lunes, 3 de febrero de 2020

Páginas de una biografía


Hoy, 3 de febrero, queremos recordar en este blog la figura de José Luis Hidalgo. Que mejor forma para hacerlo que publicar las primeras palabras que leyó en público sobre él Aurelio García Cantalapiedra.

Páginas de una biografía



         En este mes de octubre de 1969, se han cumplido 50 años del nacimiento de nuestro poeta José Luis Hidalgo. Todas las efemérides son pocas para recordar y valorar su figura. Los que le conocimos, los que tuvimos la suerte inmensa de ser sus amigos, de disfrutar de su compañía, aun cuando fuera por unos pocos años al arrancárnosle la muerte cuando solo había cumplido 27, cuando llegan estas fechas se nos agudiza el recuerdo y su figura surge serena e inteligente a nuestro lado, como si no hubiera pasado nada. ¡Sí ha pasado! Es doloroso tener que hablar siempre de su desaparición, de su obra inconclusa, de su muerte, pero ya no nos queda más que eso. Claro que también nos queda la satisfacción de hacerlo con el orgullo de saber que ya está situado en el gran sitio literario que le corresponde. Todavía no hace mucho se me ha acercado una persona y me ha preguntado: pero, ¿es cierto que Hidalgo tiene figura de categoría nacional? No existe vacilación en le contestación: la tiene. Quien por sus estudios o por sus aficiones haya tenido que leer libros de literatura, de crítica literaria, antologías poéticas, textos de Institutos o de Universidades, e incluso esas Enciclopedias que ahora existe la moda de vender en fascículos semanales como antiguamente las celebres novelas por entregas -pero sin el encanto del suspense de aquellas-, tropezarán siempre con el nombre de Hidalgo entre los poetas importantes con que cuentan en estos textos.

         Hace unos días, recibí una carta de Dámaso Alonso, Presidente de la Real Academia Española de la Lengua, quien me decía de Hidalgo:

“Ya sabrá Vd. que le elegí como uno de los poetas en la antología Primavera y Flor de la Literatura Hispánica, que publicamos mi mujer y yo. Escribí una breve nota sobre él.”

         Y el mismo Profesor, en una conferencia que pronunció en Chile el año 1947, hablando de la influencia de la lírica española en la literatura europea contemporánea, citó a Hidalgo como uno de los más importantes de este aspecto.

         De parte de lo que aquí se va a hablar ha pasado ya un cuarto de siglo. Las circunstancias fundamentales de la vida de Hidalgo transcurrieron en la difícil época de la guerra civil española. Yo fui siempre un amigo apasionado, de tal forma, que a veces he sentido la duda de si le estaba supervalorando. Todo ello -sobre todo en estos primeros años de nuestra vida- envuelto en la nebulosa dorada de la adolescencia, podría haber dado una cierta fantasía al relato, de la que he huido totalmente, sometiendo a éste a una sequedad, que me da la impresión de que estoy traicionando a su memoria de amigo. Su Vida, y la obra que nos dejó, están muy lejos de ese posible examen civiseccionando los datos que es normal en estos estudios. Hidalgo transcendía desde de aquella inmensa humanidad que guardaba en su interior y con la que todos los que nos relacionábamos con él nos sentíamos contagiados. Sobre esta base está comentado lo que sigue. No he podido impedir que en todo ello haya una veladura de afecto. Quizás parte esté envuelto en esta niebla del Norte con la que el pretendía empañar algunas de sus acuarelas. Es la musa del septentrión, de Amos de Escalante, que a todos nos invade, seamos poetas o no.
         Y a esta opinión de Dámaso Alonso, podemos añadir las que quieran: Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Luis Rosales, Carlos Bousoño… todas, autoridades en esta materia, que no han vacilado en reconocer (como Juan Ramón) , que Hidalgo es un Bécquer de nuestro tiempo.

***

         Yo hoy quiero recordar a José Luis Hidalgo entre estos libros entrañables que nos rodean, de los que una gran parte fueron manejados por él en su formación autodidacta. No eran las mismas paredes, porque como sabéis, la Biblioteca entonces se encontraba en un piso de la calle Consolación, pero la mayor parte de estos tomos, que días atrás yo he ido recorriendo con la vista morosamente, celebrando un intimo acto de homenaje a Hidalgo en su 50 aniversario, son los que el leyó.

         De estos primeros años de su vida quiero hablaros. Las notas que os voy a leer, están entresacadas de una biografía en preparación y he escogido precisamente aquellas que más nos puedan decir en este momento, aquí, en esta Biblioteca, entre amigos como vosotros, de los que muchos le tratasteis y le conocisteis como yo. Vamos a recordarle entre todos: yo leyendo estas páginas y vosotros repasando en vuestra memoria los momentos que ellas os vayan trayendo a la imaginación. Sera, al fin, una comunicación de amigos. Si queréis, como ahora se suele decir, con una palabra de uso frecuente, será un acto “concelebrado”.

         Para los que no le tratasteis personalmente, los más jóvenes que nosotros, o los que entonces no vivíais en Torrelavega, pretendo que resulte un complemento de la idea que podáis haber formado sobre el al leer sus libros. Pero no olvidéis que, no es más que una idea mía sobre él; con esto quiero decir que es una interpretación personal, muy personal, que yo creo que es la cierta, la verdadera, pero que puede estar equivocada por mi pasión de amigo. La pasión se suele decir que se debe dejar en el bolsillo cuando se habla ante un público, pero, ¡qué queréis…! Yo, cuando hablo de Hidalgo, no puedo remediarlo y lo hago siempre con el corazón. Esto no es inconveniente, sino quizás al contrario, para que al final de mis palabras si alguno de vosotros quiere hacer una observación o comentario sobre lo que ha oído, yo lo recoja con el mayor agrado y, si puedo, lo conteste y lo aclare. Solo quiero insistir en una cosa. Que estamos aquí recordando que hace 50 años nació un amigo que hoy es una gloria nacional; que venimos todos a enorgullecernos de ello y si alguna falta encontraseis en lo que yo pueda decir, sepáis perdonarlo en honor al buen deseo y a la emoción con que está hecho. La emoción, a veces, nos juega pasadas y nos hace seguir caminos que no son totalmente ciertos. Yo he procurado huir de ello.

***

         La primera pregunta que se le presenta al biógrafo de José Luis Hidalgo es la siguiente: ¿representa Hidalgo al tipo de hombre que vivió nuestra guerra y que sufrió la postguerra? Me explicare. Todos y cada uno de los españoles que hoy andamos por el medio siglo más o menos de nuestra vida, fuimos testigos de lo que estaba pasando en España antes de 1936, de lo que pasó de 1936 a 1939 y de lo que sucedió después de 1939. Pero, ¿se puede asegurar qué todos fuimos auténticos testigos de lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor? No me estoy refiriendo, como es natural, a la falta de pan blanco en momentos determinados, por ejemplo, o a la escasez des gasolina sustituida por los horribles gasógenos; no. Cuando hablo de testigos, hablo de hombres totalmente implicados en lo que estaba ocurriendo en España y con lo que esta implicación representaba. Por eso, vuelvo a mi primera pregunta: ¿se puede considerar a Hidalgo como a un hombre representativo de la generación que vivía auténticamente aquella España dolorosamente partida en dos? Cuando hablamos de José Luis Hidalgo, ¿hablamos de una generación o hablamos de un hecho aislado que no podemos señalar como prototipo de ella, a la que solo pertenecía por su edad?

         Voy a descubrir mi juego desde el principio. José Luis Hidalgo sufrió en su carne, en su cuerpo, las miserias materiales que nos tocaron padecer a todos los españoles, pero en su espíritu, en su formación, en sus afanes, fue un hombre marginado de los suyos; no de sus amigos, sino de los de su edad en general. Entiéndase bien esto. No quiero decir que no llegara a preocuparle, a entristecerle, a dolerle todo lo que ocurría a su alrededor, de luchas, de desolación, de muertes. Hay está su hermoso libro final para atestiguarlo. Hablo de cómo su formación intelectual le hacia ver “aquello” que estaba ocurriendo como un hecho histórico, en toda la extensión de esta expresión; un hecho quizás ineludible -como muchos de los históricos- tras del que hay una meta a la que forzosamente se llega o se debe de llegar. Creo que toda su lucha, todos sus desvelos, todas sus hambres provocadas por la incapacidad de hacer compatibles las horas de la comida con las de los estudios, estaban orientados hacia un norte que el veía más claro que la mayoría de nosotros, los demás mortales. Creo, en fin, que José Luis Hidalgo era un poeta y veía el mundo como tal, con la intuición visionaria y la altitud que reporta esta condición a los que lo son de verdad.

Tengo una carta de él, que aclara y puntualiza perfectamente esto que pudiera parecer una apreciación parcial. Les ruego la escuchen con la misma altura con que esta escrita; son párrafos en los que alude a la posición política, dice así:

“… creo también con Ortega, que ser de derechas o de izquierda son dos maneras distintas de ser un imbécil, o a lo mejor un malvado, pues la mayor parte de las veces solo es una manera de encubrir afanes menos confesables. He pensado mucho sobre todo esto y llego a la conclusión de que solo es posible resolver esta ecuación de una manera unitaria y total, sin exclusiones. Veo, desde un plano más alto que el político precisamente, un mundo polarizado por dos opuestos que intentan anularse sin comprender que los dos se necesitan y se complementan en esta “armonía de los contrarios” que querían los griegos... En Filosofía, y este es el módulo para todo lo demás, pues es su raíz, la conciliación se impone. Yo quiero una unidad de la cultura, de la Vida, del hombre.”

         Como todos los españoles de aquellos años, el estaba orientado políticamente; tenía sus preferencias, pero por encima de ellas, como vemos por esta carta cuyo párrafo acabo de leer, no creía que la solución estuviera en que los blancos se comieran a los negros, o viceversa. Este es el José Luis Hidalgo en cuerpo y alma de quien se va a hablar hoy aquí. Un hombre que pretendía -y quería- que existiera en el mundo el color blanco y el color negro (vamos a llamarlos colores) , porque sabía, no solo como pintor, sino también como pensador, que el uno sin el otro no tenían justificación para existir; que los dos se complementan, como dice en su carta, en esa feliz “armonía de los contrarios” a la que él consideraba preciso llegar. Pero en la misma carta hay otro párrafo, no menos preciso, que completa aquel y que es necesario leer; habla de la unidad a que anteriormente se refería y comenta:

 “…no ésa que insinúan D'Ors y demás, que es una unidad parcial y solo quieren su unidad, que es una vuelta a un falso clasicismo. Unidad total, unidad viva y dinámica de ideas, que se sustenten unas en otras y que se sean necesarias en sus distintas fuerzas, como la ley que sostiene los astros”

         Fíjense en esta última frase: “que se sean necesarias en sus distintas fuerzas, como la ley que sostiene los astros” ¡Qué hermosa lección!

         Insisto: no se me entienda mal. Todo lo que ocurría alrededor de él le preocupaba, le preocupaba con exceso: ahí están representados en sus dibujos los tremendos problemas de la calle, del mar, de la sociedad en general; en su definitivo libro, el que justificó su existencia en el mundo, LOS MUERTOS, recoge y eleva hasta la categoría máxima, la anécdota de la vida. Por todo esto pienso que Hidalgo no es un hombre representativo de su generación. Se podría aducir que algunos poetas más excelsos (solo con citar a uno es suficiente: Antonio Machado), quedaron, sin embargo, totalmente implicados en la lucha -y he escogido precisamente al más filósofo de todos-, pero es que Machado, por encima de su contacto vivo, vital, con el pueblo ¿no estaba buscando también esa "armonía de los contrarios"? ¿Es que sus versos

Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón

no es la lamentación más amarga de un hombre de esa España partida de monte a monte, de mar a mar?

         José Luis Hidalgo, como lo fue Larra, es un fuera de serie en este aspecto. El escritor romántico, enfrentado con un mundo sórdido y vacío, mediocre, no tuvo más salida que el pistoletazo. Hidalgo, sin embargo, tuvo la suerte de encontrarse ante un mundo en lucha, ante un mundo en busca de “algo”, pues toda lucha es esperanza por encima del concepto de vencedores y vencidos, y por lo tanto, es futuro. No olvidemos que José Luis además, era un hombre con un entusiasmo de futuro sin límites. Voluntad y Tesón. Estas son dos palabras que el empleaba mucho en las cartas a los amigos, cuando nos veía flaquear. Desde su personalidad, a veces un tanto escéptica, pero siempre de gran altura, él estaba lleno de esperanza. Si Vds. Quieren, una esperanza desesperada, para usar la terminología de Charles Moller con respecto a Unamuno, pero, al fin, esperanza.

         Cuando José Hierro escribió su patética carta de despedida al amigo, ya muerto Hidalgo, con el título de Fracaso, en el número homenaje de la Revista CORCEL, ¿olvidaría Hierro que a José Luis no se le podía medir con el mismo rasero que a todos nosotros, los de su generación? Creo que él no fracasó. Fracasamos nosotros, los demás, los de 1a “quinta del 42” como le gusta llamarnos a Pepe Hierro, pero Hidalgo no, por que la llenó de contenido, dejando marginados -después de tocarlos- los hechos que a nosotros nos hacían volver la cabeza. El los veía, los comprendía, los sentía, pero su perfil se orientaba siempre adelante, hacia el objetivo final. Quizás por esto Hierro pudo decir de él, que fue una persona “humana, compleja, atormentada, admirable”.

***

         No puedo precisar dónde y en qué momento conocí a José Luis Hidalgo. Quizás nuestro primer encuentro fue en la Escuela Nacional del Oeste, donde estudiábamos los dos las primeras letras. Tendríamos ocho o diez años. Mi recuerdo de entonces, aún cuando alejado y desvaído, se confirma con el que guarda de él otro condiscípulo -el poeta Ángel Laguillo-: era un muchacho con una condición especial en sus maneras que le hacía destacarse de los demás; inteligente y apuntando ya una singular personalidad. Eso es todo lo que puedo decir de los primeros años.

         Era raro que Hidalgo mencionase más tarde, en algún comentario, los años de la infancia. Ni en sus versos apenas han quedado reflejados. Los tres poemas del Tríptico de recuerdos, del libro RAIZ, están ambientados en esa edad: “Niño, aún era niño”, dice el ultimo verso de la primera parte del tríptico, pero es un poema onírico, sin anécdotas que, por otra parte, puede ser que diga mucho de ese recuerdo borrado quizás intencionadamente. También aparece la infancia al trasluz del poema A mi madre muerta, publicado en el nº 7-8 de la revista PROEL pero nada más que como reflejo de la no existencia de ella; no hay en el, tampoco, dato personal alguno. ¿No fue alegre la infancia de Hidalgo? ¿Fue un niño triste? La referencia más concreta, aunque corta, es el primer verso del poema Vuelta, del libro LOS MUERTOS.

“Si yo naciera a mi doliente infancia”

que se queda en ese adjetivo sobre el cual nosotros hemos de hacer toda suerte de conjeturas. Los poemas del Tríptico de recuerdos a que me refiero anteriormente, tienen un poso de tristeza profunda. José Luis fue después un hombre risueño y cordial para los amigos, alegre, pero creo que no le abandonó jamás ese aire dolorido del poema Vuelta. José Hierro, en la conferencia que pronunció en la Diputación Provincial de Santander con motivo de la inauguración del monumento a Hidalgo en El Sardinero, a los diez años de su muerte, dijo de él una frase que creo que le define suficientemente:

“… era un hombre lleno de espíritu del humor, de una alegría reconcentrada, si esta expresión puede emplearse”.

         Esta alegría reconcentrada de que habla Hierro, le siguió durante su corta vida. Y como hemos visto, las horas de risa, que como niño tuvo que tenerlas, se debieron de mezclar, ya entonces, con las de reconcentración y tristeza.

***

         La adolescencia de Hidalgo se inicia en los primeros años de la década del 30, recién instaurada la Republica en España. Todavía íbamos a la Escuela del Oeste, donde vi llorar a su director Don Jorge García, al arriar la bandera roja y gualda. Yo, niño, no comprendía aquellas lagrimas, cuando todo el mundo estaba tan contento en la calle. Después pasé al Instituto de Enseñanza Media y perdí el contacto con Hidalgo durante algún tiempo, pero pronto volvimos a reanudarle y esta vez para siempre, en la Biblioteca Popular de Torrelavega, cuya entidad fue de primordial importancia en la formación de José Luis.

         Cuando comenzó a frecuentarla, en 1934, se trataba de una Biblioteca propiedad de sus socios, instalada en un primer piso de la calle Consolación, que contaba con unos seis mil volúmenes. Estaba regida por D. Gabino Teira, como presidente, quizás la persona más capacitada intelectualmente que ha tenido Torrelavega. Era un hombre distinguido en el vestir, extraordinario conferenciante y con unos conocimientos sobre Historia, especialmente de Historia de América, verdaderamente excepcionales. Este mismo año de 1934 le nombraron presidente de la Diputación de Santander y desde este cargo dio un gran impulso a la cultura. Inició el Museo de Prehistoria con el Padre Carballo, gestionó la adquisición de “La Casuca” de Pérez Galdós, en El Sardinero, para convertirla en casa museo del escritor canario, concedió numerosas becas para Bellas Artes, etc. Cuando D. Ramón Menéndez Pidal preparaba el lanzamiento de su monumental Historia de España, el Sr. Teira estuvo presente en la reunión que tuvieron en Madrid diversas autoridades en materia histórica. De no haber mediado la guerra, en el tomo dedicado a la conquista y colonización de América hubiera aparecido la firma de D. Gabino, aun cuando le oí en una ocasión que no estaba muy conforme con la orientación general que Menéndez Pidal quería dar a su Historia.

         Como bibliotecario actuaba Alfredo Velarde, que a sus conocimientos de la literatura unía un amor singular por los libros. De estos dos aspectos de su personalidad nos beneficiaríamos mucho los que acudíamos a la Biblioteca. Años más tarde, terminada la guerra civil española y ya muerto Hidalgo, me escribió Velarde desde su casa del Paseo de las Acacias, de Viña del Mar, Chile:

“… igual que hace unos meses, en una conferencia que dio Dámaso Alonso sobre la influencia de la lírica española en la europea; cual no sería mi asombro, cuando al final de ella, al nombrar a los poetas jóvenes que se habían destacado en estos últimos años en España, nombró a José Luis Hidalgo. Tal vez, entre todos los que había en la sala, y la concurrencia era numerosa y distinguida, tal vez sería yo el único que le conocía y sabía quien era. Me atravesó algo así como un relámpago por todo mi cuerpo y me sentía agasajado como si yo tuviera que ver algo en su paternidad… Le conocí niño, creció entre nosotros y habló y pintó y poetizó entre los gastados bancos de la Biblioteca Popular,”

         Desde la fundación de esta entidad el 13 de noviembre de 1927, formaba parte de la directiva de la misma, Don Pedro Lorenzo, que con Teira, D. Fernando Sañudo y otros señores también de Torrelavega, habían sido sus animadores. El Sr. Lorenzo es un exquisito gustador de la literatura y el arte y guarda en su casa de Barcelona, donde reside ahora, una magnífica colección de pintura contemporánea. En una carta desde Valencia, el 6 de junio de 1944, le decía Hidalgo:

“Guardo buenos recuerdos suyos, de aquellos tiempos de la Biblioteca y hasta creo que es Vd. el “culpable”, en gran parte, de los rumbos señalados a mi vida.”

         Aquí tendría que hacer ahora referencia a otras personas con las que convivió Hidalgo en la Biblioteca, las cuales, por una u otra razón, tuvieron algo que ver en su vida de entonces y en el futuro, pero el tiempo de que dispongo me impiden el hacerlo.

         La dedicación y la entrega desinteresada que estas personas excepcionales prestaron a la Biblioteca por aquellos años, con los colaboradores que tuvieron alrededor, dio sus frutos. La influencia que tuvo en el desarrollo cultural de Torrelavega, fue importante. Cuando un pueblo pequeño, como era entonces el nuestro, tiene la suerte de que se cree en él una entidad de este tipo, su evolución espiritual adquiere en esos momentos una categoría superior. Sobre todo cuando es un centro cultural, como era esta Biblioteca, fundamentalmente popular, volcado hacia la clase baja y con un interés especial en promocionarla. No es normal que surja de su seno una figura como la de Hidalgo; lo importante, por otra parte, es el afán por aprender que crea a su alrededor, en el que se sienten llamadas gentes de todas las categoría sociales. La Biblioteca Popular supo acercarse auténticamente al pueblo con sus libros, funcionando como biblioteca circulante y con los actos que allí se celebraban, sabiendo quitarles presunción y falsa categoría social a sus actividades y acertando a atraerse a personas de todas las clases, a quienes abrió la puerta de la cultura de par en par.

         Por estas fechas que vengo comentando, Torrelavega era todavía un pueblo pacifico y pequeño, donde las diversiones eran escasas y la Biblioteca fue un foco de atracción importante. Más tarde, cuando las pasiones, y sus consecuencias, los odios, se cotizaron más que la razón, se acusó a esta entidad de hacer una política partidista; de cobijar en ella a gente de una sola orientación ideológica. En todas aquellas ocasiones en que se reúnen las personas con un fin determinado, siempre hay una minoría que guía y en la España de estos tiempos de que hablo, desgraciadamente, a todas las minorías se las atribuía siempre una ideología partidista. No se podía concebir que un hombre fuera simplemente liberal, en el sentido marañoniano de la expresión: tenía que ser liberal y liberal de acción y afiliado a un partido. Además, hemos tenido la mala suerte de pensar que a lo religioso había de acompañarlo un matiz político determinado. Cierto que en la Biblioteca Popular no se recordaba a nadie el primer mandamiento de la Ley de Dios, pero no es menos cierto que jamás oí hablar en contra del mismo. Se respiraba un puro estado laico, con el más absoluto respeto para todos. Una anécdota confirma lo que antecede. Muy cerca de la fecha de la iniciación de la guerra civil, apareció en un periódico de Madrid un artículo del Dr. Marañón sobre el sabio ruso Pavlov. En él comentaba como en ocasión de la Revolución Rusa de 1.917 estaba trabajando este sabio en su laboratorio y su ayudante llegó con retraso al mismo; al preguntarle Pavlov las razones de ello y éste comentarle que había barricadas en las calles, y tiros, le respondió el sabio: “¿Qué tiene que ver todo eso con la Ciencia?”. Pues bien, este artículo fue recortado por el Sr. Velarde y colocado en un marco se exhibió durante algún tiempo en una pared de la Biblioteca. Precisamente en 1.936, cuando las relaciones entre los españoles estaban más enrarecidas.

         En este ambiente transcurrieron los primeros años de la adolescencia de José Luis Hidalgo. La Biblioteca la frecuentaba de 7 a 9 de la tarde, que eran las horas en que permanecía abierta. El resto del día lo empleaba principalmente en leer o dibujar y a ambas cosas se dedicaba con una tremenda pasión. Todas las semanas (los viernes, precisamente), había una conferencia. Pasaron por su tribuna libre importantes personalidades. Cuando nosotros todavía éramos niños, en 1.928, dio un recital Rafael Alberti. Después, desde Tudanca a donde había ido a pasar unos días de vacaciones con José María Cossío, escribió a Pedro Lorenzo:

“Torrelavega nos ha cogido por mitad del pecho. A mí por lo menos. Recuerdo a esas muchachas tan graciosísimas que, sentaditas ante mí, escuchaban mis canciones de mar y tierra. ¡Un prodigio de niñas! Me estoy muriendo por todas. Así, mu-rien-do por-to-das. Viviría en tu pueblo. Da gloria pasear bajo los soportales de la plaza. ¡Una delicia! Hay gracia verdadera y sobre todo, simpatía y no sé qué aire calente que le atraviesa a uno de parte a parte”.

         En la sala de exposiciones de este centro, pudo admirar Hidalgo, en Septiembre de 1.934, una muestra excepcional de Solana, que ocupaba toda la Biblioteca. La buena amistad que unía a los Sres. Lorenzo y Velarde con el pintor, nos permitió ver reunida la mayor parte de la obra de este genial artista. Recuerdo las horas y horas que Hidalgo dedicó a la exposición. Puede imaginarse el lector conocedor de la obra de Solana el efecto que produciría en la mente joven y ansiosa de José Luis, aquella extraña paleta y los desconcertantes temas que presentaba. El cuadro de “El fin del mundo”, le absorbió muchas horas de meditación. Algún tiempo después escribiría de este pintor:

“Su pintura está inserta en un plano distinto al habitual y frecuente en las obras de otros artistas, es imposible saber como comienza y donde termina y ni aún su técnica puede ser filiada entre las conocidas”.

         A esta exposición sucedieron otras que, si bien de menor importancia artística, no dejaron de influir en la afición pictórica de Hidalgo, por lo menos para estimularla. Una de ellas, la de Antonio Quirós, en febrero de 1936, (que después sería un buen amigo de Hidalgo), con la más atrevida realización de retratos que nosotros habíamos visto hasta entonces.

         Pero con ser estos aspectos importantes, el que verdaderamente influyo en su formación, fue la Biblioteca propiamente dicha. Aparte de las colecciones al uso de los Cásicos (Biblioteca de Autores Españoles Clásicos de La Lectura, etc.), estaba muy bien dotada de fondos modernos. Desde la generación del 98, de cuyos componentes no faltaban ni un solo libro, hasta el año 1936, pasaron a sus estanterías todo lo que de verdadero interés se pub1icaba. Para nuestro gozo, toda la poesía de alguna importancia que aparecía en las librerías, iba pronto a nuestras manos. Cuando en 1934 empezó Hidalgo a “devorar” libros en esta biblioteca, ya tenía a su alcance en ella los Versos humanos, de Gerardo Diego; Ámbito, de Vicente Aleixandre; Sobre los ángeles, de Alberti; los libros de Lorca y la Antología que en 1.932 publicó Gerardo Diego, pieza fundamental en la formación de José Luis, pues de ella sacó muy importantes orientaciones para estos primeros años, amén de la Revista de Occidente, Litoral y Cruz y Raya. Más tarde se incorporarían el delicioso Canción de Juan Ramón Jiménez en la edición de Signo; Razón de amor de Salinas y el primer Cántico de Guillen. Y entre este pasto de poesía La decadencia de Occidente de Spengler, por ejemplo, para confundirnos; las obras de Unamuno y Ortega, para aguzar nuestro interés y Niestsche para rodear de osadía al futuro hombre que teníamos que ser.

***

         Enumero y comento lo que antecede, porque esa fue la auténtica escuela de Hidalgo. Los números de la “Revista de Occidente” eran leídos con avidez y nos hacían saltar de un tema a otro tema, de un autor a otro autor, con habilidad de saltimbanquis; a veces, sin enterarnos de lo que encontrábamos, pero siempre con el afán de buscar algo nuevo, José Luis Hidalgo leía aquellos libros y autores que iban creando en su mente un poso inapreciable. En 1938, estando yo en el Cuartel de Vitoria y él todavía sin movilizar, me escribió desde Santander:

“Adquiere y envíame si puedes, las obras de Santa Teresa, que ya sabes cuanto me interesan, o las de cualquier otro de los nuestros, si son a precio económicos”.

         No es normal que un muchacho de 18 años, de ayer o de hoy, sienta este interés por las obras de Santa Teresa. Aquí podéis encontrar una de mis razones para afirmar, como lo hago al principio que Hidalgo era un fuera de serie en nuestra generación. No porque leyera a Santa Teresa, sino por la formación intelectual que esto representaba, por un lado, y porque esto estaba ocurriendo en plena guerra civil española. Nunca perdería la pasión por la lectura. Aunque a veces disminuyera el ritmo, fue un infatigable lector. En octubre de 1940 me decía desde Valencia:

“… y leo, leo como una fiera hasta las 3 de la mañana, pues soy socio de 3 bibliotecas. Azorín, Baroja, Ayala, Quevedo, Platón. Unos poemas en gallego de Federico, más poemas en gallego de un tal Cunqueiro muy bueno y un poco a lo Alberti y sobre todo a Ortega y a su España invertebrada”.

         En esta biblioteca de Torrelavega todo estuvo a su disposición. En la primera época de su incorporación a ella, con 14 años de edad, sus lecturas preferidas son abrumadoramente serias. El primer título que he encontrado registrado es Cosmografía de Biagio; después Flammarión, García Morente; Croce, etc . En una etapa de iniciación a la política que luego comentaré, dentro de este año 1934, lee a Giménez Caballero y El estado Corporativo de Goad. Le interesa el mundo que nos rodea, lo más cercano y lo más distante: La vida en los planetas, Concepción del Universo según los grandes filósofos, Los Microbios. Es un año de estudio del que queda reflejo en la primera prosa que publicó, aparecida el 12 de agosto de 1934 en el semanario local El Impulsor con el título de “Dos ideas”. Cuántas veces, más tarde, me comentó, desde otra altura, cómo algunos de aquellos libros que habíamos leído con tanto entusiasmo, se le caían ahora de las manos. Porque Hidalgo pronto fue capaz de separar con sabiduría de persona madura, lo que nos había parecido primero verdad absoluta. En carta de finales de 1.940 me decía de Ortega y Gasset:

“También yo leo a Ortega; muy grande, sí, pero empleando el calificativo que lee dio Giménez Caballero en “Genio de España” muy sibilino. Se escurre siempre como una anguila, es demasiado espectador"

         Y en 1943 repetía:

“Admiro a Ortega tanto como tú. Pero siempre me ha producido un poco de secreta antipatía. Demasiado caramelo. Y tanto Ortega me empieza ya a fornicar. “La conversación en el golf” es repugnante y en cuanto habla de amor mete la pata. Y que me perdone el maestro”.

         Lo que nunca se le vino abajo fue su admiración por los poetas anteriores a la generación del 27, como Juan Ramón, Antonio Machado y Unamuno. A este último, le habíamos conocido en las calles de Torrelavega y su persona nos producía un gran respeto. Solía venir a pasar unos días con su amigo el Dr. D. Bernardo Velarde, a descansar en una hermosa finca que éste poseía en Tanos a dos Km. de Torrelavega. Conservo una canta autógrafa que me regaló el Dr. Velarde, del 2 de septiembre de 1930 en la que Unamuno le decía: “… de esa para mí inolvidable Torrelavega”. El año 1934, cuando nosotros empezamos a acudir a la Biblioteca, ya no vino a Tanos. La preparación del discurso con motivo de su jubilación, coincidió con su época habitual de descanso en esta finca. Nosotros no llegamos a hablar con Unamuno. Años más tarde, el Dr. Velarde, en su finca “en la que solo se cultivan versos” (como a él le gustaba decir) se refería a D. Miguel con verdadera emoción.

         Ya en la guerra recordaba Hidalgo las buenas horas que habíamos pasado en la Biblioteca y en carta del 28 de agosto de 1938 me decía:

“Yo estoy, igual que tu, deseando que acabe de una vez esta guerra que tantas cosas nos ha roto y volver de nuevo a nuestra mesa negra con nuestras discusiones y nuestros amigos, con nuestros versos y con nuestros cuadros. No lo dudes, alrededor de ella fumaremos nuestro Kulumé de la paz con la pipa de Alfredo o con la mía”.

sin considerar que aquellos sucesos que estábamos viviendo producirían un foso profundo en la historia de España, que influiría de tal manera en la vida cotidiana, que nada o muy poco de lo anterior, podría ser continuado a partir del mismo renglón donde quedó el 18 de Julio de 1936.

         Con ocasión de la muerte de Hidalgo, me escribió desde Chile Alfredo Velarde, recordando la vinculación de José Luis a la Biblioteca Popular.

***

         En esta Biblioteca vivió Hidalgo una vida intelectual intensa. Pronto empezaría a verse los frutos, pues muy joven comenzó sus actividades como escritor y como pintor. La propia Biblioteca, con su salón de exposiciones y con las conferencias y el grupo de “Amigos del Arte” que se formó en su seno, fueron medios propicios.

         Hidalgo sentía irresistiblemente el tirón de la pintura y el de la poesía; los dos con la misma fuerza, pero pudo más la poesía. En una carta que me escribió desde Valencia unos años más tarde, me decía:

“A pesar de la pintura, no puedo abandonar la poesía y dudo todavía sobre cual será mi verdadero destino. Claro que no me preocupo demasiado por ello y me dejo hacer.”

         Para su obra pictórica quizás su vida fue demasiado corta. El Arte de la Pintura requiere un oficio, que se adquiere con el tiempo y esta puede ser la explicación de que, al romperse su vida a los 27 años, nos haya dejado una poesía hecha y una pintura iniciada.

         El primer escrito que publicó fue el artículo “Dos ideas” que apareció en El Impulsor del 12 de agosto de 1934; tenía por lo tanto 14 años de edad. Va dedicado a Luis Cañas, un poeta romántico local, que también murió joven. Es un sesudo trabajo, de aire filosófico, consecuencia inmediata de los libros que leía entonces. Es el único que he encontrado en la colección de 1934 de El Impulsor que los hermanos González Blanco han puesto amablemente a mi disposición. En 1935 su colaboración en este periódico ya es más activa. El 13 de enero aparece un breve trabajo con el título de “La pipa del marino”. Es muy interesante esta breve prosa porque ya en ella aparece un tema, el del mar, que no le abandonarla nunca. Hay en “La pipa del marino”, náufragos y escenas marineras que se repetirían con insistencia en su obra poética y sobre todo en la pictórica. Cuando lo años más tarde escribe al Arquitecto Sr. Riancho, con quien había tratado de la realización de unos murales para la taberna del poblado pesquero de Santander le dice:

“Yo tengo un extraordinario interés artístico en realizar esta obra, pues el tema me es gratísimo y entrañable”

         El 24 de marzo publica 12 greguerías. Todo en el mismo semanario. Le gustaba a Hidalgo el juego de las greguerías. Admiraba a Gómez de la Serna. Las greguerías, el cartel y la caricatura, creo que fueron para el un hobby permanente. Estas primeras greguerías estaban dedicadas a Carlos G. Chabat, joven intelectual que frecuentaba la Biblioteca Popular y que también hacía versos, muy lanzado por el camino del surrealismo literario, con el que José Luis haría amistad y a quien con frecuencia hacía alusión después en nuestras conversaciones y en nuestras cartas. Chabat, cuando la guerra, marchó a Méjico y no volvimos a tener noticias de él. El mismo mes de marzo, el día 31, publica otras 12 greguerías, que esta vez dedica a Ramón Gómez de la Serna “el admirable creador -dice- de este nuevo género literario”. El 12 de mayo, “El cuanto del abuelito" y de esta misma fecha es otra colección de greguerías que aparecieron el 2 de junio.

         El 30 de junio escribe un artículo necrológico, con el título de “!Cafetoo…!” con motivo de la muerte de un compañero de los primeros años de la escuela. Le dedica a su primer maestro:

“Para D. José Fernández Esteban, mi primer maestro, con intención de que sumerja su alma en el dulce agua del recuerdo”

         El Sr. Fernández Esteban fue el hombre que durante muchos años desde que llegó de Zamora, su tierra natal, llenaba casi el solo las páginas semanales de El Impulsor, en las que para dar la impresión de que eran varios los colaboradores, infantilmente empleaba numerosos seudónimos que, al fin y al cabo, eran reconocidos por todos los convecinos como procedentes de la misma pluma. El Impulsor había sido fundado el 9 de diciembre de 1873 y se publicó hasta la guerra civil. Es meritoria la labor de los hombres que se dedicaron a ello; conseguir esta pervivencia durante más de 60 años en un pueblo de tan escasos vecinos, es un esfuerzo que requería una autentica vocación.

         El primer poema publicado por Hidalgo en este semanario apareció en el número del 14 de julio, con una dedicatoria a José Mª Cañas, poeta y hermano del Luis Cañas a quien había dedicado la primera prosa. Llevaba el título de “Noche”.

         El 4 de agosto de este año de 1935 acude Hidalgo a Comillas con “Amigos del Arte”, a rendir homenaje al poeta del mar Jesús Cancio. Fue muy curioso el desarrollo de los actos, pues instalaron altavoces por las calles desde los que los asistentes leyeron sus adhesiones. Desde uno de los micrófonos, colocado en el Ayuntamiento, recitó Fidelita Díez, la rapsoda del grupo, también muerta prematuramente, “El entierro de Chumancera” de Cancio y la gente aplaudía y vitoreaba al autor. Eran los años felices del “Poeta del mar”, como se le llamaba a Cancio; para Jesús todo lo que le rodeaba se trasformaba en poesía: el mar y sus tragedias y alegrías; los amigos, el paisaje… preferentemente el mar. LO que no fuese poesía o no tuviese relación con ella, no le valía. Era la hora hermosa de Olas y cantiles, del Romancero del mar con las ilustraciones de Ricardo Bernardo, de la visita de García Lorca al poeta, en Comillas, de la que a Cancio le quedaría el recuerdo inolvidable de un paseo por la playa en el que Federico, ante la naturaleza y el amigo, dejó volar el entusiasmo y la poesía. Era la época del retrato de Quirós, del retrato de Ricardo Bernardo y del de Cristóbal Ruiz; de la cabeza en piedra que le hizo Jesús Otero.

         Cancio, pasados los años, devolvería con creces a Hidalgo su colaboración en este homenaje; en cuantas circunstancias tenía ocasión para hacerlo, se volcaba con elogios para su persona y para su poesía, con la pasión que el poeta de Comillas ponía en todo lo referente a sus amigos. En algunas dedicatorias que Cancio me puso al frente de sus libros, hay alusiones emocionadas a Hidalgo. En una carta escrita después de la muerte de José Luis, me dijo Cancio:

“En mi acuse de recibo a Cantolla (que le había enviado un ejemplar de Dolor de tierra verde de Manuel Llano), señalo una vez más el paralelo entre Llano y José Luis, aquel Bécquer de alma norteña perdido también cuando más y mejores cosas prometía”

         Esta referencia a Bécquer al hablar de Hidalgo, la repetiría Juan Ramón Jiménez. En el libro Conversaciones con Juan Ramón que escribió Ricardo Gullón, se lee:

“-Entre los jóvenes hay que recordar siempre al pobre José Luis Hidalgo”
“-¡Ah! ¡Sí!. Aquel muchacho que escribió el admirable libro sobre los muertos… Era quizás el poeta más natural y espontáneo de estos años. Muy conseguido. Algo así como un Bécquer de nuestra época, de otra época.”

         Y en otra página:

“… la mejor poesía joven de España sigue siendo simbolista; José Luis Hidalgo lo fue y es el más cercano a Bécquer de cuantos después de éste hicieron poesía.”

         El 11 de agosto publica en el mismo semanario un trabajo en prosa con el título “Parábola”. No he encontrado más trabajos en el año 1935. Ya en 1936, el 2 de febrero, aparece en El Impulsor otra poesía titulada “Fuera de mí” y poco después, el 16 del mismo mes “Canción del Marinero”, ilustrada con un grabado en madera del propio autor. A partir de esta fecha es frecuente la aparición de grabados en madera de Hidalgo en este semanario, ilustrando trabajos propios y ajenos, que no cesarían hasta 1937 en que fue suprimido el periódico.

         En esta primavera de 1936 hace su “Primer libro” -como él decía-. Es una colección de poemas que le fue copiada a máquina, en una vieja “Underwood”, por su amigo Víctor Martín Herrero, a quien solía llamar “mi primer editor”. Estaba hecha en papel de barba, muy cuidada y fue ejemplar único que luego encuadernó y del cual no he vuelto a tener noticias. De estas poesías, alguna pasó más tarde al libro RAIZ, Yo conservo de él una hoja que me dio Hidalgo con el poema “La mina” que después, al publicarlo en RAIZ sufrió ciertas variantes.

         Alterna la poesía con la prosa. El 23 de febrero publica, siempre en El Impulsor, “Desproporción”, que es un trabajo con un cierto aire surrealista. El 1 de marzo, “Romance a un beso”, con una cita de Juan Ramón Jiménez y el 15 de mayo, otro poema titulado “Alba”.

         El día 5 de mayo habló por primera vez en público. Tenía 17 años. Invitado por “Amigos del Arte” de la Biblioteca Popular, leyó una conferencia sobre el tema “Poesía de vanguardia”. Era un estudio muy concienzudo de los poetas de la época, con opiniones personales sacadas de la lectura frecuente de los libros de la generación del 27, que conocía perfectamente, y en los que centró su conferencia.

         Poco después, el 24 de mayo, volvió a hablar sobre poesía. Esta vez invitado por la entidad “Progreso Cultural de Duález”, radicada en el pueble de este nombre. El tema fue sencillamente “La Poesía”. Duález era entonces un pueblecito de muy pocos vecinos, pero al que había llegado, como a otros muchos de la provincia, el afán de leer; habían creado una Biblioteca en el edificio de la escuela y alrededor de ella celebraban conferencias y colgaban exposiciones. Todo esto es más meritorio si pensamos en que no reunía más allá de los 300 habitantes. El foco de irradiación partía de la Biblioteca Popular de Torrelavega que, anticipándose en unos años a los Centros Coordinadores de Bibliotecas que se crearon después de la guerra civil en algunas Diputaciones Provinciales, se dedicaba a fomentar la cultura, a base, no solo de las actividades propias, sino también proyectándolas a los pueblos limítrofes. En conferencia Hidalgo hizo una definición de lo que era la poesía y comentó como había influido en las diversas épocas. Al final leyó abundantes ejemplos de los poetas más recientes y habló de la necesidad de dedicar algún tiempo al Arte y a las demás actividades del espíritu. Para aquel pueblecito, un acto de este tipo, a las 11 de la mañana de un domingo, constituía un acontecimiento importante y así ocurrió que Hidalgo fue recibido por el Alcalde de Barrio y demás “autoridades” entre explosiones de bombas y cohetes.

         Con el mismo fin que en Duález, se había creado otra entidad cultural en Barreda, apoyada así mismo por la Biblioteca Popular como Biblioteca madre.

         Pasaron unos meses sin que Hidalgo publicara nada y el 21 de noviembre aparece en El Impulsor su última colaboración poéticas; es un romance de guerra con el titulo de “Teniente Sabin de Isusi” alusivo a la muerte de este oficial al frente de su compañía en las Vascongadas, con el ejercito de la Republica.

         Antes de finalizar 1936 reúne en un nuevo libro también hecho en una máquina de escribir, otra colección de poesías con el título de Las luces asesinas. En el momento de escribir estas líneas ignoro en poder de quién estará este libro ni cuales fueron las poesías que recogió en él. Tengo la referencia de su existencia porque al final del librito Diez poemas junto al mar, al citar las “Obras del Autor”, le menciona. En esta misma copia de los Diez poemas junto al mar ya hace referencia a otros dos libros que todavía estaba manuscritos, es decir, sin pasar a máquina de escribir, con el título Mensaje hasta el aire y Ciudad, ambos de 1938, de los que poseo una copia.

***

         La actividad pictórica de Hidalgo comienza a pasar a1 público en las exposiciones infantiles colectivas que organiza todos los años la Biblioteca Popular. Pero en 1935 ya se dedica a preparar una exposición individual que inauguró el 12 de enero de 1936 en el salón de la biblioteca. Para estas fechas ya ha dejado de colaborar en las exposiciones infantiles y se encuentra con fuerzas suficientes para organizar una exposición propia. La muestra que presentó estaba compuesta por nueve carteles y 20 dibujos. De los primeros era un auténtico grito en la pared, como decía Gómez de la Serna al definir esta técnica pictórica, el que llevaba precisamente como título “Grito”. Estaba hecho sobre una pagina del periódico YA y dedicado a propaganda de este diario. Entre los dibujos abundaban los de tema marinero, la constante pictórica de Hidalgo: “Capitán de Patache”, “Patrones”, “Pescador”, y dos con el título de “Marinos”. En la presentación que escribió Alfredo Velarde para el catálogo de esta Exposición, decía:

“… todas estas inquietudes sueltas, desperdigadas, tuvieron su punto de unión en “Amigos del Arte”, título amplio y soñador, un poco en discordia con los tiempos que corremos, en los que los niños y los hombres juegan imprudentemente a ponerse uniformes y a elogiar, excesivamente, las armas de fuego. “Amigos del Arte” significaba para aquellos muchachos un paso esplendido en su vida de hombres: Deseaban crear y no matar, producir y no destruir; un cuadro, un verso o una talla, eran valores supremos: el sentido de humanidad en ellos no se perdía, resurgía por el contrario más limpio en una época de confusionismo, de pedantería, de chabacanería: juego por juego es preferible jugar a poeta que a pistolero –y sigue- José Luis Hidalgo, de quien especialmente queremos ocuparnos, sin sombre de gozo pero sí de preocupación, inicia su carrera artística con esta exposición de carteles y dibujos. Si dijéramos que su arte es suyo no mentiríamos puesto que antes que él nadie en Torrelavega dirigió su espíritu a disciplina tan difícil de llevar a feliz término como es la del cartel. Ser cartelista está aparte de cualquiera otra manifestación artística: hay que nacer con dotes de “gritador de las paredes” como lo definía un humorista y esos son los carteles de Hidalgo: voces que llaman al público a fijarse en ellos.”

         Dominaba ya la técnica del cartel y la concepción del mismo. En estas mismas fechas de la exposición que he comentado, pintó el famoso cartel para las elecciones de febrero de 1936. El Frente Popular tuvo el acierto de basar uno de los aspectos de su propaganda para estas elecciones en la liberación de los presos políticos que estaban detenidos desde la revolución de 1934. A Hidalgo le encargaron un cartel que sirviera a este objeto y dio perfectamente en la diana. Una mancha roja muy llamativa sobre el centro del papel y en ella pintada una reja negra; una mano asomaba agarrotada nervudamente a un barrote, mientras que la otra salía con un pañuelo blanco entre las rejas. El texto que iba sobre el cartel decía: “tus hermanos te llaman”. La impresión que producía era sorprendente. No he conseguido encontrar un ejemplar de este cartel. Ya en la guerra, estando Torrelavega todavía en zona republicana, hicimos una exposición de carteles alusivos al momento, en los locales de la FUE, en la que conseguimos reunir una buena colección de los que habían sido editados por la república. Entre los buenos carteles del maestro Renau, destacaba con notable personalidad este de Hidalgo.

         Aparte de él y de los que colgó en la Exposición de la Biblioteca, hizo otros alusivos a cuestiones culturales o dedicados a anunciar las Exposiciones que se celebraban en este centro y algunos más para las elecciones de febrero, pero estos no fueron editados.

         Otro aspecto como pintor de esta misma época, son las decoraciones que hizo para un festival que organizó la Biblioteca Popular con objeto de allegar fondos para su proyecto de un edificio propio. El acto se realizó el día 2 de abril de este año 36 en el Teatro Principal y los decorados del “Joven Pintor –como decía la prensa local- fueron muy del agrado del respetable”.

         Fue Hidalgo un hombre completamente consciente de sus posibilidades pictóricas en cada fase de su vida; su elevada capacidad crítica, agudizada para la obra propia, le hacía retraerse en exceso sobre sus propias realizaciones. En octubre de 1939, en una carta dirigida Ángel Laguillo, desde Valencia, le decía:

“En dibujo y en pintura estoy muy verde aún para definirme, aunque presiento cómo lo haré. Por ahora me limito a aprender a hacerlo, sin preocuparme apenas del cómo”.

         Es toda una admirable lección de disciplina escolar. Mas tarde, en 1940 me decía a mí en otra carta:

“Mi vida sigue parecida. En la Academia he aprendido ya mucho: que el dibujar es una de las cosas más difíciles que hay en el mundo. La otra cosa más difícil es el pintar. Para el tiempo que llevo creo que es bastante. De todas las formas, para cuando tenga 40 años espero haber aprendido algo”.

***

         Hidalgo era fundamentalmente humano en el más amplio sentido de la expresión y le interesaban hondamente los problemas que afectaban al hombre, tanto los humanos como los divinos. Nunca se encerró en una torre de marfil. Lo que ocurría en la calle le llegaba, en estos primeros años, tanto como lo que pudiera pasar en la Biblioteca, que era el ambiente en que como hemos visto se movía, y se entregaba a ello con la misma pasión que a las letras y a la pintura.

         Un aspecto muy importante en esta línea, es el religioso. La religión fue preocupación importante en su vida. Desde mis recuerdos y desde mis papeles de él, creo distinguir tres momentos: uno, primero, a los 14 ó 16 años; los de formación, de gran inquietud. Lee a Flammarion, una cosmografía, le preocupa el origen del Universo y sobre todo, lee los Evangelios. En estos años que vengo comentando, Hidalgo manejaba con frecuencia, y nos leía a los amigos, unos Evangelios de esos que repartían las sectas protestantes y su propietario los devoraba con un sentido unamuniano. De aquella lectura, apasionada en la forma, pero serena en el razonar, habían surgido las numerosas notas marginales que llevaba en sus paginas. Una tarde, al reunirnos en la Biblioteca me dijo: “He estado hablando con el Párroco y le he mostrado los Evangelios con mis comentarios. He hablado largo rato con él”. Yo le pregunté asombrado que qué le había dicho el sacerdote. “Que hay que tener fe, ¿qué te parece?”. Una sonrisa aparecía en su rostro. No era una sonrisa maliciosa, porque José Luis jamás se ensañó con nadie y menos podía hacerlo con aquel hombre bueno a quien todos respetábamos y estimábamos.

         Se sentía cristiano, pero, como Unamuno con una cierta indeterminación en las soluciones concretas del problema de ultratumba y con tremendas dudas que le llevaban a vivir alejado de la Iglesia. A este primer periodo de actividad religiosa crítica, siguió otro de un enfriamiento prácticamente absoluto y a este un tercero en el que vuelve a ponerse en ebullición su preocupación, con la consecuencia importantísima de la creación del libro de LOS MUERTOS.

         En el libro que Leopoldo Rodríguez Alcalde dedicó a José Luis Hidalgo se lee un amplio estudio de lo religioso en la obra de nuestro poeta. He aquí algunos párrafos:

“En LOS MUERTOS se contiene, además, todo el pensamiento atormentado de José Luis, más aún, un íntimo drama de incalculables dimensiones sobre el cual no considero licito callar; es el drama de José Luis, enamorado de la Vida, creyente en la energía y en el esfuerzo, al enfrentarse con la idea de la muerte, materializada en los seres amados o desconocidos que por todas partes yacen. Y desde otro punto de vista, ya en un plano más elevado y también más intimo, el enorme conflicto religioso del poeta, oscilando entre el fervor y la rebeldía, buscando a Dios y no sabiendo hallarle".

         Y más adelante:

“Y, sin embargo, por un designio inescrutable, nuestro amigo carecía de fe religiosa: La sed del infinito que le atormentaba era su tortura, precisamente, por faltarle el asidero que su espíritu íntimamente religioso, necesitaba. Su escepticismo en esta materia era total…Ignoro por completo el origen de esta posición negativa de José Luis, que sin duda se vio fomentada, o por lo menos apoyada, en los ambientes intelectuales y artísticos, tan apartados en general de toda verdadera preocupación religiosa."

         Efectivamente, el ambiente en que se movió Hidalgo en estos primeros años de su adolescencia, estaba al margen de la actividad religiosa. Pero José Luis, como hemos venido viendo, era hombre de acusada personalidad y cabría que en este aspecto tan importante hubiese reaccionado contra esa frialdad que podía haber a su alrededor. ¿Por qué no fue así? Creo que sus abundantes lecturas y sus meditaciones sobre ellas, son las que le hacían apartarse cada vez más de la religión al uso. No era un muchacho que se hubiera apartado de Dios sin lucha; él no veía clara la necesidad del Ser Supremo, y trataba de razonársela. Tenía que razonársela y esto es lo que le fallaba. Dedicó muchas horas de entonces a ello y cada vez se fue hundiendo más en la nada. Fue, en lo religioso, como en todo, un autodidacta y, como apunté anteriormente, de este buscar e indagar sobre tan fundamental problema, salió con las manos vacías. Hasta que en 1.944 empieza a trabajar en el libro de LOS MUERTOS, no sale de su pluma una sola pregunta o comentario religioso. Toda su problemática en este aspecto está reducida a este libro. Este libro reúne toda la religiosidad de Hidalgo: Encararse con Dios, hablar a Dios, discutir a Dios su obra, en busca de soluciones a cuestiones que no puede comprender. Es la misma lucha de Unamuno y de tantos otros españoles a quienes se les resiste la religión tal y como nos la enseñaron; sin embargo, su cabeza les hace buscar una solución a los problemas metafísicos, porque no pueden comprender que todas las cosas que llevan en su corazón mueran con su muerte.

         En estos mismos años empezó a sentir también preocupación por los problemas sociales y políticos. No podía ser menos. Un espíritu inquieto como el suyo, con un afán desmedido por las circunstancias humanas -como se deduce de sus lecturas- no podía permanecer ajeno a esta faceta de la vida. El ambiente en que estábamos sumergidos los muchachos de nuestra edad en Torrelavega, era más o menos similar al de los de todos los pueblos de España. La política se estaba radicalizando, aún cuando podía seguir llamándose Política con letra mayúscula. Para nosotros, los que no nos contentábamos con jugar a guardias y a ladrones, o cosas por el estilo en la plaza Mayor, existían dos tendencias que nos arrastraban. Como es natural, los años no nos permitían adoptar posturas moderadas o intermedias. Por un lado, el recién nacido Fascismo (o falangismo, como querían que se dijese en España), atraía a una fracción; ofrecía ideas nuevas, ofrecía uniformes y un estilo de enfrentarse con los problemas que no era el habitual, todo lo cual no hay duda de que era un espejuelo para algunos, con aquella edad. Por otro lado, las ideas marxistas, presentaban un tinte romántico. Se trataba, nada menos, que de cambiar las bases del mundo, “los nada de hoy todo han de ser” y en verdad que era un objetivo para tentar a cualquiera que tuviera la sensibilidad un poco a flor de piel. Unos y otros pretendíamos –con nuestros años- que disponíamos de la palanca de Arquímedes y nos aprestábamos a utilizarla. Nuestra ingenuidad no nos permitía ver que existían estamentos en España que no crían en el sincero juego de la Política. Nosotros seguíamos ¿luchando? Por ese mundo mejor que estábamos seguros de conseguir con nuestra dialéctica, los unos y los otros. Pero todo se nos fue de las manos. Nuestros mayores habían decidido resolverlo de otra manera. Fuimos absorbidos por la vorágine que se produjo y en muchos años no fue posible ya pensar ni dialogar serenamente. No fue posible la paz, como diría después el título de uno de los libros más interesantes y ecuánimes que se han escrito en España relativos a los años inmediatamente anteriores a nuestra Guerra Civil.

         Podemos terminar diciendo con Bernanos:

“En resumen, nuestras intenciones eran puras, demasiado puras, demasiado inocentes. No debimos dejarlas salir solas. Ahora, ya han rodado mucho”