miércoles, 18 de diciembre de 2024

RICARDO BERNARDO

 


En l.927 inició sus actividades en Torrelavega un centro cultural con el nombre de Biblioteca Popular, que recogía las inquietudes culturales de un grupo de vecinos, preocupados por el deseo de dar una nueva dimensión a la vida local por el costado de lo espiritual. 


La materia prima con que contó la Biblioteca Popular para iniciar sus actividades fueron los hombres de la Escuela de Artes y Oficios, que encontraron en el nuevo centro cultural un importante complemento para su formación.


El meritorio esfuerzo que Hermilio Alcalde del Río venía realizando desde el año l892 al frente de la Escuela de Artes y Oficios, no era suficiente en el sentido que proyectaban los hombres de la Biblioteca Popular, que pretendían elevar el nivel intelectual por medio de la lectura. Los alumnos de don Hermilio constituían una base idónea para desarrollar el proyecto acariciado, pues el maestre desde que creó la Escuela, se había preocupado, no solo de orientar a los alumnos por el camino del ennoblecimiento de sus oficios respectivos y de introducirles en el del arte; había llevado su labor más allá, adentrándoles en sus propias preocupaciones humanísticas que fueron instalándose poco a poco en la mente de los alumnos, dotándoles así de una sensibilidad que les permitía enfrentar los problemas con un criterio amplio y ecléctico.


En el libro de Esther López Sobrado que hoy me honro en presentaros, encontraréis algunas fotografías en las que aparecen directivos de esta Biblioteca Popular retratados junto a Ricardo Bernardo, como Pedro Lorenzo, Alfredo Velarde y José Molleda, o el retrato artístico de otros, hecho por Bernardo, como el de Gabino Teira y Antonio Ceballos. Si os fijáis en la fecha en que estos dos últimos fueron realizados, podréis observar que la relación del pintor con ellos fue incluso muy anterior a la de la creación de la Biblioteca, pues alguno está fechado en l.920.


Bernardo fue muy pronto una de las figuras clave de la Biblioteca Popular y creo que esta vinculación suya a la vida local fue la que le llevó a ocupar una plaza de profesor en el primer Instituto de Enseñanza Media que se creo en Torrelavega, que inició sus actividades en l932.


Permítanme un recuerdo personal que surge al hilo de esta fecha que, al definir aspectos humanos e intelectuales del artista, mitiga en cierta forma esta referencia personal reduciendo mi presencia a mera anécdota.


Yo hablé por primera vez con Ricardo Bernardo en octubre de l932. Podría señalar hasta el día exacto en que fue, con solo revolver en los archivos del Instituto “Marqués de Santillana”, pero es un pero es un dato que al no tener valor alguno para vosotros resulta ahora innecesario.


Bernardo se había incorporado al claustro de profesores del centro recién creado, para enseñar dibujo y formaba parte en aquella ocasión a que me refiero, del tribunal encargado de valorar los primeros exámenes de ingreso que se realizaban. Entre las preguntas que teníamos que contestar per escrito, una exigía la definición de lo que se entendía por imagen poética y, además, presentar un ejemplo.


Llevaba yo entonces muy fresca en la memoria la lectura de García Lorca y copié en el papel unos versos del poema de la muerte de Antoñito el Camborio. Al pasar el profesor por mi lado leyó los versos escritos, preguntándome por mi conocimiento del poeta y de su obra, recitando a continuación Bernardo los versos que seguían a los que yo había puesto como ejemple. Algún tiempo más tarde, en las conversaciones que siguieron a aquella primera, más bien monólogos por su parte que intervenciones mías, pude enterarme de su admiración por la poesía de Lorca y de su conocimiento de la de los demás poetas del grupo del 27.


Cronológicamente, Ricardo Bernardo pertenecía a esa misma generación, a la que como con buen criterio señala Esther López, se sentía tan unido espiritualmente.


Lamento haber dado a estas palabras mías a la hora de presentar ante vosotros este libro, un carácter tan personal. No he podido evitarlo y confío en que comprendáis que me ha guiado, sobre todo, el interés de mostraros un aspecto de su personalidad. Ricardo Bernardo fue maestro mío y de algunos otros muchachos de mi generación en muchas cosas, y aquel encuentro primero permanece en mi memoria en forma destacada. Hablar de él aquí o en cualquier otro lugar y ocasión, me hace volver siempre al recuerdo de aquel día.


Entre aquella primera fecha que he citado y la de su salida para el exilio en 1937, tuve la fortuna de poder estar a su lado con relativa frecuencia y de comprobar que nuestro encuentro en torno a la poesía resultaría providencial para mí. Bernardo no sólo fue mi maestro de dibuje, sino también la persona que me introdujo con entusiasmo en la poesía. Frecuenté la relación personal con él en las horas de las clases de dibujo en el Instituto; tanto en las que estaba obligado a estar presente por ser las de mi curso, como en las de otros curses distintos al mío. Algunas lecciones de otras asignaturas perdí por este motivo. Mientras sus alumnos se afanaban en la labor de realizar los dibujos que les señalaba, yo escuchaba devotamente su incansable conversación sentado junto a su mesa. Con frecuencia discurría ésta por los caminos de la poesía, abundando en referencias a los libros nuevos qua iban apareciendo, de los que él estaba siempre al día. La literatura, el arte, la política en sus aspectos más cercanos a los hombres, eran temas preferidos por él. En el libro de Esther encontraréis oportunas referencias a este sentido humanístico de su biografía.


Y hablo de esto, un cuando tenga que ser, como dije entes, en una referencia personal, porque creo que con ello queda señalada una valiosa dimensión de sus conocimientos y de su sensibilidad, tan profunda.


Podéis valora ahora lo que representó para Torrelavega, y particularmente para las actividades de la Biblioteca Popular, la presencia personal en aquellos años en nuestro pueblo de Ricardo Bernardo.


Su relación con los ambientes cultos de aquí fue temprana. Si su primera exposición en Santander tuvo lugar en 1918, hemos visto que, poco después, en 1920, hizo los retratos de sus amigos de Torrelavega Pedro Lorenzo y Gabino Teira.


Más tarde fue su viaje a Cuba, de donde regresó en abril de 1925, una vez cumplida una etapa importante de su vida. Esther López nos recuerda en el libro este momento al reproducir unas palabras del pintor publicadas por su amigo Gabino Teira en un artículo que apareció en El Cantábrico el 28 de abril: “Quiero pintar cosas que acaso no gusten –decía Bernardo- cosas para mi contemplación particular, pero en las que no haya un adarme de condescendencia para mi nadie” –más adelante volveremos sobre esto- Se había producido una transformación en su manera de entender el arte plástico, transformación que llevaría adelante en lo posible. Pero allí, en Cuba, concretamente en Cienfuegos, había tomado contacto también en cierta manera, con Torrelavega, en su relación con la familia Torre-Fernández Sagarmínaga, hermanos políticos de su amigo Teira. Fue entonces cuando pintó, en octubre de 1924, los retratos de María Fernández Sagarmínaga y el de su esposo, Ramón Torre Tejera. Hace poco tiempo, cuando ambos quedaron destruidos por el fuego en Torrelavega, pensé por un momento que, por el lugar en que fueron realizados, parecían predestinados a este fin.


La primera exposición de obras de Ricardo Bernardo en Torrelavega, tuvo lugar en los salones de la Biblioteca Popular, inaugurándose el 1 de diciembre de 1928. El pintar llegaba a nuestro pueblo con un acreditado itinerario artístico, conseguido a partir de aquella fecha inicial de febrero de 1918 en su exposición de Santander, a la que siguieron otras muy importantes en diversos lugares de las que Esther López nos ofrece en su libro una rigurosa cronología. En la prensa local habían ido apareciendo comentarios a estas exposiciones bajo las firmas acreditadas de José del Río Sainz, Laureano Miranda, Gabino Teira, Víctor de la Serna, Escalera Gaye y otras. Esta primera exposición de Torrelavega se inauguró con una conferencia a cargo de Laureano  y alguno de los cuadros expuestos en ella pasaron a colecciones privadas de convecinos del pueblo. 


A partir de entonces fue frecuente la presencia de Ricardo Bernardo y su obra en los salones de la Biblioteca. Pienso que su amistad entrañable con algunos de los directivos del centro, le obligaba a aceptar invitaciones para exponer su obra o dar conferencias, participando con su presencia en la labor que se habían propuesto y, sin duda, en más de una ocasión, para cubrir faltas que se producían en la programación.


El dos de abril de 1930 volvió a exponer en la Biblioteca, complementando el acto de inauguración con la lectura de una conferencia titulada “La pintura moderna. Del impresionismo al surrealismo”. En las palabras iniciales justificó la intervención diciendo que le obligaba a ello “la añeja amistad que me liga a fundadores y entusiastas de esta Biblioteca, tan plena de posibilidades, que considero también como algo mío, al sentirme un torrelaveguense más.” Era este una declaración personal que no tenía nada de retórica. Debió de ser en esa ocasión cuando se habló en público por primera vez, en Torrelavega, de cubismo y de futurismo. El mes anterior, y con ocasión de una exposición en el Ateneo de Santander, su amigo Laureano Miranda publicó un artículo en La Revista de Santander.


El 28 de abril del año siguiente expone nuevamente en la Biblioteca Popular,  exposición que me extraña mucho que se haya escapado al ojo avizor de Esther López Sobrado, y el 17 de febrero de 1933 leyó en el mismo centro una conferencia sobre el Greco y Zurbarán, la misma que, según nos informa su biógrafa, leyó en el Casa del Pueblo de Santander.


Esta conferencia iba a tener su continuación el día 24 del mismo mes de febrero, para tratar de Velázquez y de Goya, pero una indisposición del conferenciante obligó a suspenderla, trasladándola a marzo; pero también en esta fecha tuvo que ser suspendida por la misma razón que en la fecha primera.


El día de Reyes de l936, Bernardo fue encargado de entregar los premios correspondientes a una exposición infantil de pintura organizada por la Biblioteca Popular, en cuyo acto habló el pintor a los niños animándoles a seguir por ese camino. El interés de Ricardo Bernardo por los jóvenes lectores que frecuentaban la sección de la Biblioteca Infantil de esta entidad, era manifiesto. No solamente se reunía con ellos en cuantas ocasiones le era posible, sino que llevaba su entusiasmo a rifar con frecuencia entre estos pequeñas amigos, algún dibujo suyo. ¡Con qué envidia vi pasar aquellos dibujos a otras manos distintos que las mías!


La última intervención pública de Ricardo Bernardo en Torrelavega fue en marzo de l936, con motivo de una exposición del pintor Eduardo López Pisano, en cuyo acto de clausurar el día 27 del citado mes, leyó unas cuartillas con el título “La pintura española contemporánea”.


Durante el curso l936-37 su participación en la labor docente del Instituto de Torrelavega fue escasa. Aparte del estado de salud, no muy sólido, le impidieron las actividades a que le llevó su compromiso político, que al final le hicieron abandonar la enseñanza. En el Instituto fue sustituido, interinamente, por José Luis Hidalgo.


Nada le resultaba ajeno en su entusiasmo, tanto en la vertiente artística como en la humana. Su inteligente curiosidad, su vitalidad desbordante mientras se lo permitió la quebrantada salud, y su espíritu sensible, le llevaron a buscar con afán y a entregarse con pasión a la amistad y al arte, que constituyeron los dos renglones más acusados de su personalidad.


  Las obras de Ricardo Bernardo fueren principalmente, sus óleos y sus dibujos, pero también fueron obras suyas las amistades de que se rodeó. Si en su expresión plástica quedó reflejada la acusada sensibilidad artística, en la memoria de los que le conocimos quedó vivo el recuerde del hombre que consiguió proyectarse de manera admirable y generosa, en el espejo claro de la amistad. 


En una exposición que en su homenaje se presentó en el Museo de Bellas Artes de Santander en l978, a base de una amplia colección de su obra, pudo admirarse la calidad plástica de éste, que había quedado olvidada per el público, en un largo periodo de más de cuarenta años después de la marcha del artistas al exilio, Ahora, con este libro de Esther López Sobrado, quedan reivindicadas para siempre, con el alcance de ese siempre que logra la obra bien hecha, no solo el valor plástico, sino también el humano de uno de los hombres ejemplares de nuestra región, del amigo que un día de agosto de l937 se alejo de nuestro lado empujado por las trágicas circunstancias de la guerra civil y a quien un día de octubre de 1940 perdimos para siempre en tierras de Francia.


En este bello e importante libro de Esther López, encontrará el lector confirmación puntual de lo que hoy he dicho y algunas informaciones más sobre la presencia de Ricardo Bernardo en Torrelavega, en las que no insisto porque ya las tenéis en el libro, y en la que ya he pretendido introduciros con estas notas mías.