miércoles, 18 de diciembre de 2024

RICARDO BERNARDO

 


En l.927 inició sus actividades en Torrelavega un centro cultural con el nombre de Biblioteca Popular, que recogía las inquietudes culturales de un grupo de vecinos, preocupados por el deseo de dar una nueva dimensión a la vida local por el costado de lo espiritual. 


La materia prima con que contó la Biblioteca Popular para iniciar sus actividades fueron los hombres de la Escuela de Artes y Oficios, que encontraron en el nuevo centro cultural un importante complemento para su formación.


El meritorio esfuerzo que Hermilio Alcalde del Río venía realizando desde el año l892 al frente de la Escuela de Artes y Oficios, no era suficiente en el sentido que proyectaban los hombres de la Biblioteca Popular, que pretendían elevar el nivel intelectual por medio de la lectura. Los alumnos de don Hermilio constituían una base idónea para desarrollar el proyecto acariciado, pues el maestre desde que creó la Escuela, se había preocupado, no solo de orientar a los alumnos por el camino del ennoblecimiento de sus oficios respectivos y de introducirles en el del arte; había llevado su labor más allá, adentrándoles en sus propias preocupaciones humanísticas que fueron instalándose poco a poco en la mente de los alumnos, dotándoles así de una sensibilidad que les permitía enfrentar los problemas con un criterio amplio y ecléctico.


En el libro de Esther López Sobrado que hoy me honro en presentaros, encontraréis algunas fotografías en las que aparecen directivos de esta Biblioteca Popular retratados junto a Ricardo Bernardo, como Pedro Lorenzo, Alfredo Velarde y José Molleda, o el retrato artístico de otros, hecho por Bernardo, como el de Gabino Teira y Antonio Ceballos. Si os fijáis en la fecha en que estos dos últimos fueron realizados, podréis observar que la relación del pintor con ellos fue incluso muy anterior a la de la creación de la Biblioteca, pues alguno está fechado en l.920.


Bernardo fue muy pronto una de las figuras clave de la Biblioteca Popular y creo que esta vinculación suya a la vida local fue la que le llevó a ocupar una plaza de profesor en el primer Instituto de Enseñanza Media que se creo en Torrelavega, que inició sus actividades en l932.


Permítanme un recuerdo personal que surge al hilo de esta fecha que, al definir aspectos humanos e intelectuales del artista, mitiga en cierta forma esta referencia personal reduciendo mi presencia a mera anécdota.


Yo hablé por primera vez con Ricardo Bernardo en octubre de l932. Podría señalar hasta el día exacto en que fue, con solo revolver en los archivos del Instituto “Marqués de Santillana”, pero es un pero es un dato que al no tener valor alguno para vosotros resulta ahora innecesario.


Bernardo se había incorporado al claustro de profesores del centro recién creado, para enseñar dibujo y formaba parte en aquella ocasión a que me refiero, del tribunal encargado de valorar los primeros exámenes de ingreso que se realizaban. Entre las preguntas que teníamos que contestar per escrito, una exigía la definición de lo que se entendía por imagen poética y, además, presentar un ejemplo.


Llevaba yo entonces muy fresca en la memoria la lectura de García Lorca y copié en el papel unos versos del poema de la muerte de Antoñito el Camborio. Al pasar el profesor por mi lado leyó los versos escritos, preguntándome por mi conocimiento del poeta y de su obra, recitando a continuación Bernardo los versos que seguían a los que yo había puesto como ejemple. Algún tiempo más tarde, en las conversaciones que siguieron a aquella primera, más bien monólogos por su parte que intervenciones mías, pude enterarme de su admiración por la poesía de Lorca y de su conocimiento de la de los demás poetas del grupo del 27.


Cronológicamente, Ricardo Bernardo pertenecía a esa misma generación, a la que como con buen criterio señala Esther López, se sentía tan unido espiritualmente.


Lamento haber dado a estas palabras mías a la hora de presentar ante vosotros este libro, un carácter tan personal. No he podido evitarlo y confío en que comprendáis que me ha guiado, sobre todo, el interés de mostraros un aspecto de su personalidad. Ricardo Bernardo fue maestro mío y de algunos otros muchachos de mi generación en muchas cosas, y aquel encuentro primero permanece en mi memoria en forma destacada. Hablar de él aquí o en cualquier otro lugar y ocasión, me hace volver siempre al recuerdo de aquel día.


Entre aquella primera fecha que he citado y la de su salida para el exilio en 1937, tuve la fortuna de poder estar a su lado con relativa frecuencia y de comprobar que nuestro encuentro en torno a la poesía resultaría providencial para mí. Bernardo no sólo fue mi maestro de dibuje, sino también la persona que me introdujo con entusiasmo en la poesía. Frecuenté la relación personal con él en las horas de las clases de dibujo en el Instituto; tanto en las que estaba obligado a estar presente por ser las de mi curso, como en las de otros curses distintos al mío. Algunas lecciones de otras asignaturas perdí por este motivo. Mientras sus alumnos se afanaban en la labor de realizar los dibujos que les señalaba, yo escuchaba devotamente su incansable conversación sentado junto a su mesa. Con frecuencia discurría ésta por los caminos de la poesía, abundando en referencias a los libros nuevos qua iban apareciendo, de los que él estaba siempre al día. La literatura, el arte, la política en sus aspectos más cercanos a los hombres, eran temas preferidos por él. En el libro de Esther encontraréis oportunas referencias a este sentido humanístico de su biografía.


Y hablo de esto, un cuando tenga que ser, como dije entes, en una referencia personal, porque creo que con ello queda señalada una valiosa dimensión de sus conocimientos y de su sensibilidad, tan profunda.


Podéis valora ahora lo que representó para Torrelavega, y particularmente para las actividades de la Biblioteca Popular, la presencia personal en aquellos años en nuestro pueblo de Ricardo Bernardo.


Su relación con los ambientes cultos de aquí fue temprana. Si su primera exposición en Santander tuvo lugar en 1918, hemos visto que, poco después, en 1920, hizo los retratos de sus amigos de Torrelavega Pedro Lorenzo y Gabino Teira.


Más tarde fue su viaje a Cuba, de donde regresó en abril de 1925, una vez cumplida una etapa importante de su vida. Esther López nos recuerda en el libro este momento al reproducir unas palabras del pintor publicadas por su amigo Gabino Teira en un artículo que apareció en El Cantábrico el 28 de abril: “Quiero pintar cosas que acaso no gusten –decía Bernardo- cosas para mi contemplación particular, pero en las que no haya un adarme de condescendencia para mi nadie” –más adelante volveremos sobre esto- Se había producido una transformación en su manera de entender el arte plástico, transformación que llevaría adelante en lo posible. Pero allí, en Cuba, concretamente en Cienfuegos, había tomado contacto también en cierta manera, con Torrelavega, en su relación con la familia Torre-Fernández Sagarmínaga, hermanos políticos de su amigo Teira. Fue entonces cuando pintó, en octubre de 1924, los retratos de María Fernández Sagarmínaga y el de su esposo, Ramón Torre Tejera. Hace poco tiempo, cuando ambos quedaron destruidos por el fuego en Torrelavega, pensé por un momento que, por el lugar en que fueron realizados, parecían predestinados a este fin.


La primera exposición de obras de Ricardo Bernardo en Torrelavega, tuvo lugar en los salones de la Biblioteca Popular, inaugurándose el 1 de diciembre de 1928. El pintar llegaba a nuestro pueblo con un acreditado itinerario artístico, conseguido a partir de aquella fecha inicial de febrero de 1918 en su exposición de Santander, a la que siguieron otras muy importantes en diversos lugares de las que Esther López nos ofrece en su libro una rigurosa cronología. En la prensa local habían ido apareciendo comentarios a estas exposiciones bajo las firmas acreditadas de José del Río Sainz, Laureano Miranda, Gabino Teira, Víctor de la Serna, Escalera Gaye y otras. Esta primera exposición de Torrelavega se inauguró con una conferencia a cargo de Laureano  y alguno de los cuadros expuestos en ella pasaron a colecciones privadas de convecinos del pueblo. 


A partir de entonces fue frecuente la presencia de Ricardo Bernardo y su obra en los salones de la Biblioteca. Pienso que su amistad entrañable con algunos de los directivos del centro, le obligaba a aceptar invitaciones para exponer su obra o dar conferencias, participando con su presencia en la labor que se habían propuesto y, sin duda, en más de una ocasión, para cubrir faltas que se producían en la programación.


El dos de abril de 1930 volvió a exponer en la Biblioteca, complementando el acto de inauguración con la lectura de una conferencia titulada “La pintura moderna. Del impresionismo al surrealismo”. En las palabras iniciales justificó la intervención diciendo que le obligaba a ello “la añeja amistad que me liga a fundadores y entusiastas de esta Biblioteca, tan plena de posibilidades, que considero también como algo mío, al sentirme un torrelaveguense más.” Era este una declaración personal que no tenía nada de retórica. Debió de ser en esa ocasión cuando se habló en público por primera vez, en Torrelavega, de cubismo y de futurismo. El mes anterior, y con ocasión de una exposición en el Ateneo de Santander, su amigo Laureano Miranda publicó un artículo en La Revista de Santander.


El 28 de abril del año siguiente expone nuevamente en la Biblioteca Popular,  exposición que me extraña mucho que se haya escapado al ojo avizor de Esther López Sobrado, y el 17 de febrero de 1933 leyó en el mismo centro una conferencia sobre el Greco y Zurbarán, la misma que, según nos informa su biógrafa, leyó en el Casa del Pueblo de Santander.


Esta conferencia iba a tener su continuación el día 24 del mismo mes de febrero, para tratar de Velázquez y de Goya, pero una indisposición del conferenciante obligó a suspenderla, trasladándola a marzo; pero también en esta fecha tuvo que ser suspendida por la misma razón que en la fecha primera.


El día de Reyes de l936, Bernardo fue encargado de entregar los premios correspondientes a una exposición infantil de pintura organizada por la Biblioteca Popular, en cuyo acto habló el pintor a los niños animándoles a seguir por ese camino. El interés de Ricardo Bernardo por los jóvenes lectores que frecuentaban la sección de la Biblioteca Infantil de esta entidad, era manifiesto. No solamente se reunía con ellos en cuantas ocasiones le era posible, sino que llevaba su entusiasmo a rifar con frecuencia entre estos pequeñas amigos, algún dibujo suyo. ¡Con qué envidia vi pasar aquellos dibujos a otras manos distintos que las mías!


La última intervención pública de Ricardo Bernardo en Torrelavega fue en marzo de l936, con motivo de una exposición del pintor Eduardo López Pisano, en cuyo acto de clausurar el día 27 del citado mes, leyó unas cuartillas con el título “La pintura española contemporánea”.


Durante el curso l936-37 su participación en la labor docente del Instituto de Torrelavega fue escasa. Aparte del estado de salud, no muy sólido, le impidieron las actividades a que le llevó su compromiso político, que al final le hicieron abandonar la enseñanza. En el Instituto fue sustituido, interinamente, por José Luis Hidalgo.


Nada le resultaba ajeno en su entusiasmo, tanto en la vertiente artística como en la humana. Su inteligente curiosidad, su vitalidad desbordante mientras se lo permitió la quebrantada salud, y su espíritu sensible, le llevaron a buscar con afán y a entregarse con pasión a la amistad y al arte, que constituyeron los dos renglones más acusados de su personalidad.


  Las obras de Ricardo Bernardo fueren principalmente, sus óleos y sus dibujos, pero también fueron obras suyas las amistades de que se rodeó. Si en su expresión plástica quedó reflejada la acusada sensibilidad artística, en la memoria de los que le conocimos quedó vivo el recuerde del hombre que consiguió proyectarse de manera admirable y generosa, en el espejo claro de la amistad. 


En una exposición que en su homenaje se presentó en el Museo de Bellas Artes de Santander en l978, a base de una amplia colección de su obra, pudo admirarse la calidad plástica de éste, que había quedado olvidada per el público, en un largo periodo de más de cuarenta años después de la marcha del artistas al exilio, Ahora, con este libro de Esther López Sobrado, quedan reivindicadas para siempre, con el alcance de ese siempre que logra la obra bien hecha, no solo el valor plástico, sino también el humano de uno de los hombres ejemplares de nuestra región, del amigo que un día de agosto de l937 se alejo de nuestro lado empujado por las trágicas circunstancias de la guerra civil y a quien un día de octubre de 1940 perdimos para siempre en tierras de Francia.


En este bello e importante libro de Esther López, encontrará el lector confirmación puntual de lo que hoy he dicho y algunas informaciones más sobre la presencia de Ricardo Bernardo en Torrelavega, en las que no insisto porque ya las tenéis en el libro, y en la que ya he pretendido introduciros con estas notas mías.




miércoles, 13 de noviembre de 2024

PERSONAJES INOLVIDABLES

 

Hoy, después de los sesenta años transcurridos, al redactar estas líneas se ha tenido muy en cuenta la presencia de algunas personas que frecuentaban aquella biblioteca, como Gabino Teira, atildado siempre, maestro siempre en el decir y en lo que decía; Pedro Lorenzo, solícito y discreto; enterado sin tratar de demostrarlo; Alfredo Velarde, sonriente y de vuelta de tantas cosas, a quien veíamos buscar aceras de sol en sus paseos invernales del mediodía, en horas de trabajo para los demás; Fermín Cianea, honesto hasta lo inverosímil; Pepe Raba, adornado constantemente con libros debajo del brazo; José Luis Hidalgo, con quien compartí entonces horas de lecturas; Eduardo Pisano, el entrañable y optimista Pisano, que solía llegar a la biblioteca con un ramo de tulipanes en los días de onomástica de la señora de alguno de los contertulios; el viejo Isidoro, conserje de la biblioteca, a quien siempre conocimos viejo, o nos lo parecía a nosotros desde su misión de fiel y rutón cancerbero de los libros. Como otras figuras, dichosamente todavía presentes entre nosotros, como la inigualable del escultor Mauro Muriedas y las de Pablo del Río y Antonio Díaz-Terán.


Publicado en:
El diario Alerta, 13 de noviembre de 1987

NOTA: Perdón por la calidad de las fotografías. Y perdón a la familia de Pepe Rába, Antonio Díaz-Terán e Isidoro, de quien no he localizado ninguna foto en el archivo de AGC.



domingo, 13 de octubre de 2024

EXPOSICIÓN DE VÁZQUEZ DÍAZ EN LA BIBLIOTECA JOSÉ MARÍA DE PEREDA


En la pintura española contemporánea, prescindiendo de los extraños que representan el arte abstracto (¿arte obstruso, amigo Otero?) y el insustancial arte académico, destacan tres figuras que, aun cuando en principio parece que corren por caminos distintos, en definitiva, representan y forman una misma línea de conducta: Zuloaga, Solana y Vázquez Díaz. Los tres dejan atrás, los primeros pasos en la Academia, vaso muy pequeño para contener tanta pasión desbordante, pero los tres se mantienen incontagiados y serenos ante los peligros de los ismos que los rodean, centrándose en una pintura netamente española. Zuloaga, pintor un poco forciori, hecho con tesón e inteligencia (quizás el menor pintor de los tres), sereno en el dibujo muy apreciado y valiente en el color hasta perderse en ocasiones; Solana, ojos alucinantes ante lo alucinado del mundo que se refleja en ellos, lleno de sensibilidad para las cosas groseras a las que dignifica, y Vázquez Díaz, que nos trae ahora su sala a la Biblioteca, el más lírico de los tres. Los tres nada modernos, pero muy siglo XX, que podríamos decir con la frase de Ortega. Los tres al margen de todas las corrientes tormentosas que a veces parece que les van a arrastrar, llevando con dignidad un concepto español de la pintura, independiente y paradójica.

     

     Vázquez Díaz, a quién dentro de breves días vamos a poder admirar, el único que pertenece de los tres, con un dibujo seguro y arquitectónico, delicado, y un color que a veces se nos antoja falso, pero muy suyo, llena con su personalidad los años actuales, donde ha alcanzado una madurez y prestigio indiscutible.

     

     Quizás pueda opinarse, desde una banda, que su manera es un poco demodé, muy del gusto de la época anterior a la guerra, o que sus retratos resultan a veces excesivamente acartonados, pero, por encima de todo ello, de este acartonamiento en ocasiones, o del fallo del color que otros le han achacado en algunos cuadros, esta su obra de conjunto, espléndida y copiosa, llena de maravillosos retratos al carbón o lápiz y los frescos de la Rábida de una maestría insuperable.

     

     No nos cansaremos de repetir que esta labor artística que viene desarrollando la Biblioteca José María Pereda y el Centro Coordinador de Bibliotecas de la provincia, organizador con ella de las exposiciones, es digna de nuestro agradecimiento más sincero.

EQUIS


Publicado en:

El diario Alerta el 13 de octubre de 1954, bajo el seudónimo de EQUIS.

Insertado en el libro: Torrelavega de Historia, Literatura y Arte 2006




 

jueves, 19 de septiembre de 2024

PREGÓN DE LAS JUSTAS LITERARIAS DE REINOSA


     Si para los que venimos de peñas-al-mar en un viaje normal, siempre es grato alcanzar las alturas de Campóo, fácilmente pueden ustedes comprender cómo ha de resultar para quien, además, se encuentra ante el bello marco que ofrece este teatro, vestido de gala con motivo de las fiestas de San Mateo. Mis primeras palabras de esta noche tienen que hacerse eco de esa impresión repetida, aunque sorprendente en todos los momentos, que ofrece vuestro paisaje. Pero el asombro esta vez no termina ahí, no se queda en la admiración devota de estas tierras, ya que habéis tenido el acierto de situar aquí, en el escenario, a la parte más delicada de ellas, representada en esta corte de honor. En mis paseos por el valle, menos frecuentes de lo que ha sido mi deseo, he podido comprobar en todas las ocasiones, esa perfecta adecuación que existe entre vuestro paisaje y la mujer campurriana que le sirve de adorno y que pone en él un toque de gracia que le completa. No podían albergar estos campos, entre sus luces y sombras matizadas, otra belleza distinta a ésta, singularizada luz en tan deslumbrante presidencia.

      

     Yo confío en que esta hermosa corte pueda lograr, como en los cuentos de hadas, que su vara mágica consiga cuanto se proponga. Dejadme creerlo así y pensar en que su efecto poderoso propiciará el que mis palabras puedan ser dignas  de ellas y de ustedes. Para conseguir estar a la altura de las circunstancias que aquí se concitan, voy a necesitar de la acción benévola de la magia que invoco, pues sin su concurso va a ser difícil lograrlo, porque cuando el alma se echa a soñar por los caminos que conducen a estos paisajes, las sugerencias se agolpan y los vocablos en que han de ser ordenados caen en cascada sobre la mente; las cuerdas de la sensibilidad, que se han tensado al máximo distorsionan los sonidos y los sentimientos pueden brotar de manera que impidan la correlación que requiere este breve encuentro que me he propuesto con Campóo y con su cultura.

      

     A requerimiento de vuestro Alcalde, tuve la oportunidad de hablar en público en esta ciudad en anterior ocasión y mis primeras palabras entonces, nacidas, como ahora, del convencimiento sincero, estaban llenas de complacencia y hasta de cierto matiz lírico. Decía en aquel acto y repito hoy, que cuando desde las tierras bajas de la provincia se sube en el otoño en busca de la meseta, a medida que nos acercamos a Campóo la luz se dora y la naturaleza se envuelve en amarillos; una mano misteriosa limpia el aire y todo resulta diáfano, luminoso. Es que de pronto se entra en el reino de la claridad sorprendente; los árboles, son árboles y las veredas, veredas. Canta el sol con fuerza y el gris, mixtificador a veces, desaparece; el horizonte se alarga, surgen los bosques de manos encantadas, y unas montañas lejanas, azules, enmarcan el paisaje. Si el viajero tiene la suerte de ser de los que andan por el mundo con los sentidos abiertos a la belleza, no podrá impedir el estremecimiento. En Campóo se ensanchan los caminos del alma hasta los límites de vuestras montañas, que no son límite sino belleza añadida al llano. Los ríos discurren por sendas abiertas en siglos de trabajo, creando espejos para los álamos, los hayedos, los robles, que se miran en ellos con envidia de narcisos vegetales, ríos violentos a ratos, que andan y suenan para placer de los ojos y deleite de los sentidos. Fontibre, Hoz de Abiada, Nestares, son nombres que a fuerza de repetirse en vuestros oídos posiblemente han ido perdiendo fuerza en vuestras almas. Para nosotros, los que disfrutamos de ellos en contadas ocasiones, colman nuestra sensibilidad y cada uno provoca el rebrote imaginativo de lugares paradisiacos en los que "la cuita se cuesta a dormir", como en el verso de don Miguel de Unamuno. Rabiones y remansos del Hijar, umbrías y solanas de Riaño, caminos de La Lomba que llevan siempre a soledades del espíritu…

      

     Así es Campóo estación señera que abre con hidalguía las puertas de la paramera castellana, prólogo y reposo, meditación y toma de conciencia para el caminante que llega con ánimos de adentrarse por tierras de la meseta, por esa Castilla que en voz del anónimo del romancero crea a los hombres y los destruye. Desde este otero comienza el viajero a sentir que está a punto de entrar en un mundo distinto, porque aquí tropieza con el muestrario selecto de lo que va a encontrar en sus andanzas siguientes. El atractivo provocará en él la duda, duda mayúscula, entre seguir o detenerse para siempre al cobijo de vuestra hospitalidad. Aquí empezará a ejercitar sus primeras armas de ascetismo. ¡Cuántos de estos hombres, con intenciones más largas, con deseos más lejanos, con metas fijadas en mayores leguas de camino, las han abandonado para asentarse en Campóo para siempre! Sus días de viajero fracasado irían muriendo para empezar a vivir años de campurriano complacido. Esta tierra fue haciendo sus hombres en el yunque de la conjunción de dos visiones: el mar abierto, igual y distinto a cada instante, que viajaba nostálgico en la retina de los hombres procedentes de peñas-al-mar, y la llanura extendida, quieta efigie geológica tumbada el mundo vivido por los que venían de la meseta. En este encuentro de caminos sueñan las vivencias de Campóo y sus hijos miran con ojos entornados, en una remembranza ancestral, a uno y otro lado de las dos laderas que preside el altozano que ocupan. Aquí quedó el hombre que iba para castellano y que nunca llegaría a serlo porque se entregó al encanto de vuestra tierra; aquí se rindió un ser humano de los que habla el romancero contando historias de cuerpos que se destruyen bajo el sol, en una ardiente inmolación de la materia de la que el espíritu surgiría purificado y gozoso. Recordar que Teresa de Ávila, la gran castellana, y Juan de Yepes, quería morir porque no morían…


     De este mundo tenéis la llave vosotros; sois dueños del paso que lleva a él; como Ulises, el viajero que intentó cruzarlo luego de taparse los oídos del cuerpo, y hasta los del alma para lograrlo, pero tanta belleza acumulada le detuvo para siempre. Después, cuando los años reposaron el entusiasmo y el impulso primero, y el viajero, ya otoñal, se sintió tierra de vuestra tierra, con qué alegría repetiría con el frailecico de Yeps  


Quedéme y olvidéme  

el rostro incliné sobre el Amado…


     Permitirme recordaros una frase de un campurriano de pro, de un hombre de mente fina, uno de los hombres más sensibles de entre los vuestros; me refiero a Miguel Ángel García Guinea que un día. escribió de Campóo: "El fervor, casi la locura, que yo he tenido y tengo por las montañas, por los montes cargados de robles, por los hayedos que yo descubría en tardes inenarrables, se debe, casi en su totalidad, al contacto íntimo, continuo, directo y hasta enervante con este mundo natural…" ¿Para qué ahondar por mi parte en el tema después de estas palabras?


     Y si del paisaje pasamos a los seres que llenan, o llenaron ese paisaje con su presencia o con su ausencia nostálgica, ¡con cuántos nombres habremos de tropezarnos como símbolo de las virtudes y de la capacidad humana. y cultural de Campóo! Forzosamente, surgirán en primer lugar los de Casimiro Sainz y Manuel Salces. De estas tierras, sobre las que yo he intentado una aproximación a sus valores plásticos, quedó en los lienzos de ellos el mejor reflejo. Casimiro, el "cojo de Matamorosa", como cariñosamente le apodaron, supo como nadie ser espejo lírico de su belleza. Su retina excepcional fue capaz de enfrentarse a este paisaje con la valentía que requiere la violencia de su luz, limpia y denunciadora de verdades. ¡Qué dolor para Reinosa y para el arte español, la onublación de su mente cuando solo contaba cuarenta y cinco años! No es posible adivinar los límites que hubiera alcanzado su pintura, pero la imaginación se tiene que ir muy lejos en este intento al contemplar la obra que nos dejó, llena de una gran fuerza expresiva. El hombre Casimiro Sainz fue un poseso, un tocado por lo demoniaco en el sentido transcendente de la palabra. Las sucesivas enfermedades que jalonaron su vida, desde el ataque de cólera a los dos años de edad hasta la locura definitiva, van fijando su cerebro y dando forma a un espíritu que se adelgaza con el paso del tiempo hasta extremos inverosímiles, que limitan, al final, con la anulación completa del yo. Casimiro fue el gran sensible, el contemplativo dominado por lo contemplado, el lector asiduo de la Biblia donde encontró alivio para sus tragedias humanas. Testigo y ejemplo de excepción, vigila hoy con gesto paternal, desde su eternidad del monumento en el paseo de Cupido, la marcha de la vida de Reinosa. 


     A Manuel Salces le vemos más sereno, más en el camino de lo cotidiano, sin grandes alteraciones. En la biografía que escribió de él José Simón Cabarga, encontramos una expresión que enlaza justamente con nuestro punto de partida: "Mas parece natural admitir -dice Simón Cabarga-, como uno de sus cauces principales, sino único del hecho, el poder de la sugestión de la naturaleza que le rodeaba cayendo como una gran claridad sobre su espíritu elegido." Es el paisaje, -volvemos al hilo de nuestras palabras- quién dominaba el arte y, por lo tanto, la vida del pintor de Suano, hombre de fina sensibilidad, que nos dejó reflejada en sus cuadros la naturaleza con minuciosidad y primor.

     

     Pero el Campóo humano no limita las muestras de sus hombres dotados prodigiosamente, en estos dos artistas, aunque ellos dos serían bastante para llenar de orgullo a cualquier pueblo. Si llevamos nuestra exégesis al campo de las letras y dejando señalado a Rodrigo de Reinosa, Si bien aparte por su no muy claro origen campurriano, con todos nuestros respetos para las afirmaciones de don Marcelino Menéndez Pelayo, con qué satisfacción podemos citar a hombres como don Ángel de los Ríos y Ríos, el famoso "sordo de Proaño”, el altivo señor de la Torre, de quien Enrique Menéndez Pelayo escribió: "A roble añoso se comparó él mismo y del roble tiene lo alto y lo inconmovible, el sano corazón y la arrugada corteza." Naturaleza y figura, ambiente y carácter se funden en este hombre de Campóo que vivía solo, arriba, en la montaña, desdeñoso y místico devorador de soledades. Y Duque y Merino, cojo y malhumorado como le definió José María de Cossío, que al parecer solamente distendió su carácter abrupto, como las cumbres que le rodeaban, para hablar con emocionada ternura de su amigo Casimiro Sainz. Y Ramón Sánchez Díaz, que llega a este mundo en Reinosa, apadrinado por Duque y Merino. De Sánchez Díaz muchos de los aquí presentes podáis hablar con mejor conocimiento que yo, pues tuvisteis la fortuna de conocerle personalmente. Hombre de acentuada sensibilidad, abierta a los problemas no solo locales sino también nacionales, que nos dejó escritas páginas exquisitas en una larga serie de títulos, en las que con frecuencia volvía los ojos desde el lugar en que se encontrara a su Reinosa natal, que llevaba en el corazón, y al que dedicó algunos de sus mejores artículos, colaborando en ocasiones en los distintos periódicos que vieron la luz en estas tierras, desde El Ebro, en 1887, hasta la reciente y añorada revista Fontibre. Su amor a Reinosa quedó patente principalmente, en esa donación que os hizo en la que instalasteis una casa de cultura, que ha sido ejemplo de cómo debe de encauzar un pueblo sus virtudes naturales y que no debéis consentir que decaiga, para que pueda servir no solamente de monumento perenne a su generoso donador, sino también para que las obras del espíritu de tanto reinosano ilustre sean recordadas a las generaciones siguientes y puedan ser expuestas como modelo a imitar.


     Permitidme insistir unos momentos sobre la obra y las ideas de don Ramón Sánchez Díaz, que, a mi modesto entender, ha sido una de las figuras más interesantes que ha dado Campóo y aun la provincia entera. Yo invito a quien no conozca su obra a adentrarse en ella, pues en sus páginas, a veces vehementes y siempre inteligentes, habrá de encontrar el lector un hombre que pudo brillar a la altura de los más célebres autores de la generación del 98, que era la suya, y que si no llegó a ocupar públicamente el lugar que le correspondía, fue debido a su sencillez y modestia. Más puedo decir de él en este sentido: en sus libros habréis de encontrar un pensador de hoy, una cabeza de nuestro tiempo, pues su norte constante fue la libertad del ser humano, buscada apasionadamente, en un mundo en el que los derechos inalienables del hombre fueran sagradamente respetados. Le preocupó la Política con mayúsculas, la cultura en sus vertientes de educación e instrucción, la industrialización, el desarrollo del campo, la creación de puestos de trabajo en los que se pudiera unir al deber de trabajar el derecho a hacerlo honradamente y en el sentido vocacional de la vida. Y, por último, miraba a Europa, al progreso europeo como meta a alcanzar por nuestra patria. Todo ello en un afán de diálogo crítico que le enfrentó, con relativa frecuencia, a la mediocridad entorno, buscando en sus escritos, contra toda adversidad, el bien común.

      

     En este paseo apresurado por el mundo de las letras reinosanas, ¡Cómo dejar en el olvido al hombre que tuvimos la dicha de tener a nuestro lado hasta no hace tanto tiempo! Sabéis que me estoy refiriendo a don José Calderón, "el Duende de Campóo”, como se bautizó a si mismo en sus escritos. El fue suma y compendio de los que le antecedieron y en sus crónicas de El Diario Montañés dejó en las "escenas campurrianas" la muestra de un admirable talento para reflejar la vida y el campo de las tierras en que transcurrió la suya. Los paisajes -otra vez el paisaje como tema. eterno-, las escenas humanas, hicieron brotar de su pluma fácil abundantes crónicas que no solamente leíais con avidez los reinosanas, pues también gozábamos de ellas otros lectores de la provincia. Yo creo que en ninguna casa de Reinosa faltará su importante libro, que tituló sencillamente con el nombre de Campóo, hombre que compendiaba toda su vida y afanes. En este libro, para el que dejó el apodo en un rincón firmándolo con su nombre de pila, podéis leer un párrafo que voy a repetir ahora y que estoy seguro de que llenará de gozo vuestro orgullo de campurrianos. Dice don José Calderón: "El corazón de Cantabria no hay duda, estaba situado junto a las fuentes del Ebro en nuestro valle de Campóo… y más en épocas de turbulencia y de peligros, el corazón, el centro de la resistencia, la ciudadela, hablando en términos castrenses, no hay duda de que fue Campóo con sus cerrados bosques y las montañas que les rodean." 

     

     Don José escribió este párrafo no solo con la fruicción y la pasión por su lugar de nacimiento, sino con los documentos de la historia en la mano. Si Cantabria triunfó durante largos años en la defensa heroica de su territorio contra las legiones romanas, en estas tierras de Campóo se localizó el núcleo de la lucha, que sin hipérbole podemos llamar numantina, por su carácter. Aquí, siglos más tarde, tropezaron las huestes visigodas, y el monte Hijedo, citado por el cronicón Emilianense, pasa a la historia del medioevo como el lugar donde estaba situada Cantabria. "Capital en épocas de turbulencia y de peligros, el corazón, el centro de la resistencia", dice don José Calderón con abierta complacencia.

     

     Y desde este valle saltaron los foramontanos a la gran aventura de crear un mundo, de recrear un mundo arrancado a pedazos y a golpes de entusiasmo a los árabes. Por la venta de Tajahierro entraron en Campóo los hombres de Malacoria, incontaminados como vosotros del sarraceno y aquí se les unieron en la noble tarea los mejores hombres de vuestro lugar. Es el momento histórico en que empiezan a aparecer en estas tierras, entre las espesuras de los bosques solemnes como catedrales, las iglesias románicas (Cervatos, Retortillo, Bolmir, Villacantid), qua son justo orgullo vuestro todavía. Es la hora de la historia difícil de España, cuando nuestra Patria está naciendo, ocasión en la que Campóo está presente y está en primera fila, como hito fundacional. Después vendrían las Cartas-Puebla, como la de Brañosera, los Fueros y Privilegios, como el de Cervatos. Antes, mucho Antes, las iglesias rupestres habrían poblado esta Merindad, guardando en su interior el significado de una época. Hasta los más ajenos a su finalidad no pueden sustraerse hoy a la emoción provocada por su rústica disposición; de sus oquedades parecen salir todavía murmullos y plegarias ingenuas que conmueven al visitante que se acerque a ellas limpio de soberbia.

     

     He nombrado las iglesias románicas y no puedo evitar el mencionar nuevamente a Miguel Ángel García Guinea, que tan inteligentemente las ha estudiado, de quien me limitaré a citar solo su nombre porque se que otra cosa iba a herir su modestia. De él han quedado en palabras anteriores, la referencia a una frase suya que dice todo de su amor por la tierra que le vio nacer y de su sensibilidad para expresarlo.

      

     Tendría que hablar de más campurrianos que sobresalieron con su vida y con su obra, pero creo que el muestrario ha sido suficiente. Sin embargo, no quiero dejar de hacerlo de otros hombres de estas tierras, héroes anónimos de su historia y de su desarrollo, de esos hombres del mundo del trabajo manual, del trabajo industrial y del campo, de los que la Merindad de Campóo ha de sentirse tan orgullosa como de los que he citado con sus nombres y apellidos. Es justo destacarlos porque en su labor honesta, dura muchas veces, ingrata otras, pero siempre digna, ha encontrado este valle la razón de su prosperidad, su mejor galardón. Si los hombres del espíritu han provocado una luz inextinguible, proyectada allá de estos montes y aún de las fronteras de España, esto fue posible porque tras de ellos, de manera callada, con constancia y gesto generoso, estaban estos otros hombres, que supieron conservar un patrimonio que hicieron crecer y desarrollarse hasta los límites que hoy disfrutáis. Por los dos caminos habéis sabido marchar con andar firme y señorío, sin vacilaciones, con ánimo sereno, con la vista puesta en estas tierras maravillosas que habéis engrandecido ante la admiración de los demás.

      

     En el final de mis palabras, vuelvo al principio. No se si habré sabido dar coherencia a mi discurso; no se si mis elogios habrán estado a la altura de esta hermosa tierra; no se si he sido capaz de acercarme a vuestro paisaje en alguna medida; no se si he sido digno de vuestra deferente atención.  Lo que si puedo aseguraros es que todo ha sido dicho con la sinceridad de que es capaz un corazón que se siente alterado cuando desde peñas-al-mar se asoma a estos lugares y cuyo espíritu es sacudido con fuerza por tanta belleza como aquí se reúne.


Leído en las Justas Literarias de Reinosa el 19 de septiembre de 1977





sábado, 31 de agosto de 2024

LORENZO FRECHILLA

 EL VIRTUOSISMO DE LOS FRECHILLA

(Homenaje desde Cantabria a Lorenzo, el escultor)


La noticia en la prensa nos ha llegado separada por muy pocos días: el 4 de agosto moría en México el pintor Mathias Goeritz, y el día 9, en Madrid, el escultor Lorenzo Frechilla. A los dos les unió en Cantabria una fecha: Septiembre de 1.948. Goeritz exponía sus dibujos en el “Saloncillo de Alerta”, de Santander; Frechilla, que empezaba entonces su vida artística, colgaba en la Biblioteca “José María de Pereda”, de Torrelavega, una amplia colección de su obra: ocho esculturas y veintinueve miniaturas, realizadas en marfil y azabache. Poco antes, había obtenido la Primera Medalla del “Salón de Otoño de Castilla”.

 

De Lorenzo Frechilla, a quien de los dos artistas citados quiero dedicar hoy este comentario, quedó en Torrelavega un buen recuerdo. Con motivo de aquella exposición pasó unas horas con nosotros; horas inolvidables, mientras le ayudábamos a instalar sus sorprendentes marfiles en las paredes de la sala, o las que transcurrieron en mi casa, donde deja un recuerdo imperecedero de su admirable carácter y sensibilidad artística. Después nos volveríamos a encontrar en su Valladolid natal rodeados de amigos, en el piso en que residía. ¿Era en la calle Alcalleres, en un cuarto piso? No lo puedo fijar exactamente. En la memoria queda sólo el recuerdo de unas amplias habitaciones en las que “reinaba” un piano de su hermano Miguel, y con la presencia del buen amigo de Lorenzo. el pintor Publio Wilfrido.

 

Mas tarde nos cruzamos algunas cartas; me enviaba fotografías de su obra en marcha. El virtuosismo de los marfiles iba dando paso a obras más ambiciosas. Conservo una carta suya fechada en Valladolid el 23 de noviembre de 1. 955, cuando preparaba el salto y conquista definitiva de Madrid: “Estoy buscando sitio para trasladar mi taller a Madrid, pues mi mayor número de encargos viene de allí…”; se quejaba en la carta de las dificultades que encontraba en “mi querido pueblo natal” para el desarrollo de su capacidad creativa. Poco antes había recorrido Inglaterra, Francia y América del Sur. Me contaba de un viaje a París acompañado por Publio y de una exposición conjunta en la capital francesa…

 

Los recuerdos, hoy que le hemos perdido, están resonando más fuerte en mi memoria. Aquella obra primera vuelve con nitidez. Crecía al par del virtuosismo que fui conociendo más tarde de los hermanos de Lorenzo. Miguel, el pianista, de quien se hablaba ya en Valladolid con devoción y que pronto conquistaría España con sus ejecuciones prodigiosas; Miguel, que construía con las notas del piano hermosas esculturas, que quedaban en el aire como las de Gog, el personaje de Papini. El otro hermano, profesor de idiomas que sorprendería un día al tribunal de unas oposiciones dando cuenta de sus conocimientos del chino, conocimientos más sorpresivos, por haberlos aprendido en un pueblecito de la provincia de Valladolid. Virtuosismo en los tres hasta extremos difíciles de alcanzar.

 

Todo está así, en el recuerdo, “cuando de casi todo hace ya cuarenta años” como escribió con frase significativa José María Castellet. 





jueves, 15 de agosto de 2024

PEDRO LORENZO MOLLEDA: Más que un nombre para una calle


Cuando hace unos días descubría Marisol Lorenzo ante el público la lápida que daba el nombre de su padre a una calle de Torrelavega, la figura de Pedro Lorenzo se acercó con más fuerza y emoción a mi recuerdo. A mi lado, con la misma fuerza en sus manos e idéntica emoción en el rostro, sonaban los aplausos de Alfonso de la Serna y de su mujer, Ana, y los de Alfredo Pérez de Armiñán, descendientes próximos de Concha Espina. «Nunca olvidaremos lo que Pedro hizo por nuestra abuela en tiempos tan difíciles», me dijo Alfredo, con voz y acento que nacían muy adentro, mantenidos con idéntico agradecimiento a lo largo de tantos años. Las palabras de Pérez de Armiñán eran melancólicas campanas que llamaban a la rememoración, a las que Alfonso añadió, más tarde, entrañables recuerdos con idéntico afecto. En la fotocopia que conservo de las cuartillas originales que Concha Espina escribió para un diario de los años de nuestra guerra civil, se cita con cierta frecuencia a Pedro: «Día 14. Ayer a la hora de sentarnos a la mesa vinieron Pedro y Avelina Lorenzo a comer con nosotros. Nos alegramos mucho. Y trajeron algunas provisiones inestimables: dos litros de aceite, un poco de pan blanco, mantequilla, chuletas, gran lujo». Diario apasionado, ciertamente, de unas también apasionadas fechas de nuestro pasado, escrito desde el sentir de uno de los dos bandos, entre cuyas líneas encontramos reflejada el alma sensible de Pedro Lorenzo, que acudía en todo momento solícito a tratar de remediar males ajenos, aun cuando, como en este caso, lo fuera con ciertos riesgos.

 

Las cuartillas que Marisol leyó a continuación elevaron el tono del reencuentro de Pedro Lorenzo con sus amigos. Sencillas, como hubiera querido; sinceras, como él era; sin ahondar en las pasiones, que tanto le hubiera molestado; llenas de amor al pueblo que lo vio nacer y vivir los más de los años de su vida y que guarda sus restos para la eternidad.

 

La lluvia había caído suave momentos antes. Para los que sabíamos de la amistad profunda de Pedro Lorenzo con Alfredo Velarde, Torrelavega se sumaba al homenaje con esta lluvia, como la «Villamojada» que llamó Galdós y que a Alfredo le gustaba repetir en las cartas que me escribía desde Viña del Mar, en Chile. Manolo Teira, con su presencia, traía para nosotros la memoria de su padre, don Gabino, y así nos apretaba más el nudo de la garganta con el recuerdo de años de la adolescencia, en la que los tres fueron, para algunos de mi generación, maestros de tanto saberes y maneras de ser y entender la convivencia.

 

Después del acto público al que acabábamos de asistir, me encerré entre mis libros y papeles; releí las cartas recibidas de Alfredo Velarde, con referencias constantes a Pedro Lorenzo y a nuestra vida en común en la Biblioteca Popular de Torrelavega. Recordé aquella carta que José Luis Hidalgo había escrito a Pedro, en junio de 1944 en la que confirmaba ese magisterio de que he hablado antes: «Guardo buenos recuerdos suyos, en aquellos tiempos de la Biblioteca y hasta creo que es usted el culpable, en gran parte, de los rumbos señalados a mi vida». La fotografía de Gabino Teira, en la que una luz cenital ilumina la frente guardadora de tantas cosas y que devotamente preside esta habitación en la que estoy escribiendo, contribuía a fijar la añoranza.


Entre las cartas de Pedro Lorenzo volví a encontrarme con una especialmente querida. Permanece cerrada dentro del sobre desde que llegó; desde que volvió a mis manos. Era la última que le escribí a la clínica de Puerta de Hierro, donde falleció. El cartero había escrito al dorso: «Se ausentó».


Publicada en: El diario El Diario Montañés, el 15 de agosto de 1992







domingo, 14 de enero de 2024

In Memoriam 2024

 

No podemos de olvidar la fecha de hoy, 14 de enero, 14 años de la despedida. Para ello traemos las palabras emocionadas y de agradecimiento que un enero de 1985 pronunciaste en el nombramiento de miembros honorarios del claustro de profesores de Colegio José Luis Hidalgo de Torrelavega de:

 don Gabino Teira, don Pedro Lorenzo y don Alfredo Velarde


El Claustro de profesores de este Colegio ha decidido conceder el titulo de Miembros Honorarios del mismo, a don Gabino Teira, don Pedro Lorenzo y don Alfredo Velarde, en merito a la trascendencia de su presencia intelectual en la vida y en la obra de José Luis Hidalgo, título que, desgraciadamente, tiene que ser con carácter póstumo.

No podían faltar estos tres nombres a la hora de distinguir a las personas que han dedicado alguna parte de su vida al conocimiento de la personalidad y la obra del poeta. En este caso su importancia fue mayor, si cabe, pues fueron mentores y maestros suyos en los años cruciales de la adolescencia. Creo que la decisión del Claustro del Colegio es significativa, pues se reconoce así el interés que tiene para el futuro del hombre un Magisterio brillante y sabio.

José Luis Hidalgo, dio sus primeros pasos por el camino de la literatura y el arte, en la Biblioteca Popular de Torrelavega, que estaba regida en sus cargos principales, por Teira, Lorenzo y Velarde. En 1.934 con catorce años de edad, ya era asiduo visitante y voraz lector en este centro. Los conocimientos que fue adquiriendo a través de una lectura siempre apasionada, se completaron con el inteligente asesoramiento cultural de estos tres hombres singulares, maestros también de ciudadanía ejemplar.

“Ciudadano ejemplar” fue precisamente el titulo que se empleaba en una nota aparecida en 1.934 en el semanario El Impulsor, para referirse a Gabino Teira, con ocasión de ser nombrado entonces Presidente de la Diputación Provincial de Santander. Era el reconocimiento escrito de lo que había sido siempre el reconocimiento público de sus convecinos. Se confirmaba en el texto de esa nota, las virtudes e inteligencia del hombre que había llegado a la más alta magistratura provincial partiendo de su discreta ocupación de “tendero”, como a él le gustaba definirse por su negocio de comercio de tejidos. Bajo aquella humilde definición había una de las cabezas mejor dotadas de su tiempo.

Sus conocimientos de Historia y dentro de esta especialidad, en la rama de Historia de América, eran muy superiores a los de muchos profesores de la Universidad de aquellos años. Esta capacidad y cultura, los volcó con un entusiasmo excepcional en la puesta en marcha y posterior vida de la Biblioteca Popular, constituyendo un ejemplo para los jóvenes que en aquellos ya lejanos años tuvimos la suerte de disfrutar de su presencia y aprender a su lado. José Luis Hidalgo reconoció siempre aquel magisterio de lo divino y lo humano con profunda gratitud por cuento le debía su vida y su obra.

Como reconocía también el poeta la presencia impagable de Pedro Lorenzo. En la dedicatoria del libro que publicó con el título de RAIZ en 1.944, quedó testimonio de ello: “Para mi amigo Pedro Lorenzo, -escribió en el ejemplar que le había enviado-, en recuerdo de los viejos tiempos en que tanto me enseñó”; testimonio que había tenido su antecedente en una carta de Hidalgo a Lorenzo escrita poco antes, en la que le decía: “Guardo buenos recuerdos suyos de aquellos tiempos de la Biblioteca y hasta creo que es usted el culpable en gran parte de los rumbos señalados a mi vida”; naturalmente, con un culpable subrayado, para evidenciar el cariño de la expresión.

El mas honesto testigo de la vida provinciana de esos años, José del Rio Sainz, “Pick”, escribió de Pedro Lorenzo en un artículo de 1.928: “Su biblioteca y su colección de cuadros modernos, dicen bien claramente todas las posibilidades de cultura y de gusto que hay en él”. Pedro Lorenzo fue siempre un exquisito gustador de la literatura y el arte, en los que refugio sus amarguras en los años de la guerra civil española y en los de la posguerra.

Un tercer hombre se une hoy al de los dos citados, en el reconocimiento público a su labor entusiasta e intelectual desde la Biblioteca Popular de Torrelavega y en esta influencia sobre José Luis Hidalgo de que vengo hablando. Me refiero a Alfredo Velarde, muerto no hace todavía mucho tiempo en su Chile natal. Velarde ejercía en ella el cargo de bibliotecario y sus amplios conocimientos de la literatura propiciaron que la selección de obras que se iban incorporando a sus estantes fuese muy cuidada, siendo un asesor muy cualificado en la orientación de nuestras lecturas. José Luis Hidalgo fue uno de los predilectos de Velarde y quien supo adivinar en los años todavía inmaduros del poeta, todas las posibilidades intelectuales que había en él. En una carta que me escribió desde Chile, poco después de la muerte de Hidalgo, hacía una larga referencia a aquellos años y al poeta muerto: “Le conocí de niño, creció entre nosotros -son sus palabras- y habló y pintó y poetizó entre los gastados bancos de la Biblioteca Popular”.

Creo que no son necesarias más palabras para justificar la decisión del Claustro de Profesores de este Colegio de recibirlos como miembros honorarios del mismo, reconociendo así, la importancia de su influencia de la formación personal y cultural de José Luis Hidalgo.