, como el que había en Camagüey; más o menos eran iguales. Estaba junto al mar. Seguramente por eso se siente feliz aquí. Aquí espera el último día. No tiene prisa, pero tampoco le importa; no le teme, sólo desea que, cuando venga, sea rápido. ¡Este golpe en la mesa! ¡Dios! ¿Cómo se llamaba la mulata? ¡Qué ojos! Cuando le miraba fijamente, brillantes, como perlas negras... Ahora lo recordaba, eran como los de María, esa condenada criatura que todo quería saberlo, que siempre preguntaba, nunca se cansaba de preguntar. Esta pequeña... Sí, llegaría a ser mayor, a pesar de que él no lo viera. Unas gotas de vino cayeron en la barba.

Otro golpe en la mesa. Una tarde salieron juntos, allá en Camagüey, por el camino del cañaveral. La mulata iba ligeramente detrás de él; sentía los ojos fijos en su cogote. Aquellos ojos, como perlas negras. Pero, ¿es que existen perlas negras? Bueno, a él le parecían así; si no las había, que no las hubiera. Cogió la pipa que estaba depositada en una banqueta; aún quedaba tabaco en ella. Era tabaco apagado, tendría polvo de la carretera. ¡Qué más daba! Lo encendió. Ardía. Dio dos chupadas fuertes, profundas, y expelió el humo; entre el humo, los ojos negros, "como perlas negras". Esto no se lo había contado a los niños. Y ¿cómo se lo iba a contar?  No eran cosa para niños. Para ellos, aquellas aventuras de naufragios, de caníbales, de indios y sus flechas que había leído cuando él también era niño, antes de marchar para América. Él las contaba como propias; hazañas en las que había intervenido, luchas de las que había escapado por misericordia. ¡Y cómo le escuchaban!

"Teos, el otro día contaste esto, pero de otra manera" Sí, seguramente María tenía razón. "Es que esto que ahora os he contado sucedió igual, pero en otro sitio" Y seguía con aquellas historias fantásticas, que iban brotando en su imaginación a medida que las contaba. María le miraba como la mulata, fijamente con ojos como... Bueno, ya salió otra vez; sí, ¡como perlas negras! Después de beber otro vaso se limpió la boca con la mano Izquierda; dio una chupada en la pipa. Con la misma mano con que sostenía ésta, se restregó la barba; que se había mojado. Ahora era blanca; en Camagüey, cuando lo de la mulata, era negra y espesa. Ella, a veces, le miraba también a la barba y, otras, más intima, arrimaba su cabellera y sentía el calor de la cabeza junto a la mejilla. Un día le contaría todo esto a María, lo de la barba y la cabellera negra; le diría que su barba también había sido negra, como los ojos de la mulata, como los de ella. Pero no, esto no podía decírselo, porque esto no le interesaba a María. Era muy niña, ¿qué sabía de barbas y cabellos que se besan? No. Seguiría inventando para los niños. Les hablaría de viajes por la selva, de barcos a la deriva, sin marineros, de noches de luna por la playa, de luchas, de peleas. Y abrirían mucho los ojos, y hasta la boca, para no perder ni una palabra. ¡Pobre Teos! Él que se había pasado la vida tristemente, sin aventuras, sin cosas bellas, ahora, a sus años, inventando historias, hablando en "leyenda". Creando para los niños un pasado de cuentos.

¿Cómo sería María cuando fuera mayor? Porque aun cuando él no lo viera, crecerían y ellos tendrían barba y ella melena. ¿Cómo se la peinaría María? ¿Cómo la mulata? El último día que la vio se había recogido el pelo con un lazo detrás de la cabeza. Aquel día los ojos brillaban más que nunca, como... perlas negras... Otro golpe en la mesa. ¡Dios! Si el vaso no golpeara la mesa, él no se acordaría de ella. También aquella tarde, la última, dio con el vaso varias veces sobre la madera. Y la mulata le miraba, de frente, a los ojos, sin hablar, como mira un animal cuando acecha. Arrimó a la barba su cabellera; con la frente rozó su mejilla. Después... ¿Qué habrá sido de ella? Ahora, ya viejo, todavía más miserias. En el pueblo los vecinos le desprecian; le tienen por vago, por borracho, por loco. Estaban deseando que muriera. Menos los niños, claro; estaba seguro de que no querían que esto ocurriera. Los ojos de María lo decían. ¿Cómo será María cuando crezca? ¿Correrá por la playa?, ¿mirará a las estrellas?, ¿cogerá flores por el camino que bordea la ribera? Se volvió hacia el vaso, pero oyó las voces de los niños en la puerta y lo guardó en la alacena.

Aurelio García Cantalapiedra.

Presentado a “Nuestro concurso de Cuentos”. Convocado por el diario Alerta.
Publicado en:
El diario Alerta, el día 4 de abril de 1971

sábado, 21 de diciembre de 2019

Después de todo, todo ha sido nada




AL AMIGO JOSÉ HIERRO REAL


Aquí estamos este 21 de diciembre, dispuestos a que no llegue la nada. Dispuestos a dejarnos acariciar por el recuerdo de la amistad. Que aquellas galernas que llegaban a la casa de tus amigos con tu presencia; no se queden en brisas, en silencio… en NADA.

Allí, en Nayagua, tú quisiste que resonaran eternamente mis palabras:





Y cuando, un día como hoy de hace 17 años, llegó el momento de la nada, escribí:


Nos fuiste entregando la vida muchas veces a familiares y amigos. Hoy ya se ha acabado tu triste juego. Aquel tránsito del dolor a la alegría de que nos hablaste en uno de tus libros y la felicidad que con tu presencia nos inundaba, ha cam­biado para nosotros ahora su camino, así como los años de vino y rosas de entonces contigo.

Vuelves ahora a tu reino, la mar; buscando sentido al tiempo. Has alcanzado aquel día en que la música de estas olas nos ha apagado tu voz para siempre. Y las alucinaciones, ¿te esperaban ahí, en las aguas tantas veces soñadas? Las alucinaciones que en tantas ocasio­nes embargaron tu verso, ¿se han cerrado en esta mar que llenó tu vida? ¿Te ha llegado el momento en que la música de estas olas apague tu voz para siempre?

Hemos ido ahora a la orilla de la mar, mirando ávida­mente cada ola que llegaba hasta nuestros pies, tratando de volver a encontrarte en ellas. Si, aquel tránsito del dolor a la alegría de que nos hablaste ha cambiado el camino.

En los últimos años te refugiaste en un litoral descono­cido, son tus palabras. Pero el mar Cantábrico no te abandonaba y aquí estás para siempre, entre nosotros. Ahora, como tú querías, este mar que es tu jardín, te abraza eternamente.