sábado, 18 de julio de 2020

Las acuarelas de Alberto Van den Eynde









         Conozco la “saga” de los Van den Eynde desde hace años y sé de las inquietudes espirituales de todos los hermanos, por lo que no me ha causado extrañeza esta llegada de Alberto al mundo del arte. Yo sabía que pintaba; había visto alguna acuarela suya en exposiciones colectivas, Pero siempre pensé que no era más que la salida natural a esa inquietud espiritual que le suponía, que no se trataba de una dedicación continuada, total y apasionada, como se deduce ahora de esta exposición en la sala del Ayuntamiento de Llanes. El verde cobijado dentro de colectivas me hacía pensar que estaba buscando el sentirse arropado para su aparición en público, como si la pintura, que él empujaba, le obligara a vencer la timidez del principiante. Timidez personal y hasta profesional, de artista, porque cuando ahora ha visto el conjunto de la obra que exhibe, he reflexionado sobre la posibilidad de si a Alberto Van den Eynde no le estaría ocurriendo como a los poetas con sus poemas, en los que van desnudado su alma a golpe de versos.  Porque también esto puede ocurrir en la pintura, como en la música y en los demás artes. Aún cuando no sea con la diafanidad con que se puede detectar en la poesía, en la pintura como la que nos ofrece este artista, que se convierte en espejo mágico colocado por él frente a la naturaleza para recoger lo que hay en ella de vibración del alma, o para re-crear el mundo por las secretas galerías de su sensibilidad, también se está desnudando el alma.

         Ante la obra de este pintor nos parece encontrarnos en la creación primera luz: luz, y dominado por la luz, el color. Como debió ser el mundo cuando nació, antes de que los hombres tuviéramos tiempo de mancharle.

         Cuando se ofrece ante nuestros ojos una colección de acuarelas como a la que me vengo refiriendo, se siente uno tranquilo ante el futuro de la pintura, que siempre está a punto de descarrilar por el camino de la fácil copia de lo circundante. Porque hacer arte es estar inventando cada día. Cuando don Eugenio d’Ors escribió que en arte lo que no es tradicional es plagio, nos estaba ofreciendo una gran lección para la interpretación de la estética del hombre, porque tradición es la sucesión en cada momento, de cada época de la vida, y cada época carecía de valor como referencia tradicional sino estuviera respondiendo en sus vibraciones humanas, a la interpretación que le corresponde de la historia y del arte.

         La acuarela de hoy, para entrar dignamente en su tradición pretendida por d’Ors, debe respirar en la atmósfera vital que nos ha correspondido a los seres que estamos tocando con la mano del año dos mil. No se puede hacer ya acuarela como la que empezaron a hacer los maestros ingleses del siglo XVIII o los maestro españoles del XIX. Aquella aventura refinada, exquisita, estaba representando su mundo y lo reflejaba adecuadamente, incorporándose por lo tanto a esa tradición pretendida por el pensador catalán. Cuando el año 1910 pintó Kandinsky la primera acuarela abstracta, dio el serio y necesario aldabonazo por ese camino del auténtico que exigía nuestro siglo XX. La sensibilidad del pintor ruso le había hecho intuir la importante advertencia que precisaba escuchar el arte de la acuarela.

         Con estas palabras nos estamos acercando a la pintura de Alberto Van den Eynde. El visitante de la exposición como el pintor, en su más conseguidas obras, nos está ofreciendo una visión del mundo en que vivimos con “aldabonazos” de color, para que nuestra imaginación, la imaginación de cada uno, pueda sintonizar tras ellos, el monte, el mar, el cielo, el paisaje posible permitido por nuestra sensibilidad. Nos está invitando a entrar en su concepción del arte, dejándonos vivir con él la creación primera tal y como él la concibe. Tras los grises atenuados y azules transparentes, sin efectismos inútiles, se abre ante nuestros ojos una nueva naturaleza, la suya, la que lleva dentro el artista.

         Que hay algunos fallos sin duda; es posible que, en algún rincón se puedan rastrear titubeos a la hora de extender la mancha; que las transparencias intentadas en otros momentos no hayan llegado a la plenitud que se estaba exigiendo a sí mismo el pintor, pero en conjunto estamos asistiendo a una importante y seria muestra de pintura a la acuarela.




Publicado en:
El Oriente de Asturias. Llanes, el 18 de Julio de 1981
Incluido en el libro: Torrelavega. Érase una vez el arte… los artistas y el mundo que les rodea. Editado por el Ayuntamiento de Torrelavega 1999



miércoles, 1 de julio de 2020

LA LEYENDA NEGRA DEL CAMINO DE LA COSTA

LA LEYENDA NEGRA DEL CAMINO DE LA COSTA
EN LAS PEREGRINACIONES A SANTIAGO



            Somos conscientes de que el tema de que se va a hablar en esta comunicación, es de escasa importancia dentro de lo que representa el estudio general de las Peregrinaciones a Santiago, de las cuales se va a tratar en esta III Semana de Estudios Medievales. Parece un poco de osadía venir a hablar a Estella del camino de la costa en las peregrinaciones, pero cuando el que habla de ello está convencido, no solamente de sus propias limitaciones, sino de la escasa magnitud del tema si se le compara con los estudios sobre el camino francés tradicional, creo que ya tiene disculpa y el nihil obstat de los grandes de la peregrinación para poder seguir adelante.

            Por otra parte, piensa el que esto escribe, que para los estudiosos tentados por la Historia, no hay documento, piedra, o camino despreciables, por muy reducidos que sean.

            Con vuestro permiso, pues, vamos a tratar de abrir una pequeña brecha en la alta mural1a que se ha creado en relación con las primeras peregrinaciones de la costa, con respecto a 1as cuales se ha llegado a asegurar la casi imposibilidad de que existieran.

***

            El que pretenda meterse en este terreno, como lo estamos haciendo ahora, se encontrará atrás y adelante, a derecha e izquierda, con terribles anatemas sobre la región que cruzaba aquella posible ruta y sobre sus habitantes. Anatemas que parten ya de los propios peregrinos. El asustado cronista del obispo de Porto, que acompaña a su señor en 1120 cuando éste se ve obligado a desviarse del camino tradicional por las amenazas del rey de Aragón, habla horrorizado de “aquellos montes apartados y lugares extraviados, entre hombres feroces de idioma desconocido y prontos a cualquier crimen”. Añade a esto e1 obstáculo que presentan los ríos, perpendiculares siempre a la dirección de su marcha.

            Ante este texto nos preguntamos ¿no habrá creado este cronista una leyenda negra que la imaginación ardiente y mística de aquellos primeros peregrinos esparciera por sus zonas de origen al regreso de Compostela?

            Veamos sobre ello los comentarios de tres de nuestros mas notables medievalistas de hoy.

            Menéndez Pidal: “Orígenes del español”

"era entonces penosísimo (-el camino-), pues por temor a los moros, iban en continuos altibajos a través de los valles de la costa de Álava y de Asturias"

            Lacarra: “Peregrinaciones a Santiago”

“Todavía en el siglo XII estas regiones tenían fama de estar habitadas por gentes salvajes, a lo que contribuía mucho el diferente idioma de sus moradores. Estos vivían dispersos en caseríos, sin núcleos urbanos de ninguna clase” … “además por la costa no había ningún camino fácil cortada como estaba por las profundas entradas que hace el mar en las numerosas rías”

            Uría: “Peregrinaciones a Santiago”

“Ni la diplomática, ni la arqueología nos proporcionan elementos de juicio suficientes para poder afirmar que 1a ruta de la costa haya sido frecuentada casi hasta el siglo XIII sobre todo por los extranjeros”

            ¿No estaremos -como se dice anteriormente- ante una leyenda negra que, por estimarla de menor cuantía desde el punto de vista del historiador, no ha merecido la pena de molestarse en desbrozarla?

            El propio Sr. Uría, en la obra citada, nos lo manifiesta así cuando dice:

“En todo caso, adelantaremos la afirmación de que esta ruta tiene muy poca importancia, si
tenemos en cuenta que su frecuentación por los peregrinos se realiza en época tardía”.

            Bien; aquí nos da pie el Sr. Uría para echar a andar nosotros, cuando dice que tiene poca importancia por haberse frecuentado en época tardía. Por el contrario, nosotros creemos
firmemente que la importancia de la ruta de la costa le viene de haber sido la primera utilizada por los peregrinos; otra cosa es que estos no hayan sido ni muchos ni importantes y que tras ellos, en aquellos primeros años, no arrastraran una corriente comercial y cultural transcendente. Aquí radica precisamente su relativo y pobre interés histórico. Pero pensamos en estos primeros pasos como dados en la época romántica de las peregrinaciones. Así como por el camino francés se crea después una ruta comercial importante, llena de vida y por lo tanto de posibilidades de todos los Ordenes, el camino de la costa no tuvo tiempo de cuajar en algo concreto, al ser desplazado muy pronto por el tradicional. Vemos a estos primeros peregrinos entregados a una fe sin mites, para la que la luz de Santiago es cegador foco de atracción que no les permite ver ni apreciar las tribulaciones y penalidades de marcha tan dificultosa.

            Estos pioneros del camino, procederían todos, o casi todos, de las zonas españolas liberadas de los musulmanes (vasco-navarros, vascos-franceses). Todavía no habría habido tiempo de que corriera la voz en forma efectiva por encima de los Pirineos, ni de que los de Cluny organizaran la invasión cultural de España con los vivificadores aires del románico.

            Pero veamos algunas de las afirmaciones de la leyenda negra, (no sin antes hacer constar que en esta comunicación no estamos refiriendo a la zona geográfica que se conocía con el nombre de Cantabria).

            Nos interesa particularmente la que se refiere “al estado salvaje en que se encontraban aquellas gentes”, y la otra, en la que se dice que vivían “dispersados en caseríos sin núcleos urbanos de importancia”.

            Que el cronista del obispo de Porto dijera que se encontraban en estado salvaje, no es raro, porque siglos más adelante, y a pesar de la casi perfecta organización del camino francés, son relativamente frecuentes los asaltos a los peregrinos en este camino. En la guía clásica de Américo Picaud, se habla de cómo no solo robaban a los peregrinos, sino que los cabalgaban como asnos y los mataban. En otro pasaje del mismo Códice, se cuenta la historia de los dos navarros afilando sus cuchillos al lado del rio Salado esperando que las bestias bebieran las aguas del río, tenidas por letales. Como se dice en la guía publicada por la Diputación Foral de Navarra el año 1954, bien es verdad quo el clérigo francés no tenía muchas simpatías a los navarros y abunda en exageraciones, pero siempre en todas las exageraciones, hay un fondo de verdad.

            No es de extrañar, como decimos en el párrafo anterior, que el cronista del año 1120 dejara constancia de este estado salvaje, ya que era lo único con que él se podía tropezar en su marcha precipitada. Lo que resulta mas raro es que los autores modernos que hemos leído, no hagan referencia a la situación histórica de esta zona en los siglos IX y X, que les podría dar una pauta para dejar las cosas en su justo medio. Si dejamos a un lado la región vasca, con hombres de “idioma desconocido” para algunos de los primeros peregrinos, es preciso tener muy presente los años que acaban de vivir Cantabria y Asturias desde la invasión musulmana hasta el año 813 que se cita como fecha probable de la aparición del sepulcro.

            Un mundo numeroso e importante que huye de la corte visigoda de Toledo y primero de la sede de Sevilla ante el empuje árabe, se refugia tras la cordillera cantábrica. Y se refugia allí con todo el bagaje que han podido arrastrar consigo, del que sin duda es el más importante el cultural. El Duque Pedro de Cantabria, último mandatario godo de la región, vería llegar a estas huestes con la natural zozobra del gobernante que sabe los problemas que le crea una
invasión, aun cuando ésta sea de signo pacifico. No se puede fijar, ni aproximadamente, la importancia numérica de los refugiados pero no hay duda de que fue cuantiosa y de que era arrastrada por una minoría selecta.

            Es decir, para cuando los pasos del primer peregrino cruzan el camino de la costa para ponerse a los pies del Apóstol, ya ha transcurrido más de un siglo en el que esta gente del sur y del centro civilizado de España está conviviendo con los rudos cántabros, en sus verdes valles; son más de cien años los que llevan desarrollando su vida entre ellos. Son más de cien años los que tuvo que influir notablemente, aparte de la cultura y de las formas de vida que trajeron consigo los refugiados, el esplendor de la corte de Asturias que en su empuje creador desde Don Pelayo y Don Pedro de Cantabria, arrastraría el entusiasmo de los habitantes de la zona costera. Que si bien este empuje es de signo militar y por lo tanto poco dado a las “veleidades” culturales, proporciona otro elemento de civilización de que tan necesitados estaban los hombres de entonces; nos referimos a la disciplina que impondrían en sus legiones y con ella la regresión, hasta donde es posible en guerra, de la barbarie suelta por los caminos.

            En el orden cultural destacan en forma importante, el des arrollo que alcanza el arte mozárabe y la resonancia que adquiere en el orbe católico la escuela del Beato de Liébana.

            Otro dato muy significativo encontramos también, que habla en forma elocuente de la vida en esta región. Se trata de las fundaciones religiosas que proliferaron en forma tan acelerada en los primeros años de la reconquista.

            Tenemos el texto de un documento dado en el año 823 de la era cristiana, por los obispos Ariulfo y Severino, por el que hacen donaciones a la Iglesia de San Salvador de Oviedo del monasterio de Santa María de Yermo (a 5 km. de Torrelavega), fundado por ellos, y otras muchas iglesias y heredades dependientes de este monasterio. Y en este documento, al hacer relación de las propiedades de tan importante monasterio, se citan más de 20 iglesias que pertenecían al mismo en una zona muy reducida. Santa Águeda, en el pueblo de Bárcena Mayor; Santa Eulalia, en Ucieda; Santa Leocadia, en Terán San Adriano, en Valles; San Andrés, en Selores; San Clemente, San Miguel de Co; San Román, en Viérnoles; Santa María, en La Montaña; el monasterio de San Vicente Abad, en Zurita; Santa María, en Renedo; Santa María, San Cristóbal y Santa Leocadia, en Oruña; San Cristóbal, en Ongayo; San Román, en Quijas; el monasterio de San Juan Bautista, en Tudanca; Santa María, en Alleiga; San Juan, en Tara; Santa Eulalia, en Duña; San Pedro, en Cabezón de la Sal; San Félix y San Doroteo, en Ibio. Es decir, veintitantas iglesias y monasterios con sus dependencias -en algunos casos muy importantes- en una zona relativamente pequeña de aquellos pueblos bárbaros. A estas iglesias dependientes de Santa María de Yermo, sería preciso agregar las pertenecientes a la Colegiata de Santillana del Mar, las de la Colegiata de Castañeda, las del este de la provincia, en la Merindad de Trasmiera, etc., que sino de tanta importancia entonces como la de Yermo, reunían a su alrededor un núero igualmente digno de ser tenido en cuenta.

            En cuanto a las dificultades que presentaban a los peregrinos la orografía acusadísima y la hidrografía abundante, vertical a su paso, también tenemos que hacer nuestras reservas, ya que se encontrarían con muchas posibilidades de salvarlas con facilidad utilizando las calzadas romanas, principalmente la conocida con el nombre de Vía de Agrippa, que cruzaba la provincia de Santander entrando por Castro-Urdiales, atravesando lo que más tarde se conocería con el nombre de Merindad de Trasmiera y con el de Asturias de Santillana. Esta calzada presenta todavía hoy numerosas dificultades de localización, observándose incluso una vía paralela a la misma; una de ellas iba muy ceñida a la costa y la otra más al interior.
Esta última es particularmente interesante para nosotros, ya que es la que pasaba por Santa María de Yermo. El camino entraba en el valle de Torrelavega por La Montaña y por Viérnoles caía sobre Riocorvo, cruzando el río Besaya por un puente romano por el que a su vez tenía paso la calzada que unía Julióbriga (en Reinosa), con el puerto de Santander.

            La toponimia viene en nuestra ayuda en esta zona de Yermo con nombres que confirman la existencia de esta calzada por la que pudieron transitar los peregrinos al amparo de tan numerosas iglesias. Nombres como “Campos de Estrada”; una ermita dedicada a Santo Domingo de la Calzada, en el barrio de Herrera y numerosos lugares en los que se encuentra el nombre de “la calzada”, “vía” y derivados de esta última palabra.

            Esta calzada seguía por Cabezón de la Sal y San Vicente de la Barquera, adentrándose en Asturias y a lo largo de la misma no dejan de ser frecuentes los hospitales y fundaciones
como los que había establecidos en Yermo.

            Nos parece que un estudio meditado de esta época, podría deshacer la leyenda negra que pesa sobre estos años y estos territorios y abriría a Los Amigos del Camino de Santiago la posibilidad de que existiera en los primeros años de la peregrinación un camino de la costa por el que transitaron los pioneros de la misma en los siglos IX, X y hasta el XI, cuando las razzias frecuentes de Almanzor hacían intransitable el camino francés. Camino que si bien no tuvo la trascendencia de la ruta clásica, no por eso debe de ser menospreciado hasta el extremo de llegarse prácticamente a ignorarle

Torrelavega para Estella, a 1 de setiembre de 1.965. Año Santo Compostelano



Comunicación que presenta Aurelio García Cantalapiedra del Seminario de Prehistoria y Arqueología “Sautuola”, en Santander, a la III Semana de Estudios Medievales de Estella.