sábado, 23 de mayo de 2020

La pintura a la acuarela en Cantabria

La pintura a la acuarela en Cantabria





            Cuando en una ocasión se me pidió que preparara una conferencia sobre este mismo tema de la acuarela y los pintores de Cantabria, me sorprendió la invitación porque no encontraba, en principio, que hubiese base suficiente para desarrollarlo. La Montaña ha sido pródiga en pintores; decía el gran artista Antonio Quirós en unas recientes declaraciones a la prensa, que «ser pintor en Santander no tiene ningún mérito», pero nuestros artistas plásticos no han sido acuarelistas netos hasta época reciente. ¿Por qué esta ausencia de la técnica a la acuarela?

            Antes de contestar a la pregunta, veamos, en breve repaso, qué pasa con la pintura de este tipo y cómo la enfrentan los artistas españoles en general.

            Así como en ciertos países orientales se valoró y estimó debidamente, desde época muy pretéritas, en nuestras latitudes se la ha venido considerando como un arte menor. Nos han acostumbrado a pensar que esta técnica pictórica iba muy bien para ser practicada por señoritas. Esta postura, que podemos considerar machista, alcanzó su auge en el pasado siglo, relegando la acuarela a formar parte, de la enseñanza de las hijas de familia en los conventos de monjas, donde su asimilación se consideraba como una buena prenda. El pintor varón no dejó de utilizarla, pero nada más que para la realización de apuntes previos y toma de notas de cara a lo que consideraban la realización definitiva, el óleo o la pintura al fresco. Si a esto le añadimos que la acuarela es muy apta para el paisaje, tendremos otro argumento para justificar su escasa presencia en, nuestros museos, pues la pintura de paisaje fue tenida como género inferior hasta el último tercio del siglo XIX. El que nuestros Velázquez y Goya nos dejaron alguna muestra de pintura de este tipo, no invalida la afirmación que antecede, ya que han de estimarse como obras circunstanciales.

            Iban a ser los pintores del siglo pasado quienes comenzaran a otorgar una determinada valoración a este género artístico, como consecuencia de la llegada a España de acuarelas realizadas por los maestros ingleses y, sobre todo, por la influencia que ejerció en su época la fabulosa figura de Fortuny, maestro de la acuarela, y Rosales. Cuando Kandinski pintó en 1 910 la primera acuarela abstracta, dio un serio aldabonazo por ese camino y desde entonces raro es el pintor que no ha incorporado a su producción esta técnica, con mayor o menor fortuna y más o menos abundantemente.

            Este brevísimo, comentario nos permitirá comprender mejor la ausencia de la acuarela en los pintores de Cantabria, a lo que podríamos añadir otro argumento que se me le antoja definitivo: los orígenes de la pintura en la Montaña se tocan con la mano, pues hasta finales del siglo XVIII no se puede anotar un pintor destacado, como fue José de Madrazo, con lo que la posible  evolución queda muy recortada. De todas las maneras, pienso que la pintura a la acuarela en Cantabria ha seguido el mismo camino que en el resto del país, iniciando su tímida aparición a finales del siglo XIX, en cuyo momento encontramos a los campurrianos Casimiro Sáinz y Manuel Salces, pero que no pueden considerarse como acuarelistas. De otro gran pintor de entonces, Agustín Riancho, podría argüirse que sus dibujos con pincel y tinta tienen talante de acuarela, pero los empleó sólo como apuntes de estudio. El admirable grabador Tomás Campuzano si dejó algunas muestras realizadas con esta técnica, pero no con la abundancia que nos hace desear la delicada calidad de las que conocemos. Y a los pintores que han venido detrás de estos tampoco podemos incluirles en una nómina de acuarelistas, porque no lo fueron. Pancho Cossío trabajó, mucho con técnicas al agua, pero orientadas hacia el gouache; de Antonio Quirós recuerdo algunas aguadas de sus primeros años ... y nada más.

            Había de ser en el año 1946 cuando por primera vez se presentó al público un conjunto de pinturas realizadas a la acuarela; su autor, Manuel Liaño se anunciaba única y exclusivamente como cultivador de este género. Hasta entonces se habían podido ver, en contadas ocasiones, exposiciones en las que aparecía alguna acuarela arropada “vergonzantemente” entre otras técnicas de ejecución pictórica. Recuerdo ahora a Carlos Rincón, quizás un precursor, pocos años antes. Había y hay, en la pintura de Liaño, señorío en la composición, refinamiento en la ejecución; y, sobre todo, en las tenues pinceladas, todavía inseguras entonces, nerviosas, de aprendiz de brujo, se estaba reflejando como en un claro espejo, el verso de José María de Aguirre y Escalante, «musa del septentrión, melancolía», definidor del arte en nuestras latitudes. Pronto íbamos a encontrar otro acuarelista brillante, Gutiérrez de la Concha, más realista en sus obras que Liaño. Mientras que este último «cazaba nieblas» y develaba misterios con etéreas pinceladas que alternaba con blancos del papel tan sugestivos como las manchas de color, Gutiérrez de la Concha se apoyaba más en la línea, en el dibujo, que dominaba. Eran dos maneras de entender la pintura a la acuarela y que abrieron caminos.

            Tras de ellos vendrían José María Bárcena, de quien ya se habla visto algunos tímidos ensayos juveniles; Ramón Muñoz Serra, que ha incorporado con destreza a sus obras aspectos más concretos, como barcos y figuras humanas, resuelto con perfección y delicadeza; Julio Sanz Sáiz, luchador infatigable en todas las artes, siempre en busca de perfección y nuevas rutas; Pérez Dan, valiente en sus realizaciones, enfrentándose habitualmente con grandes espacios, en la línea de Pastor Calpena; los hermanos Gutiérrez de la Concha, hijos de aquel maestro de 1a generación anterior, que han aportado nuevos matices a la obra aprendida; José Gómez, en quien la aguada resbala suave sobre el papel a veces y otras con la fuerza del color que pide el tema ante el que se enfrenta; Juan Cagigal, en cuya obra la figura humana se erige como protagonista único, conjugando con maestría línea y color; Charo González, que aporta a la acuarela una acusada sensibilidad femenina y una acertada captación del paisaje montañés; Bosco, Van den Eynde, Arozamena... todos y cada uno con su librillo, con una visión personal de lo que es la acuarela; incorporando siempre la imprescindible veladura con que se presenta a la retina de los artistas el paisaje de Cantabria.




Publicado en:
El Norte de Castilla, Fecha: 3 de mayo 1981
Encabezamiento: Acuarelas de Manuel Liaño

domingo, 3 de mayo de 2020

Picasso


En la revista "Sniace, nuestra vida social", editada por la empresa para sus trabajadores, Aurelio García Cantalapiedra publicó una serie de artículos divulgativos. Uno de ellos fue sobre la pintura de Picasso.



  
         “Cuando muere un poeta joven, con su canción mutilada en los labios, el mundo vale siempre un poco menos.” Así escribió un día Gerardo Diego, y así podemos empezar nosotros estas notas ante la muerte de Pablo Picasso, porque el pintor malagueño, uno de los andaluces universales que andaban por el mundo, era un artista joven, a pesar de esos noventa años largos de vida que alcanzó. La frase del poeta Gerardo Diego es totalmente válida para el pintor: con la muerte de Picasso, el mundo vale un poco menos y el mundo del arte ha quedado truncado en una conmoción de la que tardará muchos años en reponerse, ya que, quiéranlo o no algunos, Picasso ha sido el hombre que ha marcado pautas para todos los artistas, y aun nos atreveríamos a decir que para todos los hombres: unos, admitiéndolas y aprendiendo de ellas; otros, discutiéndolas; pero todos, absolutamente todos, estando atentos, muy atentos, a su vida y a lo que salía de su taller.

         Como ilustración de estas páginas, damos algunas muestras de su arte pictórico, que queremos complementar, en este breve comentario, con ciertas observaciones sobre el hombre Picasso, el hombre que había tras de su obra, para la que no se puede encontrar un calificativo suficiente, aunque no sea más que al referirse a su cantidad, ya que se asegura que pasan de las veinte mil piezas las realizadas, entre dibujos, grabados, óleos, cerámicas v esculturas. Y nos interesa el hombre porque primero es el ser humano y después su proyección, y, a pesar de que ésta sea la que queda después de desaparecido quien la creó, siempre ha de referirse a su creador. Por otra parte, para quien esté interesado por la obra de Picasso, existen a mano cientos de libros de todos los tipos, desde sencillos comentarios orientativos, al alcance de cualquiera, hasta extensos tratados científicos.

         ¿Cómo era Picasso? ¿Cómo era este hombre que ha conseguido movilizar, a su muerte, los periódicos y revistas del mundo entero, que le han dedicado una serie de páginas de sus publicaciones y, algunos de ellos, números monográficos completos?

         Si decimos que Picasso era único, sabemos que decimos una perogrullada, pero a veces es preciso usar de estas perogrulladas para que quede grabada en la mente, con
sentencia sanchopanzesca, una verdad que alcanza altas categorías. No se pueden usar los calificativos habituales, como el de genio o similares, porque todos se quedan cortos. Cuando un hombre marca una época como él lo ha hecho, es preciso situarle en esa escasa serie de los hombres que se recordarán en los siglos venideros. Con la circunstancia especial en Picasso de que en vida fue “profeta en su Tierra”, y nótese que hemos escrito Tierra con mayúscula, porque el mundo de nuestro pintor ha sido el mundo entero. A este respecto, Lola Aguado escribió en abril de 1973: “De él se ha escrito mucho, se sabe mucho, pero en el futuro todo el mundo querrá saber más sobre su genio y sobre su intimidad”.

         Pablo Picasso pasó su larga vida dedicado al arte, en entrega absoluta. Su gran fortuna -la gran fortuna económica que representaban sus obras- sólo la utilizó para permitirse el lujo de trabajar, de trabajar incansablemente, creando y recreando belleza para los demás. Fue un hombre libre en todos los aspectos, situado por encima de tabúes y convencionalismos; libre en el pensar, libre en el crear, libre en el amar. (“Una de las constantes en la vida y en la obra de Pablo Picasso es su atención a la mujer. Compañera, inspiradora, musa, refugio o acicate, la mujer lo ha sido casi todo para el genial pintor.” «ABC», 11-4-1973.) Sólo tuvo una atadura: la realización de su obra, que era, al fin y al cabo, la misión de su paso por la tierra.

         En una conversación que sostuvo con su amigo el torero Luis Miguel Dominguín, le animaba para que volviese a los toros: «Lo más que te puede pasar es que te mate el toro, ¿y qué mejor cosa te podría suceder? ¿Qué más podía yo pedir que caer muerto mientras estuviese pintando?». A esto le llamaba Picasso morir de la manera más decorosa posible.

         Fiel al consejo dado al amigo, Pablo Picasso, muy pocas horas antes de morir, estaba con el pincel en la mano.

A.G.C.



Publicado en:
La revista “Sniace, nuestra vida social” Nº 136 mayo - junio 1973