En los años sesenta, el 24 de
noviembre se conmemoraba en el santoral a San Juan de la Cruz, el cual había
sido proclamado Patrono de los Poetas en Lengua Española en 1952. En tal día de
1968, Aurelio García Cantalapiedra publicó este artículo:
Otoño y poesía en la escultura de Jesús Otero
En la festividad de San Juan de la Cruz,
Patrón de los poetas
El taller de Otero, en Santillana, está
abierto al otoño. Las hojas doradas inquietas, entran en el taller. Hay hojas
de roble, de encina, de nogal, entre los bloques de piedra. El escultor
retrocede unos pasos y tropieza con ellas. Suenan entre sus pies, le advierten
de su presencia y sus manos van de la piedra a las hojas. Las hojas y la piedra
dejan de ser materia.
En el gran bloque que ocupa todo el
taller, está apareciendo una «Piedad». Sobre el regazo apenas esbozado de una
figura femenina el cuerpo caído, en extraño escorzo, de Cristo. También es
otoño en esta impresionante figura. A la primavera fulgurante ha sucedido el
otoño sin apenas verano. El cuerpo de Cristo no le tuvo. El cincel del escultor
quiere que no muera totalmente y retenerle así, en este trance. No le deja
transformarse en invierno. Es hoja dorada, ya madura, que quedará en este gesto
para siempre, con la tranquilidad de la misión cumplida.
Más hojas entran en el taller.
Nuevamente los robles., van echando sus hojas sobre la “Piedad” que está a punto
de concluirse.
El escultor vuelve su cabeza hacia el
otoño. Allá en Fontibre, otras hojas estarán en este momento haciendo la
alfombra de noviembre a los pies del monumento al Ebro. Aquí ya son álamos
blancos, chopos de la meseta. Las hojas menudas, a veces de plata, a veces de
oro, se posan en la piedra. El toro ibérico y el río que mueve España, sienten
un estremecimiento. Cerca, en Reinosa, el busto de Sánchez Díaz vuelve al otoño
su noble cabeza de piedra.
El escultor se va acordando de todas
sus criaturas. Los recientes osos, en La finca de Heras, eternizados en su
actitud de escucha. Sienten caer las hojas sobre sus lomos de piedra. Son hojas
de árboles cuidados. Hojas que parecen cortadas a mano y que duran poco sobre
la hierba para no mancharla. El dorado de las hojas y el dorado de la piedra.
(“¿También en la piedra es otoño?”, piensa el escultor). Surge la poesía. Las
cabezas de Cancio y de Hidalgo. Ambas soñaron con primaveras y con otoños.
Quedaron en la Casona de Cumbrales y en el parque del Sardinero.
Al escultor le gustaría ahora estar
allí. Junto a la cabeza de Hidalgo habrá muchas hojas secas. Los árboles del
parque tienen ya justificado el otoño; dejan caer sus hojas lentamente, cada
día unas pocas. Cada día alguna pareja jugará con sus pies en ellas. Levantarán
la cabeza, mirarán al poeta. El poeta les mirará desde su infinita tristeza.
El escultor se siente satisfecho: él ya
dejó su obra hecha.
Publicado en
El diario Alerta el 24 de noviembre de
1968
Incluido en el libro Cuatro Amigos,
Editado en 1969