lunes, 1 de junio de 2020

ANTOLOGÍA DE GERARDO DIEGO

ANTOLOGÍA DE GERARDO DIEGO





            Hemos escuchado del profesor Galán Lores las acertadas e inteligentes palabras con que ha dejado debidamente centrado y expuesto el tema que nos congrega hoy en este acto. Como consecuencia, de esas palabra Gerardo Diego y esta Antología Poética han visto ya la luz ante ustedes.

            Por mi parte, y dado que en el anuncio de la convocatoria para esta tarde se hace referencia a mi como director de la revista Peña Labra, revista de poesía y de Santander, he orientado las breves notas que siguen a continuación en torno a las relaciones de Gerardo Diego con Peña Labra y con el mundo santanderino de la poesía, y de la amistad en la poesía. Porque hablar de la de Gerardo con Santander y referirse solo a lo puramente literario, sería dejar fuera de juego la faceta más interesante de esta relación: la amistosa, que él cultivó con entusiasmo; con el mismo entusiasmo con que fue correspondida.

            Pero antes de seguir adelante quiero introducir un paréntesis que me va a permitir justificar por uno de sus lados, y por lo tanto unirlas, esta Antología Poética y Peña Labra. Dejando aparte que las dos publicaciones procedan de la misma institución editora, existe un nexo humano, anecdótico nada más si quieren, pero de anécdota elevada a categoría, como pretendía el maestro D'Ors. Cuando se proyecto un número monográfico de la revista dedicado a Gerardo Diego, Pablo Beltrán de Heredia fue colaborador insustituible para llevarle a cabo. Pues bien, ha sido ahora también la larga e inteligente mano de Beltrán de Heredia la promotora de esta Antología, aún cuando como en tantas otras ocasiones, haya quedado oculta en las secretas galerías por las que ha corrido el libro hasta su nacimiento.

            En este paréntesis queda ya citado un nombre que deben considerar ustedes de permanente presencia en los comentarios que siguen, aun cuando no se cite, en esas relaciones poéticas y humanas de Gerardo Diego con Santander.

* * *

            Cuando nació Peña Labra, allá por el casi remoto año 1971, se pensó desde el primer momento en dedicar un número monográfico a nuestro poeta. La reunión de los materiales necesarios dio lugar a que la publicación se tuviera que demorar hasta el año siguiente. Fue aquella una ocasión más en la que se puso de manifiesto la ya famosa timidez del poeta. A una carta que le escribí entonces, -y perdónenme la personificación del comentario-, con la que le mandaba una relación de posibles nombres, me contesto: “La lista de colaboradores me parece bien, aunque me abruma y presumo que algunos, a quienes no conozco apenas y que sospecho que no les gustará mi poesía, no lo harán o lo harán de mala gana”. El resultado fue que prácticamente todos aquellos que figuraban en la lista enviada respondieron afirmativamente; aquellos “algunos” en que pensaba Gerardo fueron muy pocos, que además se excusaron con creíbles razones, en las que resplandecía el cariño y la admiración que sentían hacia el poeta. En este número cuatro y en las cartas que conservo de cuando me remitieron los trabajos, se reunía el afecto personal de cuantos colaboraron en él.

            En el texto que leyó en el acto de presentación de dicho número el entonces director de la Institución Cultural de Cantabria, Miguel Ángel García Guinea, promotor de la revista desde este cargo, se resumían este afecto y admiración que todos sentíamos hacia el maestro de poetas. Hablaba el autor del texto, de los motivos de justicia, de agradecimiento y de montañesismo que nos habían llevado a la confección de aquel Peña Labra: “De justicia -decía García Guinea- porque la obra del poeta ha alcanzado tal plenitud y tal importancia en el mundo de las letras contemporáneas, que sería injusto no valorarla públicamente y resaltarla como un hito trascendental en el quehacer poético de este siglo”. Y añadía: “De agradecimiento y montañesismo, porque muy ciegos e insensibles habríamos de ser sino reconociéramos la maestría indudable del gran poeta santanderino”. El texto leído acababa diciendo: “Aunque ahora esté lejos de nosotros, yo sé que está aquí silencioso y humilde, agradeciendo con su timidez tan montañesa, esta ofrenda de recuerdos”. Palabras estas últimas que llevadas a un lejos eterno, pueden servir para este acto de hoy.

            El entonces Presidente de la Diputación Provincial, el siempre bien recordado Rafael González Echegaray, abría aquel número con estas bellas palabras: “Esta tierra nuestra, parca en elogios y honda en afectos, se siente siempre una con sus hijos preclaros; y se alegra con los triunfos de estos que la saben a propios, y se duele con la injusticia humana de silencios u olvidos ajenos que le escuecen el alma”.

            José Hierro que también tomó parte  en la presentación de este Peña Labra. En uno de los momentos de su intervención dijo que Santander le debía a Gerardo Diego “algo más solido que un homenaje como el de hoy: un monumento, un busto o una placa ...” De esta propuesta tuvo conocimiento el homenajeado por medio de la prensa local que se hizo eco de ella, y su contestación desde Sentaraille, donde se encontraba pasando la temporada de verano, fue inmediata y contundente. En una carta dirigida a Hierro le decía, después de un par de párrafos de agradecimiento: “Y vamos con lo más grave. Lo del monumento, busto o placa. !Por favor, no! por varios motivos”. Entre los que añadía un gracioso “Que vergüenza pasar frente al otro yo, expuesto a demasías de perros y canes de dos patas.”

            Gerardo Diego fue siempre generoso colaborador de Peña Labra. Desde el número uno, para el que nos autorizó la inclusión en sus páginas del soneto dedicado al otro gran montañés, Pancho Cossío, la presencia de su nombre en la revista fue frecuente. El lector que haya tenido la paciencia de seguirnos en estos diecisiete años de vida de la revista, habrá comprobado la verdad de esta afirmación, y mi archivo particular es testigo mudo del afecto con que nos trataba. En más de un tercio de los números que han aparecido hasta ahora, se encuentra su nombre al pie de estas colaboraciones y en muchas ocasiones fue proveedor de material documental, para confeccionar algún número.

            Le recuerdo en este sentido en una visita que hice a su casa de la calle Covarrubias, en Madrid, para pedirle colaboración con destino al número que estaba preparando sobre el Ultraísmo, en el que pretendía destacar la presencia en este movimiento poético de nuestro José de Ciria. En una conversación larga, que transcurrió como siempre cargada por su parte de densos y sonoros silencios, me habló mucho y muy elogiosamente de aquel gran poeta que habíamos perdido tan prematuramente y de sus relaciones amistosas con él. Después de un “conservo varias cartas suyas” y de más silencios, las sacó de un cajón y las dejó sobre la mesa. Acerque mi mano a ellas, las toque y dije: “Si yo pudiera...” No me dejó terminar la frase. “¿Por qué no te las llevas para reproducirlas? Ya me las devolverás.” Al gran tímido le había costado hacerme el ofrecimiento que yo tanto deseaba.  Cuantas situaciones como esta en la vida de Gerardo, pretendiendo ser generoso sin atreverse a serlo.

            Más anécdotas y gestos parecidos podrían ser citados como consecuencia de sus relaciones con Santander, con los numerosos amigos que aquí tuvo siempre. Desde los años iniciales de su vida literaria en el Ateneo, provocando el escandalo con conferencias sobre la poesía ultraísta y su relación ya entonces con José del Río Sainz, Luis Corona, Pancho Cossío, Gerardo Alvear... Las visitas frecuentes a la Biblioteca Menéndez Pelayo y la amistad entrañable con Miguel Artigas y José María de Cossío; aquel bellísimo Viacrucis impreso por Aldus en 1931 con la pulcritud habitual en esta imprenta, al que había precedido en el mismo taller la inolvidable Carmen, creada y dirigida por Gerardo, en la que colaboró Manuel de la Escalera en su administración; años más tarde, con los jóvenes del grupo Proel, interviniendo en los actos públicos organizados por esta revista y colaborando en sus páginas; más conferencias en el Ateneo de Santander; la presencia de su obra poética en la revista y colección de libros de La Isla de los Ratones, consecuencia de la buena amistad con Manuel Arce; aquella larga serie de artículos publicados en el diario Alerta a partir del año 1945; la publicación de cerca de una docena de libros en ediciones e imprentas santanderinas, de los que encontrarán ustedes puntual información en esta Antología Poética que hoy se presenta; nombres de amigos muy cercanos, como Ignacio Aguilera, José Simón Cabarga, Paco Cáceres, Ricardo Gullón, Alejandro Gago, Antonio Zúñiga, Ángel de la Hoz, (que consiguió algunos de los mejores retratos fotográficos de Gerardo), Matilde Camus, Javier y Bernardo Casanueva, los hermanos Gómez Collantes, Gloria Torner, Julio de Pablo... tantos y tantos nombres en una interminable lista de afectos comunes y aventuras literarias. Es una historia que habrá que contar algún día, y que llevaría a recoger con ella el pulso cultural de la ciudad de la mano de uno de sus hijos más preclaros.

* * *

            En la carta dirigida a José Hierro a que me he referido anteriormente, hay una frase que quiero recoger ahora para cerrar estas notas que ya están resultando demasiado largas. Es aquella en la que se refiere al posible monumento que había propuesto Hierro en la presentación del número cuatro de Peña Labra: “Si prospera la idea -escribía Gerardo-, yo protestaría públicamente y en todo caso pediría que esperaran mis paisanos a que me muera”.

            Pues bien, Excmo. Sr. Presidente, Ilmo. Sr. Consejero, ya ha sido la hora de la muerte del poeta; ya es también para nosotros la hora de hacernos eco de aquella frase. Completemos el hermoso testimonio del afecto de Cantabria hacia el maestro de poetas que representa esta Antología Poética, con ese “monumento, busto o placa”, erigido en este Santander de su cuna y su palabra.



Leído en la presentación del libro Antología Poética de Gerardo Diego en el Hotel Bahía de Santander, 1 de junio de 1988

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