Hoy, 3 de febrero, queremos recordar en este blog la figura de José Luis Hidalgo. Que mejor forma para hacerlo que publicar las primeras palabras que leyó en público sobre él Aurelio García Cantalapiedra.
Páginas de una biografía
En este mes de octubre de 1969,
se han cumplido 50 años del nacimiento de nuestro poeta José Luis Hidalgo.
Todas las efemérides son pocas para recordar y valorar su figura. Los que le
conocimos, los que tuvimos la suerte inmensa de ser sus amigos, de disfrutar de
su compañía, aun cuando fuera por unos pocos años al arrancárnosle la muerte
cuando solo había cumplido 27, cuando llegan estas fechas se nos agudiza el
recuerdo y su figura surge serena e inteligente a nuestro lado, como si no
hubiera pasado nada. ¡Sí ha pasado! Es doloroso tener que hablar siempre de su
desaparición, de su obra inconclusa, de su muerte, pero ya no nos queda más que
eso. Claro que también nos queda la satisfacción de hacerlo con el orgullo de
saber que ya está situado en el gran sitio literario que le corresponde.
Todavía no hace mucho se me ha acercado una persona y me ha preguntado: pero,
¿es cierto que Hidalgo tiene figura de categoría nacional? No existe vacilación
en le contestación: la tiene. Quien por sus estudios o por sus aficiones haya
tenido que leer libros de literatura, de crítica literaria, antologías
poéticas, textos de Institutos o de Universidades, e incluso esas Enciclopedias
que ahora existe la moda de vender en fascículos semanales como antiguamente
las celebres novelas por entregas -pero sin el encanto del suspense de
aquellas-, tropezarán siempre con el nombre de Hidalgo entre los poetas
importantes con que cuentan en estos textos.
Hace unos días, recibí una
carta de Dámaso Alonso, Presidente de la Real Academia Española de la Lengua, quien
me decía de Hidalgo:
“Ya sabrá
Vd. que le elegí como uno de los poetas en la antología Primavera y Flor de
la Literatura Hispánica, que publicamos mi mujer y yo. Escribí una breve
nota sobre él.”
Y el mismo Profesor, en una
conferencia que pronunció en Chile el año 1947, hablando de la influencia de
la lírica española en la literatura europea contemporánea, citó a Hidalgo como
uno de los más importantes de este aspecto.
De parte de lo que aquí se va
a hablar ha pasado ya un cuarto de siglo. Las circunstancias fundamentales de la
vida de Hidalgo transcurrieron en la difícil época de la guerra civil española.
Yo fui siempre un amigo apasionado, de tal forma, que a veces he sentido la
duda de si le estaba supervalorando. Todo ello -sobre todo en estos primeros
años de nuestra vida- envuelto en la nebulosa dorada de la adolescencia, podría
haber dado una cierta fantasía al relato, de la que he huido totalmente, sometiendo
a éste a una sequedad, que me da la impresión de que estoy traicionando a su
memoria de amigo. Su Vida, y la obra que nos dejó, están muy lejos de ese
posible examen civiseccionando los datos que es normal en estos estudios.
Hidalgo transcendía desde de aquella inmensa humanidad que guardaba en su interior
y con la que todos los que nos relacionábamos con él nos sentíamos contagiados.
Sobre esta base está comentado lo que sigue. No he podido impedir que en todo
ello haya una veladura de afecto. Quizás parte esté envuelto en esta niebla del
Norte con la que el pretendía empañar algunas de sus acuarelas. Es la musa del
septentrión, de Amos de Escalante, que a todos nos invade, seamos poetas o no.
Y a esta opinión de Dámaso
Alonso, podemos añadir las que quieran: Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego,
Vicente Aleixandre, Luis Rosales, Carlos Bousoño… todas, autoridades en
esta materia, que no han vacilado en reconocer (como Juan Ramón) , que Hidalgo
es un Bécquer de nuestro tiempo.
***
Yo hoy quiero recordar a José
Luis Hidalgo entre estos libros entrañables que nos rodean, de los que una gran
parte fueron manejados por él en su formación autodidacta. No eran las mismas
paredes, porque como sabéis, la Biblioteca entonces se encontraba en un piso de
la calle Consolación, pero la mayor parte de estos tomos, que días atrás yo he
ido recorriendo con la vista morosamente, celebrando un intimo acto de homenaje
a Hidalgo en su 50 aniversario, son los que el leyó.
De estos primeros años de su
vida quiero hablaros. Las notas que os voy a leer, están entresacadas de una
biografía en preparación y he escogido precisamente aquellas que más nos puedan
decir en este momento, aquí, en esta Biblioteca, entre amigos como vosotros, de
los que muchos le tratasteis y le conocisteis como yo. Vamos a recordarle entre
todos: yo leyendo estas páginas y vosotros repasando en vuestra memoria los
momentos que ellas os vayan trayendo a la imaginación. Sera, al fin, una comunicación
de amigos. Si queréis, como ahora se suele decir, con una palabra de uso
frecuente, será un acto “concelebrado”.
Para los que no le tratasteis
personalmente, los más jóvenes que nosotros, o los que entonces no vivíais en
Torrelavega, pretendo que resulte un complemento de la idea que podáis haber
formado sobre el al leer sus libros. Pero no olvidéis que, no es más que una
idea mía sobre él; con esto quiero decir que es una interpretación personal,
muy personal, que yo creo que es la cierta, la verdadera, pero que puede estar
equivocada por mi pasión de amigo. La pasión se suele decir que se debe dejar
en el bolsillo cuando se habla ante un público, pero, ¡qué queréis…! Yo, cuando
hablo de Hidalgo, no puedo remediarlo y lo hago siempre con el corazón. Esto no
es inconveniente, sino quizás al contrario, para que al final de mis palabras
si alguno de vosotros quiere hacer una observación o comentario sobre lo
que ha oído, yo lo recoja con el mayor agrado y, si puedo, lo conteste y lo aclare. Solo quiero insistir
en una cosa. Que estamos aquí recordando que hace 50 años nació un amigo que
hoy es una gloria nacional; que venimos todos a enorgullecernos de ello y si
alguna falta encontraseis en lo que yo pueda decir, sepáis perdonarlo en honor
al buen deseo y a la emoción con que está hecho. La emoción, a veces, nos juega
pasadas y nos hace seguir caminos que no son totalmente ciertos. Yo he procurado
huir de ello.
***
La primera pregunta que se le
presenta al biógrafo de José Luis Hidalgo es la siguiente: ¿representa Hidalgo
al tipo de hombre que vivió nuestra guerra y que sufrió la postguerra? Me
explicare. Todos y cada uno de los españoles que hoy andamos por el medio siglo
más o menos de nuestra vida, fuimos testigos de lo que estaba pasando en España
antes de 1936, de lo que pasó de 1936 a 1939 y de lo que sucedió después de
1939. Pero, ¿se puede asegurar qué todos fuimos auténticos testigos de lo que
estaba ocurriendo a nuestro alrededor? No me estoy refiriendo, como es natural,
a la falta de pan blanco en momentos determinados, por ejemplo, o a la escasez
des gasolina sustituida por los horribles gasógenos; no. Cuando hablo de
testigos, hablo de hombres totalmente implicados en lo que estaba ocurriendo en
España y con lo que esta implicación representaba. Por eso, vuelvo a mi primera
pregunta: ¿se puede considerar a Hidalgo como a un hombre representativo de la
generación que vivía auténticamente aquella España dolorosamente partida en
dos? Cuando hablamos de José Luis Hidalgo, ¿hablamos de una generación o
hablamos de un hecho aislado que no podemos señalar como prototipo de ella, a
la que solo pertenecía por su edad?
Voy a descubrir mi juego
desde el principio. José Luis Hidalgo sufrió en su carne, en su cuerpo, las
miserias materiales que nos tocaron padecer a todos los españoles, pero en su
espíritu, en su formación, en sus afanes, fue un hombre marginado de los suyos;
no de sus amigos, sino de los de su edad en general. Entiéndase bien esto. No
quiero decir que no llegara a preocuparle, a entristecerle, a dolerle todo lo
que ocurría a su alrededor, de luchas, de desolación, de muertes. Hay está su
hermoso libro final para atestiguarlo. Hablo de cómo su formación intelectual
le hacia ver “aquello” que estaba ocurriendo como un hecho histórico, en toda
la extensión de esta expresión; un hecho quizás ineludible -como muchos de los
históricos- tras del que hay una meta a la que forzosamente se llega o se debe
de llegar. Creo que toda su lucha, todos sus desvelos, todas sus hambres
provocadas por la incapacidad de hacer compatibles las horas de la comida con
las de los estudios, estaban orientados hacia un norte que el veía más claro
que la mayoría de nosotros, los demás mortales. Creo, en fin, que José Luis
Hidalgo era un poeta y veía el mundo como tal, con la intuición visionaria y la
altitud que reporta esta condición a los que lo son de verdad.
Tengo una carta de él, que aclara y puntualiza
perfectamente esto que pudiera parecer una apreciación parcial. Les ruego la escuchen
con la misma altura con que esta escrita; son párrafos en los que alude a la
posición política, dice así:
“… creo también con Ortega, que ser de derechas o de
izquierda son dos maneras distintas de ser un imbécil, o a lo mejor un malvado,
pues la mayor parte de las veces solo es una manera de encubrir afanes menos
confesables. He pensado mucho sobre todo esto y llego a la conclusión de que
solo es posible resolver esta ecuación de una manera unitaria y total, sin exclusiones.
Veo, desde un plano más alto que el político precisamente, un mundo polarizado por
dos opuestos que intentan anularse sin comprender que los dos se necesitan y se
complementan en esta “armonía de los contrarios” que querían los griegos... En
Filosofía, y este es el módulo para todo lo demás, pues es su raíz, la
conciliación se impone. Yo quiero una unidad de la cultura, de la Vida, del hombre.”
Como todos los españoles de
aquellos años, el estaba orientado políticamente; tenía sus preferencias, pero
por encima de ellas, como vemos por esta carta cuyo párrafo acabo de leer, no
creía que la solución estuviera en que los blancos se comieran a los negros, o
viceversa. Este es el José Luis Hidalgo en cuerpo y alma de quien se va a
hablar hoy aquí. Un hombre que pretendía -y quería- que existiera en el mundo
el color blanco y el color negro (vamos a llamarlos colores) , porque sabía, no
solo como pintor, sino también como pensador, que el uno sin el otro no tenían
justificación para existir; que los dos se complementan, como dice en su carta,
en esa feliz “armonía de los contrarios” a la que él consideraba preciso
llegar. Pero en la misma carta hay otro párrafo, no menos preciso, que completa
aquel y que es necesario leer; habla de la unidad a que anteriormente se refería
y comenta:
“…no ésa que
insinúan D'Ors y demás, que es una unidad parcial y solo quieren su unidad,
que es una vuelta a un falso clasicismo. Unidad total, unidad viva y
dinámica de ideas, que se sustenten unas en otras y que se sean necesarias
en sus distintas fuerzas, como la ley que sostiene los astros”
Fíjense en esta última frase: “que se sean necesarias en sus distintas fuerzas, como la ley que sostiene
los astros” ¡Qué hermosa lección!
Insisto: no se me entienda
mal. Todo lo que ocurría alrededor de él le preocupaba, le preocupaba con
exceso: ahí están representados en sus dibujos los tremendos problemas de la
calle, del mar, de la sociedad en general; en su definitivo libro, el que
justificó su existencia en el mundo, LOS MUERTOS, recoge y eleva hasta
la categoría máxima, la anécdota de la vida. Por todo esto pienso que Hidalgo
no es un hombre representativo de su generación. Se podría aducir que algunos
poetas más excelsos (solo con citar a uno es suficiente: Antonio Machado), quedaron,
sin embargo, totalmente implicados en la lucha -y he escogido precisamente al
más filósofo de todos-, pero es que Machado, por encima de su contacto vivo,
vital, con el pueblo ¿no estaba buscando también esa "armonía de los
contrarios"? ¿Es que sus versos
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón
no es la lamentación más amarga de un hombre de esa España partida de monte
a monte, de mar a mar?
José Luis Hidalgo, como lo
fue Larra, es un fuera de serie en este aspecto. El escritor romántico,
enfrentado con un mundo sórdido y vacío, mediocre, no tuvo más salida que el
pistoletazo. Hidalgo, sin embargo, tuvo la suerte de encontrarse ante un mundo
en lucha, ante un mundo en busca de “algo”, pues toda lucha es esperanza por
encima del concepto de vencedores y vencidos, y por lo tanto, es futuro. No
olvidemos que José Luis además, era un hombre con un entusiasmo de futuro sin
límites. Voluntad y Tesón. Estas son dos palabras que el empleaba mucho en las
cartas a los amigos, cuando nos veía flaquear. Desde su personalidad, a veces un
tanto escéptica, pero siempre de gran altura, él estaba lleno de esperanza. Si
Vds. Quieren, una esperanza desesperada, para usar la terminología de Charles
Moller con respecto a Unamuno, pero, al fin, esperanza.
Cuando José Hierro escribió
su patética carta de despedida al amigo, ya muerto Hidalgo, con el título de Fracaso,
en el número homenaje de la Revista CORCEL, ¿olvidaría Hierro que a José Luis
no se le podía medir con el mismo rasero que a todos nosotros, los de su generación?
Creo que él no fracasó. Fracasamos nosotros, los demás, los de 1a “quinta del
42” como le gusta llamarnos a Pepe Hierro, pero Hidalgo no, por que la llenó de
contenido, dejando marginados -después de tocarlos- los hechos que a nosotros
nos hacían volver la cabeza. El los veía, los comprendía, los sentía, pero su
perfil se orientaba siempre adelante, hacia el objetivo final. Quizás por esto
Hierro pudo decir de él, que fue una persona “humana, compleja, atormentada,
admirable”.
***
No puedo precisar dónde y en
qué momento conocí a José Luis Hidalgo. Quizás nuestro primer encuentro fue en
la Escuela Nacional del Oeste, donde estudiábamos los dos las primeras letras.
Tendríamos ocho o diez años. Mi recuerdo de entonces, aún cuando alejado y
desvaído, se confirma con el que guarda de él otro condiscípulo -el poeta Ángel
Laguillo-: era un muchacho con una condición especial en sus maneras que le
hacía destacarse de los demás; inteligente y apuntando ya una singular
personalidad. Eso es todo lo que puedo decir de los primeros años.
Era raro que Hidalgo
mencionase más tarde, en algún comentario, los años de la infancia. Ni en sus
versos apenas han quedado reflejados. Los tres poemas del Tríptico de
recuerdos, del libro RAIZ, están ambientados en esa edad: “Niño, aún era
niño”, dice el ultimo verso de
la primera parte del tríptico, pero es un poema onírico, sin anécdotas que, por
otra parte, puede ser que diga mucho de ese recuerdo borrado quizás
intencionadamente. También aparece la infancia al trasluz del poema A mi
madre muerta, publicado en el nº 7-8
de la revista PROEL pero nada más que como reflejo de la no
existencia de ella; no hay en el, tampoco, dato personal alguno. ¿No fue alegre
la infancia de Hidalgo? ¿Fue un niño triste? La referencia más concreta, aunque
corta, es el primer verso del poema Vuelta, del libro LOS MUERTOS.
“Si yo naciera a mi doliente infancia”
que se queda en ese adjetivo sobre el cual nosotros hemos de hacer toda
suerte de conjeturas. Los poemas del Tríptico de recuerdos a que me refiero
anteriormente, tienen un poso de tristeza profunda. José Luis fue después un
hombre risueño y cordial para los amigos, alegre, pero creo que no le abandonó
jamás ese aire dolorido del poema Vuelta. José Hierro, en la conferencia
que pronunció en la Diputación Provincial de Santander con motivo de la
inauguración del monumento a Hidalgo en El Sardinero, a los diez años de su
muerte, dijo de él una frase que creo que le define suficientemente:
“… era un
hombre lleno de espíritu del humor, de una alegría reconcentrada, si esta
expresión puede emplearse”.
Esta alegría reconcentrada
de que habla Hierro, le siguió durante su corta vida. Y como hemos visto, las
horas de risa, que como niño tuvo que tenerlas, se debieron de mezclar, ya entonces, con las de
reconcentración y tristeza.
***
La adolescencia de Hidalgo se
inicia en los primeros años de la década del 30, recién instaurada la Republica
en España. Todavía íbamos a la Escuela del Oeste, donde vi llorar a su director
Don Jorge García, al arriar la bandera roja y gualda. Yo, niño, no comprendía
aquellas lagrimas, cuando todo el mundo estaba tan contento en la calle.
Después pasé al Instituto de Enseñanza Media y perdí el contacto con Hidalgo
durante algún tiempo, pero pronto volvimos a reanudarle y esta vez para
siempre, en la Biblioteca Popular de Torrelavega, cuya entidad fue de primordial
importancia en la formación de José Luis.
Cuando comenzó a frecuentarla,
en 1934, se trataba de una Biblioteca propiedad de sus socios, instalada en un
primer piso de la calle Consolación, que contaba con unos seis mil volúmenes.
Estaba regida por D. Gabino Teira, como presidente, quizás la persona más
capacitada intelectualmente que ha tenido Torrelavega. Era un hombre distinguido
en el vestir, extraordinario conferenciante y con unos conocimientos sobre
Historia, especialmente de Historia de América, verdaderamente excepcionales.
Este mismo año de 1934 le nombraron presidente de la Diputación de Santander y
desde este cargo dio un gran impulso a la cultura. Inició el Museo de
Prehistoria con el Padre Carballo, gestionó la adquisición de “La Casuca” de
Pérez Galdós, en El Sardinero, para convertirla en casa museo del escritor
canario, concedió numerosas becas para Bellas Artes, etc. Cuando D. Ramón
Menéndez Pidal preparaba el lanzamiento de su monumental Historia de España, el
Sr. Teira estuvo presente en la reunión que tuvieron en Madrid diversas
autoridades en materia histórica. De no haber mediado la guerra, en el tomo
dedicado a la conquista y colonización de América hubiera aparecido la firma de
D. Gabino, aun cuando le oí en una ocasión que no estaba muy conforme con la
orientación general que Menéndez Pidal quería dar a su Historia.
Como bibliotecario actuaba
Alfredo Velarde, que a sus conocimientos de la literatura unía un amor singular
por los libros. De estos dos aspectos de su personalidad nos beneficiaríamos
mucho los que acudíamos a la Biblioteca. Años más tarde, terminada la guerra
civil española y ya muerto Hidalgo, me escribió Velarde desde su casa del Paseo
de las Acacias, de Viña del Mar, Chile:
“… igual
que hace unos meses, en una conferencia que dio Dámaso Alonso sobre la
influencia de la lírica española en la europea; cual no sería mi asombro,
cuando al final de ella, al nombrar a los poetas jóvenes que se habían
destacado en estos últimos años en España, nombró a José Luis Hidalgo. Tal vez,
entre todos los que había en la sala, y la concurrencia era numerosa y
distinguida, tal vez sería yo el único que le conocía y sabía quien era. Me
atravesó algo así como un relámpago por todo mi cuerpo y me sentía agasajado
como si yo tuviera que ver algo en su paternidad… Le conocí niño, creció entre
nosotros y habló y pintó y poetizó entre los gastados bancos de la Biblioteca
Popular,”
Desde la fundación de esta
entidad el 13 de noviembre de 1927, formaba parte de la directiva de la misma,
Don Pedro Lorenzo, que con Teira, D. Fernando Sañudo y otros señores también de
Torrelavega, habían sido sus animadores. El Sr. Lorenzo es un exquisito
gustador de la literatura y el arte y guarda en su casa de Barcelona, donde
reside ahora, una magnífica colección de pintura contemporánea. En una carta
desde Valencia, el 6 de junio de 1944, le decía Hidalgo:
“Guardo
buenos recuerdos suyos, de aquellos tiempos de la Biblioteca y hasta creo que
es Vd. el “culpable”, en gran parte, de los rumbos señalados a mi vida.”
Aquí tendría que hacer ahora
referencia a otras personas con las que convivió Hidalgo en la Biblioteca, las
cuales, por una u otra razón, tuvieron algo que ver en su vida de entonces y en
el futuro, pero el tiempo de que dispongo me impiden el hacerlo.
La dedicación y la entrega
desinteresada que estas personas excepcionales prestaron a la Biblioteca por
aquellos años, con los colaboradores que tuvieron alrededor, dio sus frutos. La
influencia que tuvo en el desarrollo cultural de Torrelavega, fue importante.
Cuando un pueblo pequeño, como era entonces el nuestro, tiene la suerte de que
se cree en él una entidad de este tipo, su evolución espiritual adquiere en
esos momentos una categoría superior. Sobre todo cuando es un centro cultural,
como era esta Biblioteca, fundamentalmente popular, volcado hacia la clase baja
y con un interés especial en promocionarla. No es normal que surja de su seno
una figura como la de Hidalgo; lo importante, por otra parte, es el afán por
aprender que crea a su alrededor, en el que se sienten llamadas gentes de todas
las categoría sociales. La Biblioteca Popular supo acercarse auténticamente al
pueblo con sus libros, funcionando como biblioteca circulante y con los actos
que allí se celebraban, sabiendo quitarles presunción y falsa categoría social
a sus actividades y acertando a atraerse a personas de todas las clases, a
quienes abrió la puerta de la cultura de par en par.
Por estas fechas que vengo comentando,
Torrelavega era todavía un pueblo pacifico y pequeño, donde las diversiones
eran escasas y la Biblioteca fue un foco de atracción importante. Más tarde,
cuando las pasiones, y sus consecuencias, los odios, se cotizaron más que la
razón, se acusó a esta entidad de hacer una política partidista; de cobijar en
ella a gente de una sola orientación ideológica. En todas aquellas ocasiones en
que se reúnen las personas con un fin determinado, siempre hay una minoría que
guía y en la España de estos tiempos de que hablo, desgraciadamente, a todas
las minorías se las atribuía siempre una ideología partidista. No se podía
concebir que un hombre fuera simplemente liberal, en el sentido marañoniano de
la expresión: tenía que ser liberal y liberal de acción y afiliado a un
partido. Además, hemos tenido la mala suerte de pensar que a lo religioso había
de acompañarlo un matiz político determinado. Cierto que en la Biblioteca
Popular no se recordaba a nadie el primer mandamiento de la Ley de Dios, pero
no es menos cierto que jamás oí hablar en contra del mismo. Se respiraba un
puro estado laico, con el más absoluto respeto para todos. Una anécdota
confirma lo que antecede. Muy cerca de la fecha de la iniciación de la guerra
civil, apareció en un periódico de Madrid un artículo del Dr. Marañón sobre el
sabio ruso Pavlov. En él comentaba como en ocasión de la Revolución Rusa de 1.917
estaba trabajando este sabio en su laboratorio y su ayudante llegó con retraso
al mismo; al preguntarle Pavlov las razones de ello y éste comentarle que había
barricadas en las calles, y tiros, le respondió el sabio: “¿Qué tiene que ver
todo eso con la Ciencia?”. Pues bien, este artículo fue recortado por el Sr.
Velarde y colocado en un marco se exhibió durante algún tiempo en una pared de
la Biblioteca. Precisamente en 1.936, cuando las relaciones entre los españoles
estaban más enrarecidas.
En este ambiente
transcurrieron los primeros años de la adolescencia de José Luis Hidalgo. La
Biblioteca la frecuentaba de 7 a 9 de la tarde, que eran las horas en que
permanecía abierta. El resto del día lo empleaba principalmente en leer o
dibujar y a ambas cosas se dedicaba con una tremenda pasión. Todas las semanas
(los viernes, precisamente), había una conferencia. Pasaron por su tribuna
libre importantes personalidades. Cuando nosotros todavía éramos niños, en
1.928, dio un recital Rafael Alberti. Después, desde Tudanca a donde había ido
a pasar unos días de vacaciones con José María Cossío, escribió a Pedro
Lorenzo:
“Torrelavega
nos ha cogido por mitad del pecho. A mí por lo menos. Recuerdo a esas muchachas
tan graciosísimas que, sentaditas ante mí, escuchaban mis canciones de mar y
tierra. ¡Un prodigio de niñas! Me estoy muriendo por todas. Así, mu-rien-do
por-to-das. Viviría en tu pueblo. Da gloria pasear bajo los soportales de la
plaza. ¡Una delicia! Hay gracia verdadera y sobre todo, simpatía y no sé qué
aire calente que le atraviesa a uno de parte a parte”.
En la sala de exposiciones de
este centro, pudo admirar Hidalgo, en Septiembre de 1.934, una muestra
excepcional de Solana, que ocupaba toda la Biblioteca. La buena amistad que unía
a los Sres. Lorenzo y Velarde con el pintor, nos permitió ver reunida la mayor
parte de la obra de este genial artista. Recuerdo las horas y horas que Hidalgo
dedicó a la exposición. Puede imaginarse el lector conocedor de la obra de
Solana el efecto que produciría en la mente joven y ansiosa de José Luis,
aquella extraña paleta y los desconcertantes temas que presentaba. El cuadro de
“El fin del mundo”, le absorbió muchas horas de meditación. Algún tiempo
después escribiría de este pintor:
“Su pintura
está inserta en un plano distinto al habitual y frecuente en las obras de otros
artistas, es imposible saber como comienza y donde termina y ni aún su técnica
puede ser filiada entre las conocidas”.
A esta exposición sucedieron
otras que, si bien de menor importancia artística, no dejaron de influir en la afición
pictórica de Hidalgo, por lo menos para estimularla. Una de ellas, la de
Antonio Quirós, en febrero de 1936, (que después sería un buen amigo de
Hidalgo), con la más atrevida realización de retratos que nosotros habíamos visto
hasta entonces.
Pero con ser estos aspectos
importantes, el que verdaderamente influyo en su formación, fue la Biblioteca
propiamente dicha. Aparte de las colecciones al uso de los Cásicos (Biblioteca
de Autores Españoles Clásicos de La Lectura, etc.), estaba muy bien dotada de
fondos modernos. Desde la generación del 98, de cuyos componentes no faltaban
ni un solo libro, hasta el año 1936, pasaron a sus estanterías todo lo que de
verdadero interés se pub1icaba. Para nuestro gozo, toda la poesía de alguna
importancia que aparecía en las librerías, iba pronto a nuestras manos. Cuando
en 1934 empezó Hidalgo a “devorar” libros en esta biblioteca, ya tenía a su
alcance en ella los Versos humanos, de Gerardo Diego; Ámbito, de
Vicente Aleixandre; Sobre los ángeles, de Alberti; los libros de Lorca y
la Antología que en 1.932 publicó Gerardo Diego, pieza fundamental en la
formación de José Luis, pues de ella sacó muy importantes orientaciones para
estos primeros años, amén de la Revista de Occidente, Litoral y Cruz
y Raya. Más tarde se incorporarían el delicioso Canción de Juan
Ramón Jiménez en la edición de Signo; Razón de amor de Salinas y
el primer Cántico de Guillen. Y entre este pasto de poesía La
decadencia de Occidente de Spengler, por ejemplo, para confundirnos; las
obras de Unamuno y Ortega, para aguzar nuestro interés y Niestsche para rodear
de osadía al futuro hombre que teníamos que ser.
***
Enumero y comento lo que antecede,
porque esa fue la auténtica escuela de Hidalgo. Los números de la “Revista de
Occidente” eran leídos con avidez y nos hacían saltar de un tema a otro tema,
de un autor a otro autor, con habilidad de saltimbanquis; a veces, sin
enterarnos de lo que encontrábamos, pero siempre con el afán de buscar algo
nuevo, José Luis Hidalgo leía aquellos libros y autores que iban creando en su
mente un poso inapreciable. En 1938,
estando yo en el Cuartel de Vitoria y él todavía sin movilizar, me escribió
desde Santander:
“Adquiere y
envíame si puedes, las obras de Santa Teresa, que ya sabes cuanto me interesan,
o las de cualquier otro de los nuestros, si son a precio económicos”.
No es normal que un muchacho
de 18 años, de ayer o de hoy, sienta este interés por las obras de Santa
Teresa. Aquí podéis encontrar una de mis razones para afirmar, como lo hago al
principio que Hidalgo era un fuera de serie en nuestra generación. No porque leyera
a Santa Teresa, sino por la formación intelectual que esto representaba, por un
lado, y porque esto estaba ocurriendo en plena guerra civil española. Nunca
perdería la pasión por la lectura. Aunque a veces disminuyera el ritmo, fue un
infatigable lector. En octubre de 1940 me decía desde Valencia:
“… y leo,
leo como una fiera hasta las 3 de la mañana, pues soy socio de 3 bibliotecas.
Azorín, Baroja, Ayala, Quevedo, Platón. Unos poemas en gallego de Federico, más
poemas en gallego de un tal Cunqueiro muy bueno y un poco a lo Alberti y sobre
todo a Ortega y a su España invertebrada”.
En esta biblioteca de Torrelavega
todo estuvo a su disposición. En la primera época de su incorporación a ella,
con 14 años de edad, sus lecturas preferidas son abrumadoramente serias. El
primer título que he encontrado registrado es Cosmografía de Biagio;
después Flammarión, García Morente; Croce, etc . En una etapa de iniciación a
la política que luego comentaré, dentro de este año 1934, lee a Giménez
Caballero y El estado Corporativo de Goad. Le interesa el mundo que nos
rodea, lo más cercano y lo más distante: La vida en los planetas, Concepción
del Universo según los grandes filósofos, Los Microbios. Es un año
de estudio del que queda reflejo en la primera prosa que publicó, aparecida el
12 de agosto de 1934 en el semanario local El Impulsor con el título de
“Dos ideas”. Cuántas veces, más tarde, me comentó, desde otra altura, cómo
algunos de aquellos libros que habíamos leído con tanto entusiasmo, se le caían
ahora de las manos. Porque Hidalgo pronto fue capaz de separar con sabiduría de
persona madura, lo que nos había parecido primero verdad absoluta. En carta de
finales de 1.940 me decía de Ortega y Gasset:
“También yo
leo a Ortega; muy grande, sí, pero empleando el calificativo que lee dio Giménez
Caballero en “Genio de España” muy sibilino. Se escurre siempre como una
anguila, es demasiado espectador"
Y en 1943 repetía:
“Admiro a
Ortega tanto como tú. Pero siempre me ha producido un poco de secreta
antipatía. Demasiado caramelo. Y tanto Ortega me empieza ya a fornicar. “La
conversación en el golf” es repugnante y en cuanto habla de amor mete la pata.
Y que me perdone el maestro”.
Lo que nunca se le vino abajo
fue su admiración por los poetas anteriores a la generación del 27, como Juan
Ramón, Antonio Machado y Unamuno. A este último, le habíamos conocido en las
calles de Torrelavega y su persona nos producía un gran respeto. Solía venir a
pasar unos días con su amigo el Dr. D. Bernardo Velarde, a descansar en una
hermosa finca que éste poseía en Tanos a dos Km. de Torrelavega. Conservo una
canta autógrafa que me regaló el Dr. Velarde, del 2 de septiembre de 1930 en la
que Unamuno le decía: “… de esa para mí inolvidable Torrelavega”. El año 1934,
cuando nosotros empezamos a acudir a la Biblioteca, ya no vino a Tanos. La
preparación del discurso con motivo de su jubilación, coincidió con su época
habitual de descanso en esta finca. Nosotros no llegamos a hablar con Unamuno.
Años más tarde, el Dr. Velarde, en su finca “en la que solo se cultivan versos”
(como a él le gustaba decir) se refería a D. Miguel con verdadera emoción.
Ya en la guerra recordaba Hidalgo
las buenas horas que habíamos pasado en la Biblioteca y en carta del 28 de agosto
de 1938 me decía:
“Yo estoy,
igual que tu, deseando que acabe de una vez esta guerra que tantas cosas nos ha
roto y volver de nuevo a nuestra mesa negra con nuestras discusiones y
nuestros amigos, con nuestros versos y con nuestros cuadros. No lo dudes,
alrededor de ella fumaremos nuestro Kulumé de la paz con la pipa de Alfredo o
con la mía”.
sin considerar que aquellos sucesos que estábamos viviendo producirían un
foso profundo en la historia de España, que influiría de tal manera en la vida
cotidiana, que nada o muy poco de lo anterior, podría ser continuado a partir
del mismo renglón donde quedó el 18 de Julio de 1936.
Con ocasión de la muerte de
Hidalgo, me escribió desde Chile Alfredo Velarde, recordando la vinculación de
José Luis a la Biblioteca Popular.
***
En esta Biblioteca vivió Hidalgo
una vida intelectual intensa. Pronto empezaría a verse los frutos, pues muy
joven comenzó sus actividades como escritor y como pintor. La propia
Biblioteca, con su salón de exposiciones y con las conferencias y el grupo de
“Amigos del Arte” que se formó en su seno, fueron medios propicios.
Hidalgo sentía irresistiblemente
el tirón de la pintura y el de la poesía; los dos con la misma fuerza, pero
pudo más la poesía. En una carta que me escribió desde Valencia unos años más
tarde, me decía:
“A pesar de
la pintura, no puedo abandonar la poesía y dudo todavía sobre cual será mi
verdadero destino. Claro que no me preocupo demasiado por ello y me dejo
hacer.”
Para su obra pictórica quizás
su vida fue demasiado corta. El Arte de la Pintura requiere un oficio, que se
adquiere con el tiempo y esta puede ser la explicación de que, al romperse su
vida a los 27 años, nos haya dejado una poesía hecha y una pintura iniciada.
El primer escrito que publicó
fue el artículo “Dos ideas” que apareció en El Impulsor del 12 de agosto
de 1934; tenía por lo tanto 14 años de edad. Va dedicado a Luis Cañas, un
poeta romántico local, que también murió joven. Es un sesudo trabajo, de aire
filosófico, consecuencia inmediata de los libros que leía entonces. Es el único
que he encontrado en la colección de 1934 de El Impulsor que los hermanos
González Blanco han puesto amablemente a mi disposición. En 1935 su
colaboración en este periódico ya es más activa. El 13 de enero aparece un
breve trabajo con el título de “La pipa del marino”. Es muy interesante esta
breve prosa porque ya en ella aparece un tema, el del mar, que no le
abandonarla nunca. Hay en “La pipa del marino”, náufragos y escenas marineras
que se repetirían con insistencia en su obra poética y sobre todo en la pictórica.
Cuando lo años más tarde escribe al Arquitecto Sr. Riancho, con quien había
tratado de la realización de unos murales para la taberna del poblado pesquero
de Santander le dice:
“Yo tengo
un extraordinario interés artístico en realizar esta obra, pues el tema me es
gratísimo y entrañable”
El 24 de marzo publica 12
greguerías. Todo en el mismo semanario. Le gustaba a Hidalgo el juego de las
greguerías. Admiraba a Gómez de la Serna. Las greguerías, el cartel y la
caricatura, creo que fueron para el un hobby permanente. Estas primeras
greguerías estaban dedicadas a Carlos G. Chabat, joven intelectual que
frecuentaba la Biblioteca Popular y que también hacía versos, muy lanzado por
el camino del surrealismo literario, con el que José Luis haría amistad y a
quien con frecuencia hacía alusión después en nuestras conversaciones y en
nuestras cartas. Chabat, cuando la guerra, marchó a Méjico y no volvimos a
tener noticias de él. El mismo mes de marzo, el día 31, publica otras 12
greguerías, que esta vez dedica a Ramón Gómez de la Serna “el admirable creador
-dice- de este nuevo género literario”. El 12 de mayo, “El cuanto del abuelito"
y de esta misma fecha es otra colección de greguerías que aparecieron el 2 de
junio.
El 30 de junio escribe un
artículo necrológico, con el título de “!Cafetoo…!” con motivo de la muerte de
un compañero de los primeros años de la escuela. Le dedica a su primer maestro:
“Para D.
José Fernández Esteban, mi primer maestro, con intención de que sumerja su alma
en el dulce agua del recuerdo”
El Sr. Fernández Esteban fue
el hombre que durante muchos años desde que llegó de Zamora, su tierra natal,
llenaba casi el solo las páginas semanales de El Impulsor, en las que
para dar la impresión de que eran varios los colaboradores, infantilmente
empleaba numerosos seudónimos que, al fin y al cabo, eran reconocidos por todos
los convecinos como procedentes de la misma pluma. El Impulsor había
sido fundado el 9 de diciembre de 1873 y se publicó hasta la guerra civil. Es
meritoria la labor de los hombres que se dedicaron a ello; conseguir esta
pervivencia durante más de 60 años en un pueblo de tan escasos vecinos, es un
esfuerzo que requería una autentica vocación.
El primer poema publicado por
Hidalgo en este semanario apareció en el número del 14 de julio, con una
dedicatoria a José Mª Cañas, poeta y hermano del Luis Cañas a quien había
dedicado la primera prosa. Llevaba el título de “Noche”.
El 4 de agosto de este año de
1935 acude Hidalgo a Comillas con “Amigos del Arte”, a rendir homenaje al
poeta del mar Jesús Cancio. Fue muy curioso el desarrollo de los actos, pues
instalaron altavoces por las calles desde los que los asistentes leyeron sus adhesiones.
Desde uno de los micrófonos, colocado en el Ayuntamiento, recitó Fidelita Díez,
la rapsoda del grupo, también muerta prematuramente, “El entierro de
Chumancera” de Cancio y la gente aplaudía y vitoreaba al autor. Eran los
años felices del “Poeta del mar”, como se le llamaba a Cancio; para Jesús todo
lo que le rodeaba se trasformaba en poesía: el mar y sus tragedias y alegrías;
los amigos, el paisaje… preferentemente el mar. LO que no fuese poesía o no
tuviese relación con ella, no le valía. Era la hora hermosa de Olas y
cantiles, del Romancero del mar con las ilustraciones de Ricardo
Bernardo, de la visita de García Lorca al poeta, en Comillas, de la que a
Cancio le quedaría el recuerdo inolvidable de un paseo por la playa en el que
Federico, ante la naturaleza y el amigo, dejó volar el entusiasmo y la poesía.
Era la época del retrato de Quirós, del retrato de Ricardo Bernardo y del de
Cristóbal Ruiz; de la cabeza en piedra que le hizo Jesús Otero.
Cancio, pasados los años,
devolvería con creces a Hidalgo su colaboración en este homenaje; en cuantas
circunstancias tenía ocasión para hacerlo, se volcaba con elogios para su
persona y para su poesía, con la pasión que el poeta de Comillas ponía en todo lo
referente a sus amigos. En algunas dedicatorias que Cancio me puso al frente de
sus libros, hay alusiones emocionadas a Hidalgo. En una carta escrita después
de la muerte de José Luis, me dijo Cancio:
“En mi acuse
de recibo a Cantolla (que le había enviado un ejemplar de Dolor de tierra
verde de Manuel Llano), señalo una vez más el paralelo entre Llano y José
Luis, aquel Bécquer de alma norteña perdido también cuando más y mejores cosas
prometía”
Esta referencia a Bécquer al
hablar de Hidalgo, la repetiría Juan Ramón Jiménez. En el libro Conversaciones
con Juan Ramón que escribió Ricardo Gullón, se lee:
“-Entre los
jóvenes hay que recordar siempre al pobre José Luis Hidalgo”
“-¡Ah!
¡Sí!. Aquel muchacho que escribió el admirable libro sobre los muertos… Era
quizás el poeta más natural y espontáneo de estos años. Muy conseguido. Algo
así como un Bécquer de nuestra época, de otra época.”
Y en otra página:
“… la mejor
poesía joven de España sigue siendo simbolista; José Luis Hidalgo lo fue y es
el más cercano a Bécquer de cuantos después de éste hicieron poesía.”
El 11 de agosto publica en el
mismo semanario un trabajo en prosa con el título “Parábola”. No he encontrado
más trabajos en el año 1935. Ya en 1936, el 2 de febrero, aparece en El
Impulsor otra poesía titulada “Fuera de mí” y poco después, el 16 del mismo
mes “Canción del Marinero”, ilustrada con un grabado en madera del propio
autor. A partir de esta fecha es frecuente la aparición de grabados en madera
de Hidalgo en este semanario, ilustrando trabajos propios y ajenos, que no
cesarían hasta 1937 en que fue suprimido el periódico.
En esta primavera de 1936
hace su “Primer libro” -como él decía-. Es una colección de poemas que le fue
copiada a máquina, en una vieja “Underwood”, por su amigo Víctor Martín
Herrero, a quien solía llamar “mi primer editor”. Estaba hecha en papel de
barba, muy cuidada y fue ejemplar único que luego encuadernó y del cual no he
vuelto a tener noticias. De estas poesías, alguna pasó más tarde al libro RAIZ,
Yo conservo de él una hoja que me dio Hidalgo con el poema “La mina” que
después, al publicarlo en RAIZ sufrió ciertas variantes.
Alterna la poesía con la prosa.
El 23 de febrero publica, siempre en El Impulsor, “Desproporción”, que
es un trabajo con un cierto aire surrealista. El 1 de marzo, “Romance a un beso”,
con una cita de Juan Ramón Jiménez y el 15 de mayo, otro poema titulado “Alba”.
El día 5 de mayo habló por
primera vez en público. Tenía 17 años. Invitado por “Amigos del Arte” de la
Biblioteca Popular, leyó una conferencia sobre el tema “Poesía de vanguardia”.
Era un estudio muy concienzudo de los poetas de la época, con opiniones personales
sacadas de la lectura frecuente de los libros de la generación del 27, que
conocía perfectamente, y en los que centró su conferencia.
Poco después, el 24 de mayo,
volvió a hablar sobre poesía. Esta vez invitado por la entidad “Progreso
Cultural de Duález”, radicada en el pueble de este nombre. El tema fue sencillamente
“La Poesía”. Duález era entonces un pueblecito de muy pocos vecinos, pero al
que había llegado, como a otros muchos de la provincia, el afán de leer; habían
creado una Biblioteca en el edificio de la escuela y alrededor de ella
celebraban conferencias y colgaban exposiciones. Todo esto es más meritorio si
pensamos en que no reunía más allá de los 300 habitantes. El foco de irradiación
partía de la Biblioteca Popular de Torrelavega que, anticipándose en unos años
a los Centros Coordinadores de Bibliotecas que se crearon después de la guerra
civil en algunas Diputaciones Provinciales, se dedicaba a fomentar la cultura,
a base, no solo de las actividades propias, sino también proyectándolas a los
pueblos limítrofes. En conferencia Hidalgo hizo una definición de lo que era la
poesía y comentó como había influido en las diversas épocas. Al final leyó
abundantes ejemplos de los poetas más recientes y habló de la necesidad de
dedicar algún tiempo al Arte y a las demás actividades del espíritu. Para aquel
pueblecito, un acto de este tipo, a las 11 de la mañana de un domingo,
constituía un acontecimiento importante y así ocurrió que Hidalgo fue recibido
por el Alcalde de Barrio y demás “autoridades” entre explosiones de bombas y
cohetes.
Con el mismo fin que en
Duález, se había creado otra entidad cultural en Barreda, apoyada así mismo por
la Biblioteca Popular como Biblioteca madre.
Pasaron unos meses sin que
Hidalgo publicara nada y el 21 de noviembre aparece en El Impulsor su
última colaboración poéticas; es un romance de guerra con el titulo de
“Teniente Sabin de Isusi” alusivo a la muerte de este oficial al frente de su
compañía en las Vascongadas, con el ejercito de la Republica.
Antes de finalizar 1936
reúne en un nuevo libro también hecho en una máquina de escribir, otra
colección de poesías con el título de Las luces asesinas. En el momento
de escribir estas líneas ignoro en poder de quién estará este libro ni cuales
fueron las poesías que recogió en él. Tengo la referencia de su existencia
porque al final del librito Diez poemas junto al mar, al citar las
“Obras del Autor”, le menciona. En esta misma copia de los Diez poemas junto
al mar ya hace referencia a otros dos libros que todavía estaba
manuscritos, es decir, sin pasar a máquina de escribir, con el título Mensaje
hasta el aire y Ciudad, ambos de 1938, de los que poseo una copia.
***
La actividad pictórica de
Hidalgo comienza a pasar a1 público en las exposiciones infantiles colectivas
que organiza todos los años la Biblioteca Popular. Pero en 1935 ya se dedica a
preparar una exposición individual que inauguró el 12 de enero de 1936 en el
salón de la biblioteca. Para estas fechas ya ha dejado de colaborar en las
exposiciones infantiles y se encuentra con fuerzas suficientes para organizar
una exposición propia. La muestra que presentó estaba compuesta por nueve
carteles y 20 dibujos. De los primeros era un auténtico grito en la pared, como
decía Gómez de la Serna al definir esta técnica pictórica, el que llevaba
precisamente como título “Grito”. Estaba hecho sobre una pagina del periódico YA
y dedicado a propaganda de este diario. Entre los dibujos abundaban los de tema
marinero, la constante pictórica de Hidalgo: “Capitán de Patache”, “Patrones”,
“Pescador”, y dos con el título de “Marinos”. En la presentación que escribió
Alfredo Velarde para el catálogo de esta Exposición, decía:
“… todas
estas inquietudes sueltas, desperdigadas, tuvieron su punto de unión en “Amigos
del Arte”, título amplio y soñador, un poco en discordia con los tiempos que
corremos, en los que los niños y los hombres juegan imprudentemente a ponerse
uniformes y a elogiar, excesivamente, las armas de fuego. “Amigos del Arte”
significaba para aquellos muchachos un paso esplendido en su vida de hombres:
Deseaban crear y no matar, producir y no destruir; un cuadro, un verso o una
talla, eran valores supremos: el sentido de humanidad en ellos no se perdía,
resurgía por el contrario más limpio en una época de confusionismo, de
pedantería, de chabacanería: juego por juego es preferible jugar a poeta que a
pistolero –y sigue- José Luis Hidalgo, de quien especialmente queremos
ocuparnos, sin sombre de gozo pero sí de preocupación, inicia su carrera artística
con esta exposición de carteles y dibujos. Si dijéramos que su arte es suyo no
mentiríamos puesto que antes que él nadie en Torrelavega dirigió su espíritu a disciplina
tan difícil de llevar a feliz término como es la del cartel. Ser cartelista
está aparte de cualquiera otra manifestación artística: hay que nacer con dotes
de “gritador de las paredes” como lo definía un humorista y esos son los
carteles de Hidalgo: voces que llaman al público a fijarse en ellos.”
Dominaba ya la técnica del
cartel y la concepción del mismo. En estas mismas fechas de la exposición que
he comentado, pintó el famoso cartel para las elecciones de febrero de 1936.
El Frente Popular tuvo el acierto de basar uno de los aspectos de su propaganda
para estas elecciones en la liberación de los presos políticos que estaban
detenidos desde la revolución de 1934. A Hidalgo le encargaron un cartel que
sirviera a este objeto y dio perfectamente en la diana. Una mancha roja muy
llamativa sobre el centro del papel y en ella pintada una reja negra; una mano
asomaba agarrotada nervudamente a un barrote, mientras que la otra salía con un
pañuelo blanco entre las rejas. El texto que iba sobre el cartel decía: “tus
hermanos te llaman”. La impresión que producía era sorprendente. No he conseguido
encontrar un ejemplar de este cartel. Ya en la guerra, estando Torrelavega
todavía en zona republicana, hicimos una exposición de carteles alusivos al
momento, en los locales de la FUE, en la que conseguimos reunir una buena
colección de los que habían sido editados por la república. Entre los buenos
carteles del maestro Renau, destacaba con notable personalidad este de Hidalgo.
Aparte de él y de los que
colgó en la Exposición de la Biblioteca, hizo otros alusivos a cuestiones
culturales o dedicados a anunciar las Exposiciones que se celebraban en este
centro y algunos más para las elecciones de febrero, pero estos no fueron
editados.
Otro aspecto como pintor de
esta misma época, son las decoraciones que hizo para un festival que organizó
la Biblioteca Popular con objeto de allegar fondos para su proyecto de un
edificio propio. El acto se realizó el día 2 de abril de este año 36 en el
Teatro Principal y los decorados del “Joven Pintor –como decía la prensa local-
fueron muy del agrado del respetable”.
Fue Hidalgo un hombre
completamente consciente de sus posibilidades pictóricas en cada fase de su
vida; su elevada capacidad crítica, agudizada para la obra propia, le hacía
retraerse en exceso sobre sus propias realizaciones. En octubre de 1939, en
una carta dirigida Ángel Laguillo, desde Valencia, le decía:
“En dibujo
y en pintura estoy muy verde aún para definirme, aunque presiento cómo lo haré.
Por ahora me limito a aprender a hacerlo, sin preocuparme apenas del cómo”.
Es toda una admirable lección
de disciplina escolar. Mas tarde, en 1940 me decía a mí en otra carta:
“Mi vida
sigue parecida. En la Academia he aprendido ya mucho: que el dibujar es una de
las cosas más difíciles que hay en el mundo. La otra cosa más difícil es el
pintar. Para el tiempo que llevo creo que es bastante. De todas las formas,
para cuando tenga 40 años espero haber aprendido algo”.
***
Hidalgo era fundamentalmente
humano en el más amplio sentido de la expresión y le interesaban hondamente los
problemas que afectaban al hombre, tanto los humanos como los divinos. Nunca se
encerró en una torre de marfil. Lo que ocurría en la calle le llegaba, en estos
primeros años, tanto como lo que pudiera pasar en la Biblioteca, que era el
ambiente en que como hemos visto se movía, y se entregaba a ello con la misma
pasión que a las letras y a la pintura.
Un aspecto muy importante en
esta línea, es el religioso. La religión fue preocupación importante en su
vida. Desde mis recuerdos y desde mis papeles de él, creo distinguir tres
momentos: uno, primero, a los 14 ó 16 años; los de formación, de gran
inquietud. Lee a Flammarion, una cosmografía, le preocupa el origen del
Universo y sobre todo, lee los Evangelios. En estos años que vengo comentando, Hidalgo manejaba con frecuencia, y nos
leía a los amigos, unos Evangelios de esos que repartían las sectas
protestantes y su propietario los devoraba con un sentido unamuniano. De aquella lectura, apasionada en la forma,
pero serena en el razonar, habían surgido las numerosas notas marginales que
llevaba en sus paginas. Una tarde, al reunirnos en la Biblioteca me dijo: “He
estado hablando con el Párroco y le he mostrado los Evangelios con mis comentarios.
He hablado largo rato con él”. Yo le pregunté asombrado que qué le había dicho
el sacerdote. “Que hay que tener fe, ¿qué te parece?”. Una sonrisa aparecía en
su rostro. No era una sonrisa maliciosa, porque José Luis jamás se ensañó con
nadie y menos podía hacerlo con aquel hombre bueno a quien todos respetábamos y
estimábamos.
Se sentía cristiano, pero,
como Unamuno con una cierta indeterminación en las soluciones concretas del
problema de ultratumba y con tremendas dudas que le llevaban a vivir alejado de
la Iglesia. A este primer periodo de actividad religiosa crítica, siguió otro
de un enfriamiento prácticamente absoluto y a este un tercero en el que vuelve a
ponerse en ebullición su preocupación, con la consecuencia importantísima de la
creación del libro de LOS MUERTOS.
En el libro que Leopoldo Rodríguez
Alcalde dedicó a José Luis Hidalgo se lee un amplio estudio de lo religioso en
la obra de nuestro poeta. He aquí algunos párrafos:
“En LOS
MUERTOS se contiene, además, todo el pensamiento atormentado de José Luis,
más aún, un íntimo drama de incalculables dimensiones sobre el cual no
considero licito callar; es el drama de José Luis, enamorado de la Vida,
creyente en la energía y en el esfuerzo, al enfrentarse con la idea de la
muerte, materializada en los seres amados o desconocidos que por todas partes
yacen. Y desde otro punto de vista, ya en un plano más elevado y también más
intimo, el enorme conflicto religioso del poeta, oscilando entre el fervor y la
rebeldía, buscando a Dios y no sabiendo hallarle".
Y más adelante:
“Y, sin embargo, por un designio inescrutable, nuestro
amigo carecía de fe religiosa: La sed del infinito que le atormentaba era su
tortura, precisamente, por faltarle el asidero que su espíritu íntimamente
religioso, necesitaba. Su escepticismo en esta materia era total…Ignoro por
completo el origen de esta posición negativa de José Luis, que sin duda se vio
fomentada, o por lo menos apoyada, en los ambientes intelectuales y artísticos,
tan apartados en general de toda verdadera preocupación religiosa."
Efectivamente, el ambiente en
que se movió Hidalgo en estos primeros años de su adolescencia, estaba al
margen de la actividad religiosa. Pero José Luis, como hemos venido viendo, era
hombre de acusada personalidad y cabría que en este aspecto tan importante
hubiese reaccionado contra esa frialdad que podía haber a su alrededor. ¿Por
qué no fue así? Creo que sus abundantes lecturas y sus meditaciones sobre
ellas, son las que le hacían apartarse cada vez más de la religión al uso. No
era un muchacho que se hubiera apartado de Dios sin lucha; él no veía clara la necesidad
del Ser Supremo, y trataba de razonársela. Tenía que razonársela y esto es lo
que le fallaba. Dedicó muchas horas de entonces a ello y cada vez se fue
hundiendo más en la nada. Fue, en lo religioso, como en todo, un autodidacta y,
como apunté anteriormente, de este buscar e indagar sobre tan fundamental problema,
salió con las manos vacías. Hasta que en 1.944 empieza a trabajar en el libro
de LOS MUERTOS, no sale de su pluma una sola pregunta o comentario
religioso. Toda su problemática en este aspecto está reducida a este libro.
Este libro reúne toda la religiosidad de Hidalgo: Encararse con Dios, hablar a Dios,
discutir a Dios su obra, en busca de soluciones a cuestiones que no puede
comprender. Es la misma lucha de Unamuno y de tantos otros españoles a quienes
se les resiste la religión tal y como nos la enseñaron; sin embargo, su cabeza
les hace buscar una solución a los problemas metafísicos, porque no pueden
comprender que todas las cosas que llevan en su corazón mueran con su muerte.
En estos mismos años empezó a
sentir también preocupación por los problemas sociales y políticos. No podía
ser menos. Un espíritu inquieto como el suyo, con un afán desmedido por las
circunstancias humanas -como se deduce de sus lecturas- no podía permanecer
ajeno a esta faceta de la vida. El ambiente en que estábamos sumergidos los
muchachos de nuestra edad en Torrelavega, era más o menos similar al de los de
todos los pueblos de España. La política se estaba radicalizando, aún cuando
podía seguir llamándose Política con letra mayúscula. Para nosotros, los que no
nos contentábamos con jugar a guardias y a ladrones, o cosas por el estilo en
la plaza Mayor, existían dos tendencias que nos arrastraban. Como es natural,
los años no nos permitían adoptar posturas moderadas o intermedias. Por un
lado, el recién nacido Fascismo (o falangismo, como querían que se dijese en
España), atraía a una fracción; ofrecía ideas nuevas, ofrecía uniformes y un
estilo de enfrentarse con los problemas que no era el habitual, todo lo cual no
hay duda de que era un espejuelo para algunos, con aquella edad. Por otro lado,
las ideas marxistas, presentaban un tinte romántico. Se trataba, nada menos,
que de cambiar las bases del mundo, “los nada de hoy todo han de ser” y en
verdad que era un objetivo para tentar a cualquiera que tuviera la sensibilidad
un poco a flor de piel. Unos y otros pretendíamos –con nuestros años- que
disponíamos de la palanca de Arquímedes y nos aprestábamos a utilizarla.
Nuestra ingenuidad no nos permitía ver que existían estamentos en España que no
crían en el sincero juego de la Política. Nosotros seguíamos ¿luchando? Por ese
mundo mejor que estábamos seguros de conseguir con nuestra dialéctica, los unos
y los otros. Pero todo se nos fue de las manos. Nuestros mayores habían
decidido resolverlo de otra manera. Fuimos absorbidos por la vorágine que se
produjo y en muchos años no fue posible ya pensar ni dialogar serenamente. No
fue posible la paz, como diría después el título de uno de los libros más
interesantes y ecuánimes que se han escrito en España relativos a los años
inmediatamente anteriores a nuestra Guerra Civil.
Podemos terminar diciendo con
Bernanos:
“En resumen, nuestras intenciones eran puras, demasiado
puras, demasiado inocentes. No debimos dejarlas salir solas. Ahora, ya han
rodado mucho”