sábado, 27 de junio de 2020

Los primeros años de la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega

Los primeros años de la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega





         En un artículo que publicamos con ocasión del 25 aniversario de la muerte de D. Hermilio Alcalde del Río, aludíamos a la necesidad de aprovechar estos aniversarios redondos, que provocan con más fuerza el recuerdo de las personas o de los hechos que se celebran. No se debe de desperdiciar ocasión para volver sobre los hombres o los acaeceres significativos, pues, desdichadamente, el tiempo y con él la incuria propia de los humanos, ya se encargan de ir borrándolos de la memoria. Es una obligación moral evitar que pasen inadvertidos; cada uno en la medida de sus fuerzas y posibilidades debemos de airearlos, pues según vamos desapareciendo mueren con nosotros recuerdos que después resultan totalmente irrecuperables. No olvidemos que, como decía cierto escritor, la memoria se va muriendo cada día.

         Algunos de estos recuerdos quizás no tengan interés para los demás, pero no hay duda de que todos tenemos algo que contar, aunque sea en un tanto por ciento pequeño, que provoque cierta curiosidad. España, lamentablemente, es un país en el que no se prodigan los libros de memorias; en general, somos muy modestos en este aspecto y nos parece, que lo que a nosotros nos ha sucedido, carece de interés fuera del grupo reducido con el que nos rodeamos y esto es un error, porque con cada minúscula vida de cada español, se teje la historia de España.

         Nosotros venimos a aportar hoy nuestra colaboración al recuerdo que se merecen la Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega y su profesor, don Hermilio Alcalde del Río, sabio prehistoriador, destacado folklorista, honesto escritor y, sobre todo, gran pedagogo. La fama de don Hermilio Alcalde como prehistoriador ha recorrido el mundo. Hay una época en esta rama del saber, realmente cuando se inicia como disciplina de estudio, en la que no se puede prescindir de citar a Alcalde del Río, como ha demostrado ampliamente Benito Madariaga en su libro(1). Pero los científicos que consultan sus obras y comunicaciones, relativos a las investigaciones que realizó sobre los albores de la vida del hombre, no saben que la cota máxima la alcanzó en su labor de maestro; ignoran que en la localidad de Torrelavega, que queda en medio de dos centros importantes de investigación prehistórica, Altamira y Pico del Castillo, realizó Alcalde del Río una labor que no desmerece en altura de la que llevó a cabo en sus años de paciente e inteligente exploración de algunas cuevas. Una labor que se reflejó eficazmente en esa pléyade de alumnos que pasaron por su Escuela.

(1) BENITO MADARTAGA DE LA CAMPA: Hermilio Alcalde del Río. Una escuela de prehistoria en Santander. Ed. Patronato de las Cuevas Prehistóricas de Santander, 1972.


* * *

         La Escuela de Artes y Oficios de Torrelavega, fue una institución que dotó a la clase obrera de esta zona de una preparación, y hasta de una sensibilidad poco frecuente en aquellos años y aun me atrevería a decir que ni en los actuales. y ello se debe al magisterio de don Hermilio, promotor con otros torrelaveguenses de la última década del siglo XIX, de la «Asociación para el fomento de la instrucción de las clases populares», creada en 1892, con el objeto de mantener e impulsar una Escuela de este tipo.

         El entusiasmo con que surgió esta Asociación es notable. Torrelavega se sentía en aquellos momentos con fuerza y con una voluntad tremenda de desarrollo, reflejo quizás de esa engañosa idea de «restauración» o «regeneración» que se respiraba en España y que nos condujo, paradójicamente, al desastre de 1898. Recordemos, volviendo a Torrelavega, que ese mismo año 1892 el pueblo está empeñado en la realización de una obra que parece escapar de las posibilidades humanas de sus convecinos. Solamente la voluntad firme de un hombre como don Ceferino Calderón, podía osar la construcción de un templo como el que habían proyectado, cuya primera piedra se puso el 25 de septiembre de 1892. Pues bien, exactamente cinco días después, el 1º de octubre, quedan redactados los artículos del Reglamento por el que se iba a regir la Asociación para el fomento de la instrucción de las clases populares. En las dos empresas encontramos repetidos algunos nombres, como los de Buenaventura Rodríguez Parets, José María Quijano, Carlos Castañeda, Ramón y José Fernández Hontoria y Joaquín Hoyos.

         Como decía Julio Mayora en un artículo publicado en el diario «Alerta», hasta los títulos de los periódicos de aquella época que se editaban en Torrelavega, reflejaban esta inquietud, esta pujanza hacia el futuro: El Porvenir de Torrelavega, El Impulsor, El Progreso, El Fomento ... Son títulos muy fin de siglo, efectivamente, pero no por eso dejan de tener para nosotros un evidente significado.

         La Asociación promotora de la Escuela de Artes y Oficios, además de las personas que acabamos de citar, contaba, como socios, con Victoriano del Campo, Eugenio Lemus, (un torrelaveguense que era entonces director de la Calcografía Nacional de Madrid), Eduardo Pérez del Molino, Luis Cotera, Lorenzo Guerra, Federico Busch, Emilio Rasquinet, (de nacionalidad belga, que estaba empleado en las minas de Reocín como Ingeniero Químico y que falleció muy poco después de fundarse la Escuela), Federico Herrero, Gilberto Quijano, Bernardo Alcalde (hermano de don Hermilio), Emilio Alvear, Bartolomé Maura, Ricardo Merino, Bernardo Argumosa, Isidoro Ruiz de Villa, Eugenio Carranza, Manuel Rodríguez, Joaquín Cacho Campuzano, Arcadio Varillas, Aurelio Belso, Nicanor Guerra, Alfonso Redón, Calixto Rodríguez, Feliciano Bilbao, Francisco San Pedro... todos nombres dignos de nuestro mejor recuerdo y cuyos descendientes, en su mayor parte viven hoy entre nosotros.

         Pero sobre todo estaba Don Hermilio Alcalde del Río, con 26 años de edad, recién graduado en la Escuela de Pintura, Escultura, Grabado y Arquitectura, de Madrid.

         Don Hermilio era un hombre de la generación del 98; la tan traída y llevada generación del 98. Cuando se produce el desastre de Cuba no puede menos de acusar el golpe, como todos los de su generación y meditar sobre sus causas y consecuencias. España, que había iniciado un proceso regeneracionista en 1875, tras casi un siglo de constante descenso histórico y de luchas internas, parece haber conseguido, como dice Laín Entralgo, «un remanso de paz fecunda y reparadora». Pero esto no era más que un falso espejismo; la progresiva desilusión que se viene produciendo en los últimos años, tiene un violento remate en la pérdida de las colonias que nos quedan, resto de aquel imperio en el que no se ponía el sol.

         En 1869, tres años después del nacimiento de Don Hermilio, había muerto un pensador español que había traído a nuestra patria un saludable aire europeo, que caló, años más tarde, en lo más profundo de la intelectualidad española; nos referimos a Julián Sanz del Río.

         Citamos esto, porque se nos antoja que don Hermilio fue un hombre formado en su escuela, aun cuando lo fuera indirectamente. Y hacemos esta afirmación, después de haber leído algunos de sus discursos de apertura de curso en la Escuela de Artes y Oficios, que luego comentaremos.

         En un reciente libro sobre Ricardo Macías Picavea, montañés significado en el pensamiento krausista, al hablar del ideal de Giner de los Ríos, se dice: «el medio más lógico y eficaz para resolver los litigios, habrá de nacer de la vida interior de los ciudadanos, de manera que en la conformación de esa vida, en el rigor de su idealismo y espiritualidad, en su educación e inquietud culta, y no en el deseo del poder, en el engaño y en las miserables luchas del falso patriotismo, se habrá de hallar la forma de que toda la nación marchase con un paso acomodado al progreso que ansiaba».

         La cita parece que viene a encajar perfectamente en la labor que se propuso y realizó Don Hermilio en su Escuela.

         Pero vamos a centrarnos en el tema que nos hemos propuesto, porque de sobra encontraremos en él argumentos y situaciones que nos dirán cómo fue don Hermilio en estos años de empuje de su juventud.

         El primer curso se inicia en 1892, contando Alcalde del Río con la colaboración del maestro don Lorenzo Guerra, que se ocupó de las clases de preparatorio. Cuando un grupo de alumnos decidió homenajear a su Director el año 1943, éste, en su discurso de agradecimiento se refirió a esta puesta en marcha: «Corría el año 1892 y se echaba de menos en la entonces villa, pero ya promesa pujante, de Torrelavega, un centro de esta clase, donde atender el perfeccionamiento técnico de los distintos oficios».

         Este primer curso 1892-1893, comienza con una matrícula de cuarenta y cuatro alumnos y, «dato curioso -apunta don Hermilio en el citado discurso- el primer alumno matriculado, José Peón Gómez, herrero-cerrajero de oficio, es también quien obtiene el primer premio de honor por decisión del tribunal examinador, al terminar el curso». Las lecciones se inician en los locales de la escuela de la Villa, sitos en la plaza de Baldomero Iglesias, impropios desde el primer momento, y con el pensamiento puesto en alcanzar un lugar adecuado en el que cupiesen todas las ambiciones de sus creadores.

         Durante el segundo curso (1893-1894), el eco que ha alcanzado, merece la atención oficial y la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Torrelavega consignan sendas subvenciones; la Escuela Central de Madrid envía una espléndida colección de modelos; el Ministerio de Fomento una escogida biblioteca; la Calcografía Nacional una magnífica serie de estampas que sirven de estudio para los alumnos. También los particulares se vuelcan sobre la Escuela con donaciones, entre las que hay que hacer resaltar, por su singularidad, la de Federico Herrero, que en un viaje a Estados Unidos adquiere y regala después al Centro, una colección de herramientas que eran lo más moderno que se utilizaba entonces en el mundo.

         Pero quizás el hecho más destacable en estos primeros años, es el triunfo que logran un grupo de sus alumnos en el concurso abierto para realizar el rosetón de piedra que adorna hoy la fachada principal de la Iglesia Parroquial de la Asunción, de Torrelavega. Es sacado a subasta pública y a ella acuden, seguros y animosos -respaldados por su Director- varios alumnos. Años más tarde, en ese discurso de 1943 de que hemos hablado, lo recordaría así, con orgullo, don Hermilio: «Los especialistas canteros catalanes que acababan de construir en Comillas las grandes obras sufragadas por el primer Marqués, no pueden competir con los obreros torrelaveguenses. En la junta administrativa de las obras cunde la sorpresa y el desasosiego. Se ponen reparos. Es necesario que la clarividencia de don Ceferino Calderón ponga el peso de su fe en aquella balanza de indecisión para que se tenga en cuenta la demanda». Es justo citar aquí los nombres de estos muchachos a los que algunos hemos conocido después ya hombres: Florencia y Joaquín Fernández, Federico Gutiérrez, Joaquín, Félix y Teodoro Herreros, José Manuel Casuso y Emilio Andrea. Ellos mismos serían encargados después por la propia junta, de realizar la balaustrada del coro, la del altar mayor y la pila bautismal, así como de levantar la torre.

         Al insistir en estos triunfos, don Hermilio comenta: «Lo consigno porque lo conceptúo un triunfo de la Escuela, ya que aquellos muchachos no tenían más preparación que la recibida en este Centro».

         Al inaugurar el curso 1896-1897, quinto desde que se fundó la Escuela, su director pronuncia un discurso en el que queda plenamente de manifiesto su preocupación por la formación de la clase obrera, que trataba de promocionar. Se queja de la falta de un local suficiente, que obliga a que las clases de dibujo estén mezcladas con las de modelado, vaciado y prácticas de taller y que además impide la creación de un Museo, «privando por tal motivo -dice- al obrero de las enseñanzas que en su formación habían de provenir» Y añade: «Es un acto de justicia, de compensación y de gratitud, todo lo que tienda al mejoramiento de una clase, que al fin y al cabo es la que más contribuye con su óbolo de sudor y de sangre al sostenimiento de las cargas sociales».

         Empezamos aquí a encontrarnos ya con el sobresaliente pedagogo que tratamos de destacar y con el defensor entusiasta de la promoción de los trabajadores.

         Sesenta y siete alumnos tomaron parte en el curso 1895-1896 y en el cuadro de honor establecido al final del mismo, podemos leer nombres que fueron después personas destacadas en sus respectivos oficios: Joaquín Fernández, a quien nos encontramos repetidas veces en este cuadro de honor; Luciano Herrero, Nazario Asensio. Gaspar Leza, Pedro Redón, Victoriano Montoto y su hermano Fernando, José Peón, Gilberto Cotera, Francisco Cotera, Victoriano Daguerre. Vicente Esquivel y Julio G. del Río, hermanastro de don Hermilio. El director está entusiasmado con su obra y termina así su discurso de inauguración del curso 1896-1897, después de haber requerido la colaboración de la Corporación Municipal y del Estado: «Con estas cooperaciones podremos colocar a la Escuela de Artes y Oficios de esta ciudad, en análogas condiciones que otros Centros modelo de este género, formando Museo y Laboratorio, estableciendo talleres y ampliando las actuales enseñanzas, en una palabra completando los elementos actuales hasta construir lo que con mucha propiedad se ha dado en llamar las Universidades del porvenir».

         Vean en estas líneas la gran ilusión y altura de miras que animaba a su Director que en 1896, hace ya setenta y seis años, habla de las «Universidades del porvenir», refiriéndose a unos centros de culturalización de la clase obrera, que hoy estamos viendo desarrollar en algunas naciones del mundo.

         Durante el curso 1897-1898 se registra un hecho luctuoso para la Escuela, el fallecimiento de don Emilio Rasquinet, a quien hemos citado al principio. Este ingeniero belga al servicio de la Real Compañía Asturiana de Minas, llevó su entusiasmo hasta el extremo de testar un legado de cinco mil pesetas a favor del Centro. «Realizó este acto de humanitarismo -se dice en la Memoria del curso- y al propio tiempo de cariño a la clase obrera, haciéndose acreedor a la gratitud eterna de todos los que en este Centro compartimos las tareas de la educación popular». En recuerdo del Sr. Rasquinet estableció la Escuela un premio extraordinario que llevó su nombre, que recayó en José Peón, el cerrajero ajustador que ya se había distinguido desde el primer curso, padre de Rufino Peón, que tanta maestría y premios alcanzó también después en el mismo oficio, y que todos recordamos, y de Salvador Peón, que continúa hoy la tradición en tan difícil y bella profesión. Otro premio de este mismo curso, patrocinado por la Asociación impulsora de la Escuela, fue otorgado a Joaquín Fernández Herreros, «de oficio tallista de piedra», se dice en la concesión, que fue siempre modelo de profesionales y de ciudadanos honestos.

         La Escuela se desenvuelve con este entusiasmo y con una fuerza prometedora. El aumento de matrícula (este curso 86 alumnos), obliga al nombramiento de un profesor auxiliar, pero la escasez de medios económicos no permite que ese cargo sea retribuido y surge para el mismo Julio García del Río, hermanastro de don Hermilio, que se apresta a colaborar desinteresadamente en las clases de dibujo de adorno y figura.

         En enero de 1898 se convoca en Barcelona un certamen con el nombre de IV Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas y la Escuela se prepara para acudir al mismo. El pueblo de Torrelavega colabora en los gastos que se han de originar, mediante una suscripción pública. Independientemente del éxito obtenido por los alumnos del Centro, hay una circunstancia muy singular, digna de ser considerada hoy, a los setenta y cuatro años de haber ocurrido y que pone en evidencia las dotes pedagógicas de su director, en las que venimos insistiendo. La Escuela, como decimos, se propone acudir a este certamen y don Hermilio con un criterio democrático muy elogiable, anticipándose en muchos años a las normas que rigen hoy en algunos centros de enseñanza, nombra una junta formada por los propios alumnos para que coordinen toda la labor necesaria conducente al fin propuesto. En los pocos escritos que hasta la fecha se han publicado sobre don Hermilio Alcalde del Río, no se ha hecho constar nunca esta visión pedagógica de tan gran alcance. No se conforma con dirigir y dar vida a la Escuela de su creación, sino que piensa y sabe que es precisa la participación de los propios alumnos para dotarla de la eficacia necesaria. Les responsabiliza en las tareas de la Escuela; esto cuando todavía estábamos a finales del siglo XIX, época en la que aún se mantenía el criterio de que la letra con sangre entra. Si don Hermilio no hubiera sido más que esto en su vida; si no hubiera sido el prehistoriador eminente que fue, sería suficiente esta manera de llevar la Escuela de Artes y Oficios para hacerle acreedor a nuestro homenaje y gratitud, por la repercusión que indudablemente tuvo en la forma de ser y comportarse después, en la vida, de sus alumnos, los obreros que frecuentaron la Escuela.

         De aquella Exposición de Barcelona, se traería el premio instituido por la Infanta Doña Isabel. En otra exposición celebrada en Gijón al año siguiente, de las tres medallas de oro concedidas, la segunda fue a manos de nuestra Escuela.

         En el cuadro de honor del curso 1897-1898, del que estamos hablando, figuran con premio, Joaquín Zamanillo, carpintero; Félix Herreros y Emilio Andrea, canteros; Vicente Peña, ajustador mecánico; Joaquín Fernández Herreros, tallista en piedra; Manuel Blanco Gómez, cajista; José Redón, fotógrafo; José Peón, cerrajero-ajustador; Gumersindo Ingelmo, ebanista; Victoriano Daguerre, carpintero y Fermín Cotera, tornero.

         El curso siguiente, 1898-1899, comienza a impartirse ya en nuevos locales. La vieja y muy sentida aspiración de la Escuela, se ha visto coronada por el éxito gracias a la generosa colaboración de don Luis Bachiller, quien habilita unas instalaciones adecuadas en terrenos de su propiedad de la calle Alonso Astúlez. En el nuevo local ya se dispone de un salón destinado a exposiciones y clases preparatorias y otro para clases de dibujo, taller de prácticas y modelado y vaciado, debidamente separados. Las «universidades del porvenir», que había profetizado poco antes su director, parece que están ya en vías de conseguirse. La Escuela va camino de ser algo importante para Torrelavega.

         El desastre colonial de este año 1898, también se acusó en nuestro pueblo.
Don Hermilio Alcalde del Río, hombre de su generación como hemos comentado, hace oír su voz sobre este tema en cuantas ocasiones tiene. He aquí un párrafo de uno de sus discursos de apertura de curso, que es toda una sabia lección. Quizás la cita sea un poco larga, pero creemos que merece la pena: «A raíz del de sastre de nuestras últimas guerras coloniales, y no repuesto nuestro ánimo de la estupefacción y amargura que la pérdida de las colonias nos produjo, se suscitó en todos los espíritus un ansia vivísima de. regeneración que, apartándonos de la rutina y del marasmo en que estábamos sumidos por espacio de cuatro siglos de atrofiamiento intelectual y moral, nos hiciese entrar francamente en las vías del progreso y del mejoramiento por las cuales caminan firme y resueltamente las naciones cultas de Europa... Comprendimos la necesidad de vivir nuestra vida, de cambiar de procedimientos y de variar radicalmente el concepto de aquélla; de moralizar las costumbres y elevar la cultura general, particularmente y muy especialmente, la de la masa popular, atrasada en más de un siglo entre nosotros, respecto de Bélgica, Francia y Alemania, como he tenido ocasión de observar personalmente. Nos persuadimos de la urgencia de mejorar la enseñanza general y especialmente la profesional, la Popular, la de industrias, artes y oficios». Lleva más lejos su crítica y añade: «No ha habido Ministro que no haya ido al ministerio con un plan de reformas enmendando o deshaciendo la obra de su antecesor... Por este camino no vamos a ningún resultado serio y práctico».

         Consideramos muy interesante este discurso de don Hermilio para comprender su inquietud y su afán. Habla en él de «nuestra ingénita y tradicional pereza». Se admira de los resultados que observa en su viaje a Perís, con motivo de la Exposición Universal, donde tiene ocasión de comprobar las diferencias con nosotros al enfocar los problemas de la educación obrera.

         Y a esta falta de preparación de la clase trabajadora en nuestro país, de la que nadie se había preocupado, atribuye en el mismo escrito el fracaso de numerosas industrias. Con estos discursos y escritos, el director iba complementando la formación de los alumnos, uniendo al perfeccionamiento técnico, el cultivo de la mente.

         Había acudido a París en 1900, como hemos indicado, con motivo de la Exposición Universal, acompañado de los alumnos distinguidos José Peón Gómez y Joaquín Fernández Herreros, presentando diversos trabajos con los que consiguieron la primera medalla de plata. El «tallista en piedra», Joaquín Fernández, asombró a algunos miembros del Comité Organizador de la Exposición, con su destreza y dinamismo en ciertos trabajos que realizó «in situ», durante los días de permanencia en la capital francesa.

         En el curso 1902-1903, la Escuela cuenta con una matrícula de 101 alumnos. En los premios de este año aparecen nombres que, como aquellos que he citado anteriormente, resuenan hoy para nosotros, en el eco de sus descendientes: Lorenzo Berrazueta, Prudencia Velarde, Virgilio Herreros, Vicente Hidalgo, Arsenio Palacios, José Redón, Pedro Bolado...

         En el año siguiente, la matrícula continúa subiendo; ahora, son 109 alumnos y un completo cuadro de disciplinas a estudiar: matemáticas y geometría; dibujo geométrico industrial; dibujo artístico industrial, dibujo artístico, colorido ornamental y composición; modelado, vaciado y prácticas de taller. Las recompensas con premio recayeron en Luis Villegas, cantero; José Oreña, agricultor; Virgilio Herreros, carpintero; Florencio Fernández, marmolista; Félix Herreros, cantero; Manuel Martínez, ebanista; Rafael Marín, estudiante; Nazario Asensio, confitero; José Redón, fotógrafo; Ángel Herreros, carpintero y Antonio Gutiérrez, naturalista.

         Vuelvo a insistir en la importancia que tuvo para Torrelavega esta Escuela. Piensen en esa serie de oficios que aparecen junto a los nombres y en los numerosos maestros de cada profesión que salieron de ella, que a su vez trasladaron a sus ayudantes y aprendices el magisterio que ellos habían adquirido.

         Nuevos nombres aparecen en el cuadro de honor de 1904-1905: José Llata, agricultor; Cipriano Mirones, carpintero; Ángel Medicuchía, herrero, Feliciano Montaña, ebanista; Donato Balbás, jardinero; Ignacio Martínez, comerciante...

         Muchos, muchos de estos nombres han representado hasta hace relativamente poco tiempo, a talleres y actividades brillantes. Tenemos que pensar, con la seguridad que nos permite la dedicación y entrega a su labor de don Hermilio, que él, con su Escuela, fue parte importantísima en esta prosperidad profesional que vivió Torrelavega después.

         La apertura del curso siguiente (1905-1906), que hace el número quince de los que impartió la Escuela, adquiere una especial importancia, ya que el discurso inaugural corre a cargo de don Isidoro Ruiz de Villa, Presidente de la Asociación protectora del Centro y, el propio Alcalde, el Barón de Peramola, se suma al acto clausurándole con unas palabras de elogio para la Escuela y su director.

         Pero antes de referirnos al discurso del Sr. Ruiz de Villa, detengámonos unos momentos en las palabras que pronunció el director, pues todos los escritos y discursos de don Hermilio de aquella época nos van revelando la personalidad de su autor. La lectura de estas páginas nos da a conocer su amplia formación humanística y su orientación decidida y desinteresada hacia los hombres de Torrelavega que formaban la clase obrera que él trataba de elevar, dolido por aquella comparación que había saltado insultante a sus ojos en la visita ocasional a Francia a que antes nos hemos referido. Insiste machaconamente en la comparación de nuestro proletariado con el del extranjero, con la sana intención de su redención: «La labor educativa de la Escuela de Artes y Oficios o de Artes Industriales -se lee en uno de estos escritos- es de alta transcendencia social y uno de los sostenes que más sólidamente se han de afianzar para conseguir llegar al ingreso de nuestra patria en el concierto de los países modernos».

         Fíjense que son palabras escritas hace más de medio siglo. Al hacer notar que España, tras un breve período de intento de despegue después del desastre de 1898, parece acusar un estacionamiento en la evolución emprendida, no vacila en afirmar que una de las causas es la escasa formación del obrero: «Es preciso multiplicar el número de Escuelas, fomentar la instrucción primaria y acrecentar y mejorar las Escuelas de Artes y Oficios».

         La lección dictada por don Hermilio en la apertura de este curso, fue muy importante. En otro pasaje de ella alude a la enseñanza artística haciendo hincapié en que deben de ser iniciadas desde la niñez: «No ya sólo por lo que estas enseñanzas encierran de útil -dice- en cuanto son susceptibles de múltiples aplicaciones prácticas, sino también por la emoción estética que despierta en el espíritu de los niños el elemento de lo bello que señaladísimamente contienen». «Muéstrense a los niños en las paredes de la escuela -continúa- entre los demás materiales de enseñanza, estampas y reproducciones de buenos modelos que les den idea perfecta, por ejemplo, de un trozo arquitectónico de la fachada de un suntuoso edificio; pinturas y esculturas determinadas de los buenos maestros; póngase al alcance de su mirada ora colecciones de tapices, ora de orfebrería, en que aprecien los exquisitos detalles de su repujado o cincelado, ya de talla y cerrajería artística... Y, sobre todo, déjese al alcance de su mano, dibujos y carpetas que hojeen libremente».

         Si no hubiéramos leído estas páginas en un impreso de la época, podríamos dudar de si estarían escritas en los momentos actuales, dictadas de cara a la nueva Enseñanza General Básica.

         Y cuando más adelante explica lo que él entiende como continuación de esa educación, dice: «juntamente con los estudiantes del bachillerato coexistirán los obreros, los artesanos, que también tienen derecho a percibir lo bello y a atesorar lo útil».

         No dudamos en transcribir tantas citas de don Hermilio, porque creemos que para el fin que nos hemos propuesto, son mucho más elocuentes sus propias palabras que las que podamos decir nosotros. Algunas de las teorías pedagógicas que Alcalde del Río propugna entonces, son hoy habituales en nuestros centros de enseñanza, por eso insistimos en que hay que verlas situadas en la época en que se expusieron.

         Queremos destacar también en este proemio a la inauguración del curso 1905-1906, un párrafo del discurso inaugural porque es una buena muestra de la inquietud intelectual de su autor y de su visión moderna de los estudios: «Ni en nuestros Institutos -comenta-, ni en nuestras Universidades, se cursa la Historia del Arte, como si para conocer la vida de un pueblo bastase el saber el índice cronológico de los reyes y la descripción de sus batallas, mientras se ignoran por completo las características de las artes que en él florecieron, en sus diversas épocas, reflejando las distintas civilizaciones que en él se asentaron y marcando los movimientos industriales que en el mismo se desenvolvieron».

         Como pueden ver, cada escrito de Alcalde del Río que traemos a colación, nos pone delante de un hombre rebosante de una preocupación humanística verdaderamente importante. Ese estudio de los movimientos industriales dentro de la historia, que don Hermilio reclama en 1906, sólo ha sido realizado hace bien pocos años y las más notables escuelas actuales, han emprendido esa ruta recientemente.

         No terminaremos este comentario al curso 1905-1906, sin aludir a las palabras del Sr. Ruiz de Villa, en las que pone de manifiesto cómo la Escuela está cumpliendo a la perfección su cometido «iniciando a los jóvenes obreros en el conocimiento de las artes industriales, con la enseñanza del dibujo de todos los órdenes... despertando en ellos el sentimiento de la belleza».

         En el cuadro de honor de fin de curso, junto a nombres que hemos visto en años anteriores, surgen algunos nuevos: Agustín Revuelta, estudiante; Justo Ibarrondo, carpintero; José Oruña, carpintero; Carlos Lamsfus, ajustador; Abelardo Fernández, marmolista; Domingo y Luis Alonso, ajustadores ...

         ¡Qué hermosa preocupación la de aquellos hombres! Merece la pena que dejemos aquí constancia de quiénes fueron, con nuestro recuerdo agradecido y para que sirva de orgullo a sus descendientes. A la lista que dimos al principio de estas notas, en la que figuraban los socios fundadores de la «Asociación para el fomento de la instrucción de las clases populares», se unieron en estos años iniciales a que venimos aludiendo, Adolfo Ruiz de Rebolledo, Alfredo Sáinz, el Barón de Peramola, Cesáreo Varela, Francisco Teira, Manuel González Tánago, el Conde de Torreanaz, Eladio Hoyos, Gregorio del Campo, Jacobo Díaz y José Luis G. Obregón.



Texto de la conferencia pronunciada en Torrelavega en el XXV Aniversario de la muerte de D. Hermilio Alcalde del Río. Publicado posteriormente en: La revista Altamira, del Centro de Estudios Montañeses en 1974


lunes, 1 de junio de 2020

ANTOLOGÍA DE GERARDO DIEGO

ANTOLOGÍA DE GERARDO DIEGO





            Hemos escuchado del profesor Galán Lores las acertadas e inteligentes palabras con que ha dejado debidamente centrado y expuesto el tema que nos congrega hoy en este acto. Como consecuencia, de esas palabra Gerardo Diego y esta Antología Poética han visto ya la luz ante ustedes.

            Por mi parte, y dado que en el anuncio de la convocatoria para esta tarde se hace referencia a mi como director de la revista Peña Labra, revista de poesía y de Santander, he orientado las breves notas que siguen a continuación en torno a las relaciones de Gerardo Diego con Peña Labra y con el mundo santanderino de la poesía, y de la amistad en la poesía. Porque hablar de la de Gerardo con Santander y referirse solo a lo puramente literario, sería dejar fuera de juego la faceta más interesante de esta relación: la amistosa, que él cultivó con entusiasmo; con el mismo entusiasmo con que fue correspondida.

            Pero antes de seguir adelante quiero introducir un paréntesis que me va a permitir justificar por uno de sus lados, y por lo tanto unirlas, esta Antología Poética y Peña Labra. Dejando aparte que las dos publicaciones procedan de la misma institución editora, existe un nexo humano, anecdótico nada más si quieren, pero de anécdota elevada a categoría, como pretendía el maestro D'Ors. Cuando se proyecto un número monográfico de la revista dedicado a Gerardo Diego, Pablo Beltrán de Heredia fue colaborador insustituible para llevarle a cabo. Pues bien, ha sido ahora también la larga e inteligente mano de Beltrán de Heredia la promotora de esta Antología, aún cuando como en tantas otras ocasiones, haya quedado oculta en las secretas galerías por las que ha corrido el libro hasta su nacimiento.

            En este paréntesis queda ya citado un nombre que deben considerar ustedes de permanente presencia en los comentarios que siguen, aun cuando no se cite, en esas relaciones poéticas y humanas de Gerardo Diego con Santander.

* * *

            Cuando nació Peña Labra, allá por el casi remoto año 1971, se pensó desde el primer momento en dedicar un número monográfico a nuestro poeta. La reunión de los materiales necesarios dio lugar a que la publicación se tuviera que demorar hasta el año siguiente. Fue aquella una ocasión más en la que se puso de manifiesto la ya famosa timidez del poeta. A una carta que le escribí entonces, -y perdónenme la personificación del comentario-, con la que le mandaba una relación de posibles nombres, me contesto: “La lista de colaboradores me parece bien, aunque me abruma y presumo que algunos, a quienes no conozco apenas y que sospecho que no les gustará mi poesía, no lo harán o lo harán de mala gana”. El resultado fue que prácticamente todos aquellos que figuraban en la lista enviada respondieron afirmativamente; aquellos “algunos” en que pensaba Gerardo fueron muy pocos, que además se excusaron con creíbles razones, en las que resplandecía el cariño y la admiración que sentían hacia el poeta. En este número cuatro y en las cartas que conservo de cuando me remitieron los trabajos, se reunía el afecto personal de cuantos colaboraron en él.

            En el texto que leyó en el acto de presentación de dicho número el entonces director de la Institución Cultural de Cantabria, Miguel Ángel García Guinea, promotor de la revista desde este cargo, se resumían este afecto y admiración que todos sentíamos hacia el maestro de poetas. Hablaba el autor del texto, de los motivos de justicia, de agradecimiento y de montañesismo que nos habían llevado a la confección de aquel Peña Labra: “De justicia -decía García Guinea- porque la obra del poeta ha alcanzado tal plenitud y tal importancia en el mundo de las letras contemporáneas, que sería injusto no valorarla públicamente y resaltarla como un hito trascendental en el quehacer poético de este siglo”. Y añadía: “De agradecimiento y montañesismo, porque muy ciegos e insensibles habríamos de ser sino reconociéramos la maestría indudable del gran poeta santanderino”. El texto leído acababa diciendo: “Aunque ahora esté lejos de nosotros, yo sé que está aquí silencioso y humilde, agradeciendo con su timidez tan montañesa, esta ofrenda de recuerdos”. Palabras estas últimas que llevadas a un lejos eterno, pueden servir para este acto de hoy.

            El entonces Presidente de la Diputación Provincial, el siempre bien recordado Rafael González Echegaray, abría aquel número con estas bellas palabras: “Esta tierra nuestra, parca en elogios y honda en afectos, se siente siempre una con sus hijos preclaros; y se alegra con los triunfos de estos que la saben a propios, y se duele con la injusticia humana de silencios u olvidos ajenos que le escuecen el alma”.

            José Hierro que también tomó parte  en la presentación de este Peña Labra. En uno de los momentos de su intervención dijo que Santander le debía a Gerardo Diego “algo más solido que un homenaje como el de hoy: un monumento, un busto o una placa ...” De esta propuesta tuvo conocimiento el homenajeado por medio de la prensa local que se hizo eco de ella, y su contestación desde Sentaraille, donde se encontraba pasando la temporada de verano, fue inmediata y contundente. En una carta dirigida a Hierro le decía, después de un par de párrafos de agradecimiento: “Y vamos con lo más grave. Lo del monumento, busto o placa. !Por favor, no! por varios motivos”. Entre los que añadía un gracioso “Que vergüenza pasar frente al otro yo, expuesto a demasías de perros y canes de dos patas.”

            Gerardo Diego fue siempre generoso colaborador de Peña Labra. Desde el número uno, para el que nos autorizó la inclusión en sus páginas del soneto dedicado al otro gran montañés, Pancho Cossío, la presencia de su nombre en la revista fue frecuente. El lector que haya tenido la paciencia de seguirnos en estos diecisiete años de vida de la revista, habrá comprobado la verdad de esta afirmación, y mi archivo particular es testigo mudo del afecto con que nos trataba. En más de un tercio de los números que han aparecido hasta ahora, se encuentra su nombre al pie de estas colaboraciones y en muchas ocasiones fue proveedor de material documental, para confeccionar algún número.

            Le recuerdo en este sentido en una visita que hice a su casa de la calle Covarrubias, en Madrid, para pedirle colaboración con destino al número que estaba preparando sobre el Ultraísmo, en el que pretendía destacar la presencia en este movimiento poético de nuestro José de Ciria. En una conversación larga, que transcurrió como siempre cargada por su parte de densos y sonoros silencios, me habló mucho y muy elogiosamente de aquel gran poeta que habíamos perdido tan prematuramente y de sus relaciones amistosas con él. Después de un “conservo varias cartas suyas” y de más silencios, las sacó de un cajón y las dejó sobre la mesa. Acerque mi mano a ellas, las toque y dije: “Si yo pudiera...” No me dejó terminar la frase. “¿Por qué no te las llevas para reproducirlas? Ya me las devolverás.” Al gran tímido le había costado hacerme el ofrecimiento que yo tanto deseaba.  Cuantas situaciones como esta en la vida de Gerardo, pretendiendo ser generoso sin atreverse a serlo.

            Más anécdotas y gestos parecidos podrían ser citados como consecuencia de sus relaciones con Santander, con los numerosos amigos que aquí tuvo siempre. Desde los años iniciales de su vida literaria en el Ateneo, provocando el escandalo con conferencias sobre la poesía ultraísta y su relación ya entonces con José del Río Sainz, Luis Corona, Pancho Cossío, Gerardo Alvear... Las visitas frecuentes a la Biblioteca Menéndez Pelayo y la amistad entrañable con Miguel Artigas y José María de Cossío; aquel bellísimo Viacrucis impreso por Aldus en 1931 con la pulcritud habitual en esta imprenta, al que había precedido en el mismo taller la inolvidable Carmen, creada y dirigida por Gerardo, en la que colaboró Manuel de la Escalera en su administración; años más tarde, con los jóvenes del grupo Proel, interviniendo en los actos públicos organizados por esta revista y colaborando en sus páginas; más conferencias en el Ateneo de Santander; la presencia de su obra poética en la revista y colección de libros de La Isla de los Ratones, consecuencia de la buena amistad con Manuel Arce; aquella larga serie de artículos publicados en el diario Alerta a partir del año 1945; la publicación de cerca de una docena de libros en ediciones e imprentas santanderinas, de los que encontrarán ustedes puntual información en esta Antología Poética que hoy se presenta; nombres de amigos muy cercanos, como Ignacio Aguilera, José Simón Cabarga, Paco Cáceres, Ricardo Gullón, Alejandro Gago, Antonio Zúñiga, Ángel de la Hoz, (que consiguió algunos de los mejores retratos fotográficos de Gerardo), Matilde Camus, Javier y Bernardo Casanueva, los hermanos Gómez Collantes, Gloria Torner, Julio de Pablo... tantos y tantos nombres en una interminable lista de afectos comunes y aventuras literarias. Es una historia que habrá que contar algún día, y que llevaría a recoger con ella el pulso cultural de la ciudad de la mano de uno de sus hijos más preclaros.

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            En la carta dirigida a José Hierro a que me he referido anteriormente, hay una frase que quiero recoger ahora para cerrar estas notas que ya están resultando demasiado largas. Es aquella en la que se refiere al posible monumento que había propuesto Hierro en la presentación del número cuatro de Peña Labra: “Si prospera la idea -escribía Gerardo-, yo protestaría públicamente y en todo caso pediría que esperaran mis paisanos a que me muera”.

            Pues bien, Excmo. Sr. Presidente, Ilmo. Sr. Consejero, ya ha sido la hora de la muerte del poeta; ya es también para nosotros la hora de hacernos eco de aquella frase. Completemos el hermoso testimonio del afecto de Cantabria hacia el maestro de poetas que representa esta Antología Poética, con ese “monumento, busto o placa”, erigido en este Santander de su cuna y su palabra.



Leído en la presentación del libro Antología Poética de Gerardo Diego en el Hotel Bahía de Santander, 1 de junio de 1988