jueves, 19 de septiembre de 2024

PREGÓN DE LAS JUSTAS LITERARIAS DE REINOSA


     Si para los que venimos de peñas-al-mar en un viaje normal, siempre es grato alcanzar las alturas de Campóo, fácilmente pueden ustedes comprender cómo ha de resultar para quien, además, se encuentra ante el bello marco que ofrece este teatro, vestido de gala con motivo de las fiestas de San Mateo. Mis primeras palabras de esta noche tienen que hacerse eco de esa impresión repetida, aunque sorprendente en todos los momentos, que ofrece vuestro paisaje. Pero el asombro esta vez no termina ahí, no se queda en la admiración devota de estas tierras, ya que habéis tenido el acierto de situar aquí, en el escenario, a la parte más delicada de ellas, representada en esta corte de honor. En mis paseos por el valle, menos frecuentes de lo que ha sido mi deseo, he podido comprobar en todas las ocasiones, esa perfecta adecuación que existe entre vuestro paisaje y la mujer campurriana que le sirve de adorno y que pone en él un toque de gracia que le completa. No podían albergar estos campos, entre sus luces y sombras matizadas, otra belleza distinta a ésta, singularizada luz en tan deslumbrante presidencia.

      

     Yo confío en que esta hermosa corte pueda lograr, como en los cuentos de hadas, que su vara mágica consiga cuanto se proponga. Dejadme creerlo así y pensar en que su efecto poderoso propiciará el que mis palabras puedan ser dignas  de ellas y de ustedes. Para conseguir estar a la altura de las circunstancias que aquí se concitan, voy a necesitar de la acción benévola de la magia que invoco, pues sin su concurso va a ser difícil lograrlo, porque cuando el alma se echa a soñar por los caminos que conducen a estos paisajes, las sugerencias se agolpan y los vocablos en que han de ser ordenados caen en cascada sobre la mente; las cuerdas de la sensibilidad, que se han tensado al máximo distorsionan los sonidos y los sentimientos pueden brotar de manera que impidan la correlación que requiere este breve encuentro que me he propuesto con Campóo y con su cultura.

      

     A requerimiento de vuestro Alcalde, tuve la oportunidad de hablar en público en esta ciudad en anterior ocasión y mis primeras palabras entonces, nacidas, como ahora, del convencimiento sincero, estaban llenas de complacencia y hasta de cierto matiz lírico. Decía en aquel acto y repito hoy, que cuando desde las tierras bajas de la provincia se sube en el otoño en busca de la meseta, a medida que nos acercamos a Campóo la luz se dora y la naturaleza se envuelve en amarillos; una mano misteriosa limpia el aire y todo resulta diáfano, luminoso. Es que de pronto se entra en el reino de la claridad sorprendente; los árboles, son árboles y las veredas, veredas. Canta el sol con fuerza y el gris, mixtificador a veces, desaparece; el horizonte se alarga, surgen los bosques de manos encantadas, y unas montañas lejanas, azules, enmarcan el paisaje. Si el viajero tiene la suerte de ser de los que andan por el mundo con los sentidos abiertos a la belleza, no podrá impedir el estremecimiento. En Campóo se ensanchan los caminos del alma hasta los límites de vuestras montañas, que no son límite sino belleza añadida al llano. Los ríos discurren por sendas abiertas en siglos de trabajo, creando espejos para los álamos, los hayedos, los robles, que se miran en ellos con envidia de narcisos vegetales, ríos violentos a ratos, que andan y suenan para placer de los ojos y deleite de los sentidos. Fontibre, Hoz de Abiada, Nestares, son nombres que a fuerza de repetirse en vuestros oídos posiblemente han ido perdiendo fuerza en vuestras almas. Para nosotros, los que disfrutamos de ellos en contadas ocasiones, colman nuestra sensibilidad y cada uno provoca el rebrote imaginativo de lugares paradisiacos en los que "la cuita se cuesta a dormir", como en el verso de don Miguel de Unamuno. Rabiones y remansos del Hijar, umbrías y solanas de Riaño, caminos de La Lomba que llevan siempre a soledades del espíritu…

      

     Así es Campóo estación señera que abre con hidalguía las puertas de la paramera castellana, prólogo y reposo, meditación y toma de conciencia para el caminante que llega con ánimos de adentrarse por tierras de la meseta, por esa Castilla que en voz del anónimo del romancero crea a los hombres y los destruye. Desde este otero comienza el viajero a sentir que está a punto de entrar en un mundo distinto, porque aquí tropieza con el muestrario selecto de lo que va a encontrar en sus andanzas siguientes. El atractivo provocará en él la duda, duda mayúscula, entre seguir o detenerse para siempre al cobijo de vuestra hospitalidad. Aquí empezará a ejercitar sus primeras armas de ascetismo. ¡Cuántos de estos hombres, con intenciones más largas, con deseos más lejanos, con metas fijadas en mayores leguas de camino, las han abandonado para asentarse en Campóo para siempre! Sus días de viajero fracasado irían muriendo para empezar a vivir años de campurriano complacido. Esta tierra fue haciendo sus hombres en el yunque de la conjunción de dos visiones: el mar abierto, igual y distinto a cada instante, que viajaba nostálgico en la retina de los hombres procedentes de peñas-al-mar, y la llanura extendida, quieta efigie geológica tumbada el mundo vivido por los que venían de la meseta. En este encuentro de caminos sueñan las vivencias de Campóo y sus hijos miran con ojos entornados, en una remembranza ancestral, a uno y otro lado de las dos laderas que preside el altozano que ocupan. Aquí quedó el hombre que iba para castellano y que nunca llegaría a serlo porque se entregó al encanto de vuestra tierra; aquí se rindió un ser humano de los que habla el romancero contando historias de cuerpos que se destruyen bajo el sol, en una ardiente inmolación de la materia de la que el espíritu surgiría purificado y gozoso. Recordar que Teresa de Ávila, la gran castellana, y Juan de Yepes, quería morir porque no morían…


     De este mundo tenéis la llave vosotros; sois dueños del paso que lleva a él; como Ulises, el viajero que intentó cruzarlo luego de taparse los oídos del cuerpo, y hasta los del alma para lograrlo, pero tanta belleza acumulada le detuvo para siempre. Después, cuando los años reposaron el entusiasmo y el impulso primero, y el viajero, ya otoñal, se sintió tierra de vuestra tierra, con qué alegría repetiría con el frailecico de Yeps  


Quedéme y olvidéme  

el rostro incliné sobre el Amado…


     Permitirme recordaros una frase de un campurriano de pro, de un hombre de mente fina, uno de los hombres más sensibles de entre los vuestros; me refiero a Miguel Ángel García Guinea que un día. escribió de Campóo: "El fervor, casi la locura, que yo he tenido y tengo por las montañas, por los montes cargados de robles, por los hayedos que yo descubría en tardes inenarrables, se debe, casi en su totalidad, al contacto íntimo, continuo, directo y hasta enervante con este mundo natural…" ¿Para qué ahondar por mi parte en el tema después de estas palabras?


     Y si del paisaje pasamos a los seres que llenan, o llenaron ese paisaje con su presencia o con su ausencia nostálgica, ¡con cuántos nombres habremos de tropezarnos como símbolo de las virtudes y de la capacidad humana. y cultural de Campóo! Forzosamente, surgirán en primer lugar los de Casimiro Sainz y Manuel Salces. De estas tierras, sobre las que yo he intentado una aproximación a sus valores plásticos, quedó en los lienzos de ellos el mejor reflejo. Casimiro, el "cojo de Matamorosa", como cariñosamente le apodaron, supo como nadie ser espejo lírico de su belleza. Su retina excepcional fue capaz de enfrentarse a este paisaje con la valentía que requiere la violencia de su luz, limpia y denunciadora de verdades. ¡Qué dolor para Reinosa y para el arte español, la onublación de su mente cuando solo contaba cuarenta y cinco años! No es posible adivinar los límites que hubiera alcanzado su pintura, pero la imaginación se tiene que ir muy lejos en este intento al contemplar la obra que nos dejó, llena de una gran fuerza expresiva. El hombre Casimiro Sainz fue un poseso, un tocado por lo demoniaco en el sentido transcendente de la palabra. Las sucesivas enfermedades que jalonaron su vida, desde el ataque de cólera a los dos años de edad hasta la locura definitiva, van fijando su cerebro y dando forma a un espíritu que se adelgaza con el paso del tiempo hasta extremos inverosímiles, que limitan, al final, con la anulación completa del yo. Casimiro fue el gran sensible, el contemplativo dominado por lo contemplado, el lector asiduo de la Biblia donde encontró alivio para sus tragedias humanas. Testigo y ejemplo de excepción, vigila hoy con gesto paternal, desde su eternidad del monumento en el paseo de Cupido, la marcha de la vida de Reinosa. 


     A Manuel Salces le vemos más sereno, más en el camino de lo cotidiano, sin grandes alteraciones. En la biografía que escribió de él José Simón Cabarga, encontramos una expresión que enlaza justamente con nuestro punto de partida: "Mas parece natural admitir -dice Simón Cabarga-, como uno de sus cauces principales, sino único del hecho, el poder de la sugestión de la naturaleza que le rodeaba cayendo como una gran claridad sobre su espíritu elegido." Es el paisaje, -volvemos al hilo de nuestras palabras- quién dominaba el arte y, por lo tanto, la vida del pintor de Suano, hombre de fina sensibilidad, que nos dejó reflejada en sus cuadros la naturaleza con minuciosidad y primor.

     

     Pero el Campóo humano no limita las muestras de sus hombres dotados prodigiosamente, en estos dos artistas, aunque ellos dos serían bastante para llenar de orgullo a cualquier pueblo. Si llevamos nuestra exégesis al campo de las letras y dejando señalado a Rodrigo de Reinosa, Si bien aparte por su no muy claro origen campurriano, con todos nuestros respetos para las afirmaciones de don Marcelino Menéndez Pelayo, con qué satisfacción podemos citar a hombres como don Ángel de los Ríos y Ríos, el famoso "sordo de Proaño”, el altivo señor de la Torre, de quien Enrique Menéndez Pelayo escribió: "A roble añoso se comparó él mismo y del roble tiene lo alto y lo inconmovible, el sano corazón y la arrugada corteza." Naturaleza y figura, ambiente y carácter se funden en este hombre de Campóo que vivía solo, arriba, en la montaña, desdeñoso y místico devorador de soledades. Y Duque y Merino, cojo y malhumorado como le definió José María de Cossío, que al parecer solamente distendió su carácter abrupto, como las cumbres que le rodeaban, para hablar con emocionada ternura de su amigo Casimiro Sainz. Y Ramón Sánchez Díaz, que llega a este mundo en Reinosa, apadrinado por Duque y Merino. De Sánchez Díaz muchos de los aquí presentes podáis hablar con mejor conocimiento que yo, pues tuvisteis la fortuna de conocerle personalmente. Hombre de acentuada sensibilidad, abierta a los problemas no solo locales sino también nacionales, que nos dejó escritas páginas exquisitas en una larga serie de títulos, en las que con frecuencia volvía los ojos desde el lugar en que se encontrara a su Reinosa natal, que llevaba en el corazón, y al que dedicó algunos de sus mejores artículos, colaborando en ocasiones en los distintos periódicos que vieron la luz en estas tierras, desde El Ebro, en 1887, hasta la reciente y añorada revista Fontibre. Su amor a Reinosa quedó patente principalmente, en esa donación que os hizo en la que instalasteis una casa de cultura, que ha sido ejemplo de cómo debe de encauzar un pueblo sus virtudes naturales y que no debéis consentir que decaiga, para que pueda servir no solamente de monumento perenne a su generoso donador, sino también para que las obras del espíritu de tanto reinosano ilustre sean recordadas a las generaciones siguientes y puedan ser expuestas como modelo a imitar.


     Permitidme insistir unos momentos sobre la obra y las ideas de don Ramón Sánchez Díaz, que, a mi modesto entender, ha sido una de las figuras más interesantes que ha dado Campóo y aun la provincia entera. Yo invito a quien no conozca su obra a adentrarse en ella, pues en sus páginas, a veces vehementes y siempre inteligentes, habrá de encontrar el lector un hombre que pudo brillar a la altura de los más célebres autores de la generación del 98, que era la suya, y que si no llegó a ocupar públicamente el lugar que le correspondía, fue debido a su sencillez y modestia. Más puedo decir de él en este sentido: en sus libros habréis de encontrar un pensador de hoy, una cabeza de nuestro tiempo, pues su norte constante fue la libertad del ser humano, buscada apasionadamente, en un mundo en el que los derechos inalienables del hombre fueran sagradamente respetados. Le preocupó la Política con mayúsculas, la cultura en sus vertientes de educación e instrucción, la industrialización, el desarrollo del campo, la creación de puestos de trabajo en los que se pudiera unir al deber de trabajar el derecho a hacerlo honradamente y en el sentido vocacional de la vida. Y, por último, miraba a Europa, al progreso europeo como meta a alcanzar por nuestra patria. Todo ello en un afán de diálogo crítico que le enfrentó, con relativa frecuencia, a la mediocridad entorno, buscando en sus escritos, contra toda adversidad, el bien común.

      

     En este paseo apresurado por el mundo de las letras reinosanas, ¡Cómo dejar en el olvido al hombre que tuvimos la dicha de tener a nuestro lado hasta no hace tanto tiempo! Sabéis que me estoy refiriendo a don José Calderón, "el Duende de Campóo”, como se bautizó a si mismo en sus escritos. El fue suma y compendio de los que le antecedieron y en sus crónicas de El Diario Montañés dejó en las "escenas campurrianas" la muestra de un admirable talento para reflejar la vida y el campo de las tierras en que transcurrió la suya. Los paisajes -otra vez el paisaje como tema. eterno-, las escenas humanas, hicieron brotar de su pluma fácil abundantes crónicas que no solamente leíais con avidez los reinosanas, pues también gozábamos de ellas otros lectores de la provincia. Yo creo que en ninguna casa de Reinosa faltará su importante libro, que tituló sencillamente con el nombre de Campóo, hombre que compendiaba toda su vida y afanes. En este libro, para el que dejó el apodo en un rincón firmándolo con su nombre de pila, podéis leer un párrafo que voy a repetir ahora y que estoy seguro de que llenará de gozo vuestro orgullo de campurrianos. Dice don José Calderón: "El corazón de Cantabria no hay duda, estaba situado junto a las fuentes del Ebro en nuestro valle de Campóo… y más en épocas de turbulencia y de peligros, el corazón, el centro de la resistencia, la ciudadela, hablando en términos castrenses, no hay duda de que fue Campóo con sus cerrados bosques y las montañas que les rodean." 

     

     Don José escribió este párrafo no solo con la fruicción y la pasión por su lugar de nacimiento, sino con los documentos de la historia en la mano. Si Cantabria triunfó durante largos años en la defensa heroica de su territorio contra las legiones romanas, en estas tierras de Campóo se localizó el núcleo de la lucha, que sin hipérbole podemos llamar numantina, por su carácter. Aquí, siglos más tarde, tropezaron las huestes visigodas, y el monte Hijedo, citado por el cronicón Emilianense, pasa a la historia del medioevo como el lugar donde estaba situada Cantabria. "Capital en épocas de turbulencia y de peligros, el corazón, el centro de la resistencia", dice don José Calderón con abierta complacencia.

     

     Y desde este valle saltaron los foramontanos a la gran aventura de crear un mundo, de recrear un mundo arrancado a pedazos y a golpes de entusiasmo a los árabes. Por la venta de Tajahierro entraron en Campóo los hombres de Malacoria, incontaminados como vosotros del sarraceno y aquí se les unieron en la noble tarea los mejores hombres de vuestro lugar. Es el momento histórico en que empiezan a aparecer en estas tierras, entre las espesuras de los bosques solemnes como catedrales, las iglesias románicas (Cervatos, Retortillo, Bolmir, Villacantid), qua son justo orgullo vuestro todavía. Es la hora de la historia difícil de España, cuando nuestra Patria está naciendo, ocasión en la que Campóo está presente y está en primera fila, como hito fundacional. Después vendrían las Cartas-Puebla, como la de Brañosera, los Fueros y Privilegios, como el de Cervatos. Antes, mucho Antes, las iglesias rupestres habrían poblado esta Merindad, guardando en su interior el significado de una época. Hasta los más ajenos a su finalidad no pueden sustraerse hoy a la emoción provocada por su rústica disposición; de sus oquedades parecen salir todavía murmullos y plegarias ingenuas que conmueven al visitante que se acerque a ellas limpio de soberbia.

     

     He nombrado las iglesias románicas y no puedo evitar el mencionar nuevamente a Miguel Ángel García Guinea, que tan inteligentemente las ha estudiado, de quien me limitaré a citar solo su nombre porque se que otra cosa iba a herir su modestia. De él han quedado en palabras anteriores, la referencia a una frase suya que dice todo de su amor por la tierra que le vio nacer y de su sensibilidad para expresarlo.

      

     Tendría que hablar de más campurrianos que sobresalieron con su vida y con su obra, pero creo que el muestrario ha sido suficiente. Sin embargo, no quiero dejar de hacerlo de otros hombres de estas tierras, héroes anónimos de su historia y de su desarrollo, de esos hombres del mundo del trabajo manual, del trabajo industrial y del campo, de los que la Merindad de Campóo ha de sentirse tan orgullosa como de los que he citado con sus nombres y apellidos. Es justo destacarlos porque en su labor honesta, dura muchas veces, ingrata otras, pero siempre digna, ha encontrado este valle la razón de su prosperidad, su mejor galardón. Si los hombres del espíritu han provocado una luz inextinguible, proyectada allá de estos montes y aún de las fronteras de España, esto fue posible porque tras de ellos, de manera callada, con constancia y gesto generoso, estaban estos otros hombres, que supieron conservar un patrimonio que hicieron crecer y desarrollarse hasta los límites que hoy disfrutáis. Por los dos caminos habéis sabido marchar con andar firme y señorío, sin vacilaciones, con ánimo sereno, con la vista puesta en estas tierras maravillosas que habéis engrandecido ante la admiración de los demás.

      

     En el final de mis palabras, vuelvo al principio. No se si habré sabido dar coherencia a mi discurso; no se si mis elogios habrán estado a la altura de esta hermosa tierra; no se si he sido capaz de acercarme a vuestro paisaje en alguna medida; no se si he sido digno de vuestra deferente atención.  Lo que si puedo aseguraros es que todo ha sido dicho con la sinceridad de que es capaz un corazón que se siente alterado cuando desde peñas-al-mar se asoma a estos lugares y cuyo espíritu es sacudido con fuerza por tanta belleza como aquí se reúne.


Leído en las Justas Literarias de Reinosa el 19 de septiembre de 1977